Leopoldo Panero
Domingo, 05 de Abril de 2015

Salamanca, Gran Hotel General de España (II)

Continuación del guión cinematográfico atribuido a Leopoldo Panero Torbado

 

 

[Img #15376]

 

El alemán, fríamente. Es preciso sacar de aquí este cadáver ¿O traía usted también autorización expresa para asesinar a esta mujer?

 

Llaman a la puerta, la abren con violencia y el espanto, la sorpresa y la incredulidad en el rostro, camareros, camareras, huéspedes del Hotel que han oído el disparo.

 

El policía reacciona, recobra la serenidad y de dirige imperiosamente a los camareros.

 

¡Qué venga inmediatamente el gerente!  ¡Y ustedes, a sus habitaciones. Aquí no ha pasado nada. Para ustedes nada de esto ha existido!

 

Retrocede amedrentado, hipnotizado, confuso el grupo. Por la puerta abierta se oye, en sordas ráfagas, la música de una orquesta de baile.

 

Llega el gerente, pálido, cruzando entre las parejas que ríen en el hall del Hotel. Al mismo tiempo se ve entrar por la puerta a un general español que busca a alguien nerviosamente con los ojos. Se adelanta, tropieza con las parejas, registra con la mirada todos los rincones y los rostros. Le acompaña un ayudante. Están en el centro del salón. Habla a su ayudante.

 

No le encuentro y es preciso actuar con rapidez. Los minutos son preciosos. Mi mujer tampoco está aquí. Se le acerca una dama que le sonríe y le habla mimosamente.


Te creía en el frente.


Acabo de llegar por allí.


¿Qué pasa en Brunete?


Mirándola grave y despectivamente. Nada. Qué me dan ganas de hacer callar la música a bastonazos. Perdona. ¿Has visto a Isabel?


Estaba en el bar hace apenas media hora. Me parece que la acompañaba el comandante Flick.

 

Se ve en ese momento bajar por la escalera una ambulancia de la Cruz Roja cubierta. Vienen detrás el gerente y el policía español. A su lado el comandante. El general al verle se lanza hacia él.

 

Le buscaba, es urgentísimo. Sígame.

 

 

[Img #15377]

 

 

El comandante mira al policía; el policía al general; el ‘maitre’ o gerente a todos, embarazadísimo y trémulo. Al ver o intuir largamente el embarazo y la suspensión de todos, pregunta el general.

 

¿Qué pasa?

 

Recobrando la normalidad y con naturalidad absoluta se adelanta el comandante Flick: Nada importante. Un oficial de mi escuadrilla que (ha) sufrido un ataque repentino de apendicitis y le conducimos al hospital.

 

Usted tiene que venirse conmigo al instante. Que le acompañe cualquier persona. Llama a un teniente provisional que pasa por allí.

 

Teniente, tenga la bondad de acompañar a este oficial alemán que acaba de sufrir un ataque de apendicitis.


A sus órdenes, mi general.


Los camilleros se ponen en marcha y tras ellos el teniente. Atraviesan el hall del hotel. La música se apaga y las conversaciones se silencian. Alguien que ha oído la conversación de cerca explica de lo que se trata:


Es un oficial enfermo. Le van a operar de apendicitis. La noticia corre raudamente y con igual rapidez vuelven a sonar las voces y las risas de todos. La ambulancia cruza la puerta y desaparece.


El general español a su ayudante: ¿Dónde se ha metido la Marquesa X? Gira la cabeza en torno al salón. Búscala y que cuando vea esta noche a mi mujer le diga que he salido para el frente y que no volveré en unos días. (Dese) prisa.


 Al comandante: Nosotros vámonos. Coja su ropa. (Despacio y mirándole como sonriéndole muy lejos). Vístase otra vez para el combate. Le espero tres minutos.


El policía instintivamente se lanza hacia el comandante alemán y le agarra por el brazo. El comandante, sonriendo, le mira de hito en hito y desenlaza su brazo, mientras dice: A sus órdenes mi general: tres minutos.

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