José Luis Puerto
Sábado, 16 de Mayo de 2015
Enrique Gil y Carrasco, folclorista (2)

Los segadores

 

 

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Continuamos con nuestra indagación en torno a la figura de Enrique Gil y Carrasco como folclorista. Y, para ello, nos vamos a centrar en su artículo sobre “El segador”, publicado, acompañado por un grabado, en la publicación colectiva de Los españoles pintados por sí mismos, sobre la que ya habláramos en el primer artículo dedicado al escritor berciano.

 

Habla Enrique Gil y Carrasco en tal artículo sobre los segadores gallegos. “Galicia provee al resto de España de gente … útil y aun necesaria en todo el mundo     –indica el escritor berciano–. De allí salen … un enjambre de segadores en cuanto los extendidos campos de Castilla, Extremadura y la Mancha comienzan a coronarse con los dorados dones del verano.”

 

Y continúa el autor: “En el gallego está vinculado desde tiempo inmemorial el trabajo de despojar a Castilla de sus mieses y enviarlas a las faenas de la era.” Es una corta emigración estacional, al tiempo que periódica y cíclica, pues dura la temporada de la recolección y recogida del cereal. “Por abril y mayo sale el segador de su casa y en agosto y setiembre da la vuelta”; tal es el período preciso de este tipo de emigración temporal y cíclica del segador gallego.

 

La preparación y el equipaje para tal emigración son mínimos. El segador sale meramente cargado con un saco a cuestas, y regresa a casa del mismo modo. Y ¿en qué consiste tan magro equipaje? Enrique Gil y Carrasco lo observa y nos lo plasma: “Una hogaza de pan de centeno con algunos torreznos por entrañas, alguna camisa de estopilla y acaso tal cual otra prenda de vestuario dentro del consabido zurrón de lienzo”.

 

No se le escapa al muy atento escritor la indumentaria del segador gallego: “un mal sombrero portugués, chaqueta, pantalón y chaleco de la misma tela que la camisa y unos zuecos o zapatos con suela de madera componen el atavío de un gallego que va a la siega.”

 

 

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No vamos a ir detallando ahora todos los avatares de la temporada de la siega del gallego emigrante, así como algunas desventuras que le acontecen –siguiendo el hilo del artículo de costumbres de Enrique Gil y Carrasco–. Sí nos interesan plasmar, sin embargo, dos ritos de paso, uno de salida y otro de entrada, que los segadores gallegos realizaban tanto al ir hacia la siega, como al regresar de ella a sus casas.

 

El rito de paso de salida nos lo describe así Gil y Carrasco: los gallegos que van a la siega hacia las dos Castillas “echan en derechura por el Bierzo. De estos los que por primera vez hacen el viaje, muchachuelos por lo común, se ven obligados por sus compañeros a echar una piedra más en el montón inmenso que tiene el de la Cruz de Fierro, punto culminante de la cordillera de Foncebadón y desde el cual… se distinguen las peladas y espaciosas llanuras de Castilla”, que es el punto de destino. Tal rito de paso –comenta certeramente el escritor– “sin duda viene de los peregrinos que en los siglos medios iban a visitar el sepulcro del apóstol Santiago por el camino francés”. ¿Y por qué se realiza tal rito?, porque “se tiene por de buen agüero para el viaje.”

 

 

¿Qué ocurre a la vuelta, cuando se regresa de la siega a casa con algunos dinerillos con que remediar las necesidades? Gil y Carrasco nos describe un sobrecogedor y emocionante rito de paso de regreso. Es un rito de ofrenda de la hoz, como herramienta significativa de la siega, que se hace a una imagen de la Virgen, como símbolo de la matriz, de la fecundidad. Elemento altamente simbólico, con un significado implícito de augurio de buena sementera, elemento necesario para la continuidad de la vida.

 

Pero escuchemos cómo el escritor de Villafranca del Bierzo nos plasma ese rito de paso de regreso, que es al tiempo un rito de ofrenda: “A la bajada del puerto [de Foncebadón] y a la cabecera de la fresca encañada de Molina, hay un santuario de Nuestra Señora de las Angustias, donde en agradecimiento del buen viaje solían dejar los segadores sus hoces y nosotros hemos visto infinidad de ellas amontonadas en el centro de la iglesia como muestra de su devoción.”

 

El hombre antiguo, el hombre campesino acompañaba todos los momentos de su vida de ritos muy especiales; porque, en el mundo campesino, las gentes oscuramente tienen la intuición de que forman parte de un cosmos que les da sentido, de ahí la necesidad permanente de los ritos para mostrar correspondencia con tal cosmos. Una correspondencia que nosotros ya hemos roto, porque hemos perdido esa concepción del mundo.

 

 

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Otra escritora romántica gallega, Rosalía de Castro, casi coetánea de Enrique Gil y Carrasco, y con la misma sensibilidad hacia lo popular campesino, tampoco olvida en sus Cantares gallegos (1863) a los segadores y recrimina a Castilla el maltrato de los segadores gallegos, con estos versos que se han hecho muy populares:

        “¡Castellanos de Castilla,
        tratade ben ôs gallegos
        cando van, como rosas;
        cando vên, vên como negros!”

 

Y reitera la autora gallega:

        “Van probes e tornan probes,
        van sans e tornan enfermos,
        qu´ anqu´eles van como rosas,
        tratádelos como negros.”

 

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