Catorce cruces pardas relatan la intensidad del Viernes Santo

Viernes Santo

Muy entrada la noche, en la iglesia de los RR. PP. Redentoristas, los cofrades de la Vera Cruz hacen voto de silencio. Con túnica, escapulario, capucha franciscana y un farol en las manos, acompañan al Yacente, Cristo articulado de Gregorio Español (1663), por la muralla de la ciudad. Es el inicio de la procesión Penitencial.

El sonido de carracas, matracas, tambores destemplados y la melodía del 'Pueblo Mío', es lo que rompe el silencio de las tinieblas camino de la Capilla de San Esteban. Ya en su interior, en un acto privado al público, tiene lugar el acto del Enclavamiento de Cristo en la Cruz.

Al término de la procesión, roto ya el voto de silencio, se bendicen las 'bollas' de la Semana Santa y se reparten, junto con un vasito de vino dulce, a todos los asistentes.

Pocas horas después, y desde el arrabal de Puerta de Rey, sale la procesión del Encuentro con nueve pasos en la calle.

Caben destacar el Nazareno, de quien este año se cumple su bicentenario, la Virgen Dolorosa y San Juanín, protagonistas absolutos del multitudinario acto que sobre las diez de la mañana, año tras año, sucede en la Plaza Mayor.

En la primera parte del acto, la conocida como la Carrera de San Juanín, San Juan, portado por cuatro braceros, se encuentra en su caminar con el Nazareno, y corre veloz a comunicárselo a su Madre María. A continuación, la Madre y el discípulo amado, caminan hacia Él, y se produce el emocionante momento del Encuentro. Al toque de una campana, ambos pasos se levantan y se mecen en el aire durante unos minutos, creando un momento único.

Al medio día, es el Bendito Cristo (S. XVII) quien sube a la ciudad desde el barrio de San Andrés. En el atrio de la Catedral hace estación, y junto a las trece Cruces pardas, se detiene a escuchar el Sermón de las Siete Palabras.

Es en la tarde del Viernes Santo cuando desde la capilla de la Vera Cruz, surge la procesión del Santo Entierro. Ocho son los pasos que podemos admirar, de los que destacan: el Yacente de Gregorio Español, protagonista del Acto del Desenclavo, el Cristo crucificado (1560), la Cruz Dorada (1789), paso que en su parte delantera lleva un relicario con una astilla del madero de la cruz de Cristo (Lignum Crucis), la Urna (1764), que pudimos contemplar de cerca recientemente en la exposición con motivo de las Jornadas del Santo Sepulcro, o el paso del Descendimiento de José Romero Tena (1923).

En la Plaza Mayor se encuentra el patíbulo, Cristo yace muerto en la Cruz. A su lado la Virgen Dolorosa  y  San Juan 'el Guapo', reproduciendo el Calvario. Los hermanos de la cofradía proceden a retirarle los clavos, con suavidad lo descienden de la Cru, y lo depositan en la Urna. Cientos de personas contemplan el acto, como hace dos mil años.

Sigue el cortejo fúnebre por las calles hasta llegar de nuevo a su capilla, instante en el que la  Madre y el discípulo predilecto se funden en un abrazo rotos por el dolor, siendo consolados por  el numeroso público allí reunido con el canto de Salve popular.

Cuando el día termina, es de nuevo la Cofradía de Jesús Nazareno y María Santísima de la Soledad, quien recorre las calles de la ciudad.

Aunque acompañada por la Cruz Verde, la Farola y San Juanín, es el paso de la Virgen de la Soledad (s. XVII), paso de palio pujado por cien braceros, quien es protagonista absoluto de esta procesión.

El desfile hace estación en el Convento de 'Sancti Spiritus' donde las monjas le cantan un motete a la Soledad, y sus braceros la elevan al cielo en señal de respeto y agradecimiento.

Ya de madrugada, llega la Soledad de nuevo al barrio, despedida por cofrades y público con la Salve popular, una oración de despedida y la solemne entrada de la Virgen al Cabildo.