Maragato Cordero: Asunto Mendizábal IX
Entregamos hoy el último capítulo de la relación de Cordero con Mendizabal, para dar paso en las sucesivas semanas a un nuevo aspecto vital del Maragato Cordero
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El 14 de febrero la viuda de Santibáñez pasa a María García una carta de Álvarez sobre los asuntos de Portugal que deben conocer Lafont y devolver a Salomé Cañabate, viuda de Mendizábal.
Álvarez continúa infatuado con la exclusiva del negocio ’mendizabalesco’, en Portugal. Alguien le lanza un anónimo. Ese alguien son tres, entre los cuales con mucha probabilidad Luis Franco. Parece más o menos que Álvarez pide dinero para trasladarse a Portugal y sacar a flote el fortunón. Estos lo interpretan como un chantaje, porque sin haber cobrado ellos lo que se les debe, se les pide dinero para que lo cobren. Y deben de tener la mosca a la oreja de que están ante una especie de perro del hortelano. Sin mucho sentido del humor y desconociendo el tenor de este anónimo y la interpretación de las proposiciones de Álvarez, conocemos la carta de este en la que se defiende de sus (dichas) sobre los negocios de Portugal, en el sentido de exigir “30.000 reales de una vez, para emplearlos durante un año en la forma que me pareciere, incluyendo lo que quisiera asignarme por mis servicios (que no sería gran cosa atendida la suma) puesto que no estoy inclinado a prestarlo más de balde, a persona alguna”.
El otro extremo de su megalomanía lo expresa él mismo así: “que no reconociendo en nadie capacidad para conseguirlos (escrito de puño de Mendizábal) para evitar la acción de algún atrevido, caso de mi muerte, al no admitirse mi proposición consignaría a una hoguera (frase real o figurativa para los que sepan leer) lo que me pareciera sobre el negocio”.
Por dos meses hubo tira y afloja, palabras violentas y el 26 de junio de 1870 “un papelucho tan soez, venga de donde viniere”…”que me ha merecido el más profundo desprecio y tanto más cuanto más varonil sea el que confiere su redacción. Y esto es poniendo a un lado, por lo asqueroso, el apodo que en él se hace”.
Luego añade: “Es triste haberlas con señoras, pero si se entrometen en negocios y se hacen partes en cosas tales, esa inviolabilidad de que, cuando les acomoda, procuran revestirse, desaparece por completo”.
Sobre frases admirativas montadas con la anáfora de “la idea”, rebate la idea de que no pediría más de 30.000 reales por sacar las castañas del fuego de los muchos millones de Portugal. “La idea de presumir que podría yo dar garantía de que al realizar el negocio de Cordero podría cometer la inmoralidad de defraudar y secuestrar a los interesados directos de la parte a prorrata que les perteneciera, aplicando el todo a cubrir los créditos de cuatro acreedores indirectos que facilitarán 30.000 reales (300 libras)”.
Considera las proposiciones insinuadas en el papel como mezquinas, inmorales, insultantes e incomprensibles. También va la invectiva contra los de Carbonell, interesados en saber lo que “aparecía deber Cordero a Mendizábal expresada en las obligaciones de los otros dos”.
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Lo que le ha molestado a Álvarez es que el hijo de Mendizábal se haya entendido con los tres acreedores. Ha llevado un grave berrinche y lo tacha de inmoral. Parece ser que el hijo de Cordero en la Legación de Portugal ha conseguido avanzar, por eso el mismo Álvarez concede que “si en obsequio a terminar la testamentaría de Cordero, se aceptan los deseos del gobierno, el resultado será que en lugar de deber ésta a la de Mendizábal 39.000 libras, deberá Mendizábal a Cordero 68.000 libras en números redondos con intereses”. Y dice de sí mismo, contestando a la acusación de inmoral que parece que se ha extendido por la misma familia ‘mendizabaliana’, llena de propuestas, pero escasamente rentabilizada: “al haber sido yo tan inmoral que hubiera aceptado la proposición de secuestrar a los interesados en las reclamaciones de Carbonell lo que le pertenece, dormiría intranquilo, temeroso de la acción que podrían emprender contra mí ante estos Tribunales. Pero con respecto a la suya, la amenaza es tan pueril como ridícula”.
Sabemos ya que definitivamente se aparta del asunto de Mendizábal y el gobierno portugués. Quiere bajar con su llave a la tumba: “Mi resolución de separarme de la dirección del arreglo de las cuentas de Mendizábal, anunciada al señor Mesa (testamentario de Mendizábal) en mi carta del 30 es irrevocable. Si alguno lleno de presunción, compañera inseparable de la ignorancia se lanzase a emprenderlo, en cumplimiento de mi deber, por lo que respecta a la honra de mi primo, adoptaré las medidas que tenga por convenientes”.
Se desprende que las condiciones y amasijos con el Gobierno portugués no eran muy decorosas. Los mismos familiares de Mendizábal, viuda e hijo, le han vuelto la espalda. El se lo da todo por mantener a su primo. Esto lo dice en julio del 70.
Al siguiente año, por el 28 de agosto, José Álvarez ha debido de sufrir mucho. El proceso de senilidad ha debido de obrar muy fuerte en él. La pérdida del entusiasmo hacia él como personaje clave en el mundo de las finanzas de su primo, le ha asestado un rudo golpe. La letra es temblorosa y se vuelve de sus propias decisiones, porque está dispuesto a reanudar la reclamación al gobierno portugués. Para lograr otra vez que se desenfurruñe, se llega a un laudo arbitral que pudo haber sido la “opinión de amigables componedores”. Lafont no quiere oír hablar de Álvarez. Álvarez se excusa que pueda ser considerado como único responsable de lo sucedido y acepta voluntariamente el retorno al asunto portugués, sin que se comprometa a obtenerlo, aunque lo espera.
Las nuevas condiciones que impone a los interesados en cobrar son tres, como las de ellos. 1º: “Que se manifieste la conformidad de secundar los pasos que yo promueva o indique como necesarios para adoptar ante el Gobierno portugués”. 2ª: Aunque espera terminar en el año, no se compromete, por lo que percibiría 30.000 reales. 3º: Que se le envíe acuse de recibo y caso de no aceptar en su totalidad que no le anden con gaitas ni perendengues.
Álvarez ya ha elegido. La carta se le envía a José de Mesa y Cordero. La viuda de Mendizábal se la envía a Mariquita. Aquella se ha trasladado a Cuenca, Pedroñeras para más señas, durante el verano.
Años más adelante, Salomé visita a Mariquita. Esta ha dejado su casa de la Plaza Mayor para vivir en el barrio de Salamanca. No se pueden ver las dos viudas. Micaela Chavarri y Salomé Cañabate son las que escotan a 15.000 reales para que Álvarez acuda a la cobranza portuguesa. Respecto a dónde están los protocolos acreditativos de la deuda portuguesa, se da una pista. Los tiene Micaela Chavarri. Ha muerto Álvarez sin conseguir lo que creía factible. El omnipotente cayó bajo su propio peso. Se propone una reunión de las tres viudas para con la unión fortalecerse y “con el mayor éxito daremos fin a esta querella financiera”. Las amigas se cuentan las bodas de sus respectivas hijas y la soledad que vienen padeciendo. Un hijo de Mendizábal, Juanito, como el padre, estudia leyes en Madrid, mientras la madre, en este día del 27 de abril de 1879, está en Pedroñeras.
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Sobre la deuda del Estado portugués a Carbonell cobrable por Mendizábal, no hay más perspectivas –ya el año 1886, a 21 de julio- que el dirigirse a Carranza, el apoderado de Micaela Chavarri de Santibáñez. “Ese negocio parece que está en las últimas”, comenta Salomé.
La carta de Carranza no se hizo esperar. Y Mariquita García, viuda de Cordero, reciba la suya una semana más tarde que la de Salomé. Por ella sabemos algo de los trafullos, la complejidad y la megalomanía de José Álvarez, de Londres. “El señor Álvarez decía lo que quería y callaba también lo que le convenía”. Los papeles de Portugal son copias de cartas e historia de la querella. Esta carta nos desvela como el gobierno portugués reconoció la deuda de Carbonell y no la de Mendizábal, que en un principio estuvieron englobadas bajo el nombre del último.
Solo la aclaración de esta ambigüedad hizo que se cobrara lo de Carbonell. Leamos la parte más sustanciosa de esta carta; “Lo que recuerdo de las diferentes contestaciones mediadas es que el asunto Carbonell está liquidado, pero el gobierno pretendió que Mendizábal le debía y quería rebatir con una cuenta otra, sobre lo cual el señor Álvarez trabajó mucho y consiguió, si no estoy equivocado, la separación de ellas; mas el Gobierno siempre ha esquivado la completa liquidación y el pago, aunque sí creo reconoció la deuda Carbonell”. Se refiere luego a como la Casa Mendizábal se cansó de dar dineros para Portugal y obtener poco, y esa fue la rabieta de Álvarez.
Por esta carta sabemos cómo los Cordero se interesan por el asunto en la legación y principalmente a través de Santiago Franco, de Londres. Esta es la última luz que arroja la carta de Francisco Carranza, quien el 1 de agosto de 1886 fue a ver a Doña Mariquita y había salido según le dijo el portero.
Aquella patriótica fanfarronada de Cordero por salvar el Gobierno de Espartero terminaba como el lucero del alba. Había creado enemistades, escindido fortunas y planteado problemas. Lo que está en pie es aquel hermoso romanticismo del hombre que lo arriesgó por una idea de libertad y que no supo como Santibáñez hipotecar a su Mendizábal. Le bastó con la palabra. Y esta a todos les fue indócil. Tan solo una página azarosa y bancaria de nuestro inefable siglo XIX.
Fin del caso Mendizábal
El 14 de febrero la viuda de Santibáñez pasa a María García una carta de Álvarez sobre los asuntos de Portugal que deben conocer Lafont y devolver a Salomé Cañabate, viuda de Mendizábal.
Álvarez continúa infatuado con la exclusiva del negocio ’mendizabalesco’, en Portugal. Alguien le lanza un anónimo. Ese alguien son tres, entre los cuales con mucha probabilidad Luis Franco. Parece más o menos que Álvarez pide dinero para trasladarse a Portugal y sacar a flote el fortunón. Estos lo interpretan como un chantaje, porque sin haber cobrado ellos lo que se les debe, se les pide dinero para que lo cobren. Y deben de tener la mosca a la oreja de que están ante una especie de perro del hortelano. Sin mucho sentido del humor y desconociendo el tenor de este anónimo y la interpretación de las proposiciones de Álvarez, conocemos la carta de este en la que se defiende de sus (dichas) sobre los negocios de Portugal, en el sentido de exigir “30.000 reales de una vez, para emplearlos durante un año en la forma que me pareciere, incluyendo lo que quisiera asignarme por mis servicios (que no sería gran cosa atendida la suma) puesto que no estoy inclinado a prestarlo más de balde, a persona alguna”.
El otro extremo de su megalomanía lo expresa él mismo así: “que no reconociendo en nadie capacidad para conseguirlos (escrito de puño de Mendizábal) para evitar la acción de algún atrevido, caso de mi muerte, al no admitirse mi proposición consignaría a una hoguera (frase real o figurativa para los que sepan leer) lo que me pareciera sobre el negocio”.
Por dos meses hubo tira y afloja, palabras violentas y el 26 de junio de 1870 “un papelucho tan soez, venga de donde viniere”…”que me ha merecido el más profundo desprecio y tanto más cuanto más varonil sea el que confiere su redacción. Y esto es poniendo a un lado, por lo asqueroso, el apodo que en él se hace”.
Luego añade: “Es triste haberlas con señoras, pero si se entrometen en negocios y se hacen partes en cosas tales, esa inviolabilidad de que, cuando les acomoda, procuran revestirse, desaparece por completo”.
Sobre frases admirativas montadas con la anáfora de “la idea”, rebate la idea de que no pediría más de 30.000 reales por sacar las castañas del fuego de los muchos millones de Portugal. “La idea de presumir que podría yo dar garantía de que al realizar el negocio de Cordero podría cometer la inmoralidad de defraudar y secuestrar a los interesados directos de la parte a prorrata que les perteneciera, aplicando el todo a cubrir los créditos de cuatro acreedores indirectos que facilitarán 30.000 reales (300 libras)”.
Considera las proposiciones insinuadas en el papel como mezquinas, inmorales, insultantes e incomprensibles. También va la invectiva contra los de Carbonell, interesados en saber lo que “aparecía deber Cordero a Mendizábal expresada en las obligaciones de los otros dos”.
Lo que le ha molestado a Álvarez es que el hijo de Mendizábal se haya entendido con los tres acreedores. Ha llevado un grave berrinche y lo tacha de inmoral. Parece ser que el hijo de Cordero en la Legación de Portugal ha conseguido avanzar, por eso el mismo Álvarez concede que “si en obsequio a terminar la testamentaría de Cordero, se aceptan los deseos del gobierno, el resultado será que en lugar de deber ésta a la de Mendizábal 39.000 libras, deberá Mendizábal a Cordero 68.000 libras en números redondos con intereses”. Y dice de sí mismo, contestando a la acusación de inmoral que parece que se ha extendido por la misma familia ‘mendizabaliana’, llena de propuestas, pero escasamente rentabilizada: “al haber sido yo tan inmoral que hubiera aceptado la proposición de secuestrar a los interesados en las reclamaciones de Carbonell lo que le pertenece, dormiría intranquilo, temeroso de la acción que podrían emprender contra mí ante estos Tribunales. Pero con respecto a la suya, la amenaza es tan pueril como ridícula”.
Sabemos ya que definitivamente se aparta del asunto de Mendizábal y el gobierno portugués. Quiere bajar con su llave a la tumba: “Mi resolución de separarme de la dirección del arreglo de las cuentas de Mendizábal, anunciada al señor Mesa (testamentario de Mendizábal) en mi carta del 30 es irrevocable. Si alguno lleno de presunción, compañera inseparable de la ignorancia se lanzase a emprenderlo, en cumplimiento de mi deber, por lo que respecta a la honra de mi primo, adoptaré las medidas que tenga por convenientes”.
Se desprende que las condiciones y amasijos con el Gobierno portugués no eran muy decorosas. Los mismos familiares de Mendizábal, viuda e hijo, le han vuelto la espalda. El se lo da todo por mantener a su primo. Esto lo dice en julio del 70.
Al siguiente año, por el 28 de agosto, José Álvarez ha debido de sufrir mucho. El proceso de senilidad ha debido de obrar muy fuerte en él. La pérdida del entusiasmo hacia él como personaje clave en el mundo de las finanzas de su primo, le ha asestado un rudo golpe. La letra es temblorosa y se vuelve de sus propias decisiones, porque está dispuesto a reanudar la reclamación al gobierno portugués. Para lograr otra vez que se desenfurruñe, se llega a un laudo arbitral que pudo haber sido la “opinión de amigables componedores”. Lafont no quiere oír hablar de Álvarez. Álvarez se excusa que pueda ser considerado como único responsable de lo sucedido y acepta voluntariamente el retorno al asunto portugués, sin que se comprometa a obtenerlo, aunque lo espera.
Las nuevas condiciones que impone a los interesados en cobrar son tres, como las de ellos. 1º: “Que se manifieste la conformidad de secundar los pasos que yo promueva o indique como necesarios para adoptar ante el Gobierno portugués”. 2ª: Aunque espera terminar en el año, no se compromete, por lo que percibiría 30.000 reales. 3º: Que se le envíe acuse de recibo y caso de no aceptar en su totalidad que no le anden con gaitas ni perendengues.
Álvarez ya ha elegido. La carta se le envía a José de Mesa y Cordero. La viuda de Mendizábal se la envía a Mariquita. Aquella se ha trasladado a Cuenca, Pedroñeras para más señas, durante el verano.
Años más adelante, Salomé visita a Mariquita. Esta ha dejado su casa de la Plaza Mayor para vivir en el barrio de Salamanca. No se pueden ver las dos viudas. Micaela Chavarri y Salomé Cañabate son las que escotan a 15.000 reales para que Álvarez acuda a la cobranza portuguesa. Respecto a dónde están los protocolos acreditativos de la deuda portuguesa, se da una pista. Los tiene Micaela Chavarri. Ha muerto Álvarez sin conseguir lo que creía factible. El omnipotente cayó bajo su propio peso. Se propone una reunión de las tres viudas para con la unión fortalecerse y “con el mayor éxito daremos fin a esta querella financiera”. Las amigas se cuentan las bodas de sus respectivas hijas y la soledad que vienen padeciendo. Un hijo de Mendizábal, Juanito, como el padre, estudia leyes en Madrid, mientras la madre, en este día del 27 de abril de 1879, está en Pedroñeras.
Sobre la deuda del Estado portugués a Carbonell cobrable por Mendizábal, no hay más perspectivas –ya el año 1886, a 21 de julio- que el dirigirse a Carranza, el apoderado de Micaela Chavarri de Santibáñez. “Ese negocio parece que está en las últimas”, comenta Salomé.
La carta de Carranza no se hizo esperar. Y Mariquita García, viuda de Cordero, reciba la suya una semana más tarde que la de Salomé. Por ella sabemos algo de los trafullos, la complejidad y la megalomanía de José Álvarez, de Londres. “El señor Álvarez decía lo que quería y callaba también lo que le convenía”. Los papeles de Portugal son copias de cartas e historia de la querella. Esta carta nos desvela como el gobierno portugués reconoció la deuda de Carbonell y no la de Mendizábal, que en un principio estuvieron englobadas bajo el nombre del último.
Solo la aclaración de esta ambigüedad hizo que se cobrara lo de Carbonell. Leamos la parte más sustanciosa de esta carta; “Lo que recuerdo de las diferentes contestaciones mediadas es que el asunto Carbonell está liquidado, pero el gobierno pretendió que Mendizábal le debía y quería rebatir con una cuenta otra, sobre lo cual el señor Álvarez trabajó mucho y consiguió, si no estoy equivocado, la separación de ellas; mas el Gobierno siempre ha esquivado la completa liquidación y el pago, aunque sí creo reconoció la deuda Carbonell”. Se refiere luego a como la Casa Mendizábal se cansó de dar dineros para Portugal y obtener poco, y esa fue la rabieta de Álvarez.
Por esta carta sabemos cómo los Cordero se interesan por el asunto en la legación y principalmente a través de Santiago Franco, de Londres. Esta es la última luz que arroja la carta de Francisco Carranza, quien el 1 de agosto de 1886 fue a ver a Doña Mariquita y había salido según le dijo el portero.
Aquella patriótica fanfarronada de Cordero por salvar el Gobierno de Espartero terminaba como el lucero del alba. Había creado enemistades, escindido fortunas y planteado problemas. Lo que está en pie es aquel hermoso romanticismo del hombre que lo arriesgó por una idea de libertad y que no supo como Santibáñez hipotecar a su Mendizábal. Le bastó con la palabra. Y esta a todos les fue indócil. Tan solo una página azarosa y bancaria de nuestro inefable siglo XIX.
Fin del caso Mendizábal