Samuel Yebra Pimentel
Domingo, 14 de Junio de 2015

Cuando la Vida está en otra parte

José del Río, escritor astorgano, juega y nos divierte en su nuevo libro, la partida parece ser que es la del ser, una variante del escondite, ¿Dónde estás?, se pregunta la niña a sí misma mientras va tras su juego entre las tumbas. Y cada vez esté donde esté se dice de igual manera: ¡ Ahora estoy aquí!

 

José del Río Sánchez. Cuando tu paraíso no está en google. Chiado Editorial. Madrid 2014

  

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‘Cuando tu paraíso no está en Google’ tal vez esté en otra parte. 


El libro que tiene 13 relatos se divide en dos partes: ‘Contemporáneos’ con siete narraciones  e ‘Históricos’ que tiene seis.


‘Reformas’ (p. 9) No habrá reforma posible a esta primera expulsión del paraíso, y ella  acaece cuando al paso de los años aquel primer enamoramiento se va desvaneciendo; luego la infidelidad, los juegos de ocasión, la petición de perdón etc. Esto no sé si es ineludible, pero tantear en la fogata produce quemazones. En tal garlito se encierra siempre el trampero. Es decir que dar caza a los demonios nos hace posesos.


‘Intervenciones urbanas’ (p 25) puede leerse como una parodia del mundo del arte, de los artefactos que han venido a llamarse ‘Instalaciones’ y de las críticas adosadas a estas nuevas formas creativas. ¿Cómo es ese mundillo, qué artimañas se emplean en él?  Y sobre todo con qué ‘disparatario’ crítico  se pretende mantener. Uno como comentarista de libros no puede dejar de sentirse apelado y plantearse si no haremos el mismo despropósito que la periodista de la narración cuando comenta: “ A mí juicio, Lubián (nombre del colectivo que realiza las instalaciones urbanas) critica la instrumentalización y la comercialización del cuerpo, y al mismo tiempo nos enfrenta a una realidad dolorosa y paradójica: la sobrevaloración del amor y su disolución con el maltrato”. (p 32) ¡Qué bien viste la desnudez en la realeza! 


‘Algunos sucesos de mi vida amorosa’ (p 43), consta de nueve cuentos eróticos en delicia de puerta giratoria, donde se pueden confundir fácilmente entrada y salida de paraíso.


La puerta de recuerdo que ha quedado del cuartel en Cartagena cuando en su lugar construyeron un centro comercial es metonimia de lo que ha sucedido con la realidad pasada, la cual podría seguir como si tal cosa, como si el cuartel permaneciera todavía verdadero y tocase sus clarines al amanecer convocando nuestros miedos (Efectos secundarios, p 59); pero sucede ya que lo único que clama por nosotros son los gritos del mercado, lo que no volverá a nosotros la memoria. 


No sé si funciona así la psique humana cuando se enfrenta con un tiempo ya pasado, cuando le atribuye una fijación inamovible pero actuante; si el tiempo fuera un tiempo único, no este tiempo y este otro tiempo la vida de cada cual sería una sola vida, la que vamos haciendo; y la infancia chuparía de este largo porvenir que no ceja de nutrirla de nuevos sentidos. ¿A qué si no preguntan tanto los psicólogos por esa infancia? Un temor actuante del pasado es un temor activo en el presente; basta viajar al pasado con los instrumentos precisos para mirarlo de otra manera y perder el miedo. Hay incluso un paralelismo en la sucesión noche, día, noche (la pesadilla que desde la noche se hará temor diurno) con la de pasado, presente, pasado. Mientras los psicólogos acuden a la noche, la sabiduría de la esposa de Darío le lleva hacia un pasado que lo rescata de su ruindad.


La puerta anterior llevaba a un paraíso, no está mal tratándose de un supermercado; el batiente de ‘El vigilante’(p. 73) debería de estar cerrado, debería poder impedir que nada ni nadie escabullera. Unas oposiciones, un concurso público garantizaría la igualdad de acceso. Enseguida vemos que fuera de ese paraíso nominal está el purgatorio efectivo en el que campan las corruptelas, las presiones y los chantajes ante los que no parece posible mantenerse impertérrito, en esa línea mortal de desequilibrio.


En su fiesta de jubilación Ceferino protestaba por toda la carne robada al paraíso, por la doble vida que cada cual habría de vivir. A ramalazos, le preocupa la playa desértica que tenía por delante, sin huella alguna de Viernes, una soledad solar que habría de empedrar de pasos, construir un paseo. Ello le angustia; otra vez a inventarse y hacer el día a día. Súbito descubre lo que su mujer le va a decir: ahora tendrás que hacer la comida, irás de compras; se da cuenta de que Viernes es él y que va a tener que aprender la nueva lengua, y que los planos de la demolición ya estarían configurados antes de echarse a pensar nada. (‘La jubilación’ p. 89)

 

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No sé para donde va el batiente ahora ni si entramos o salimos, pienso que toca salir y todos los miembros de la familia de Saturio huyen en estampida por la senda enzarzada hacia el portillo entornado. Viene a ser ‘Huidas’ (p. 103) la narración del extremo contraste entre Saturio y Adela. Incluso las fantasías de liberación de uno y otra son disímiles. Él querría disolverse. Ser, pero sin ser él. Parece no quererse y su mejor regalo es este ensueño: “Nadaba en el mar y poco a poco, sin perder los sentidos, iba disolviéndose en el agua hasta convertirse en una ola: oía el viento, sabía a sal, se rizaba, no sentía ningún dolor…Las gaviotas se posaban sobre él y los cormoranes lo atravesaban en busca de los peces que nadaban dentro de su cuerpo”. Nunca terminaríamos de saber quién fuera el cuerpo que se desvahe en esa perdición.


Mientras él busca la indiferencia y conformar su vida a la penumbra, al existir en no, a que siempre pase nada; Adela quiere concitar la experiencia, ha perdido el miedo a ser y se zambulle en ese imaginario torbellino de la vida para ganar claridad en el dibujo de sí misma, para seguir abierta a la forma que ella misma quiera darse.

 

Hasta aquí llegan los relatos que por suceder en un tiempo aún presente, José del Río denomina ‘Contemporáneos’. Los ‘Históricos’ son cuentos del pasado, un pasado que empieza en la Venecia de 1535 y que llega hasta Berlín en 1990.


El primero de los ‘Históricos se titula ‘Cómplices’ y sucede en Verona en 1370, cuando el amor de Julieta por Romeo se halla ya atemperado, presos de un amor tan grande se encuentra uno/a a la primera merma con la portezuela del paraíso entornada y se va por ella; habrá posibilidad de componendas y para ello está ahí el médico Antonio Baci que lo mismo vale para un roto que para un descosido.


"No habrá paraíso ni amores deshojados" en tanto que a este lado rija la añoranza de más, algo ineludible. Tal vez el paraíso fuera esa bondad bobalicona de la que hablara Rousseau, de no querer nada. En esta narración y en la que sigue hubieran dormido la noche en el paraíso de no ser esto ya un completo sinsentido, o lo que es peor el exceso que supondría llegar a él por un falso portillo y a costa de enajenar la realidad y la propia naturaleza; una reclamación incontinente que queda invisible al lado de nosotros, eso que las sociedades respectivas consideran un ingrediente de ocasión en ambiciones que van a la catástrofe.

 

Que la aparición del cadáver de Michele di Bergamo, ‘il Rospo’ en uno de los canales de Venecia no es un suicidio es la ‘Declaración del padre Giulio Pavanni’, en 1535 (p 127).

Es verdad que el escultor apodado ‘il Rospo’ fue feliz mientras amó y fue amado por su querida Élide, muerta a la tierna edad de 17 años, tras ingerir una pócima que proveería su fecundación. Unos años más tarde aparece subido a la gran fachada que construye en la Universidad de Salamanca; “plasma en la piedra el amor que eternamente le uniría a Élide”. Se trata de una obra jeroglífica, al modo de ‘El sueño de Polifilo’. ¿Qué es lo que plasma en la fachada? La trama jeroglífica del libro o el momento de lectura compartida cuando aquel primer amor se iba haciendo a medida que desaparecía el enigma. La descodificación de la firma de su obra salmantina reza así: “Michele il Rospo, con esta obra vence a la muerte y queda eternamente unido a Élide". ¡Bésame en los labios como nunca hiciste!. Los coros de la piedra pregonarán este encantamiento mientras la contaminación no la corroa.


En ‘ Velázquez y la mujer del espejo’ (p. 137), que transcurre en Roma, el viaje puede hacerse invertido, desde esa mirada difusa pero sonriente que asoma en el espejo de la Venus que está terminando de pintar Velázquez en su estudio improvisado de Roma. Ahí anima la sonrisa del paraíso. Velázquez ha dado con el paraíso en la tierra, pero quiere más, quiere perderlo; aquí se entiende bien que el mito completo es el de la pérdida. Una ambición que hoy nos parece ridícula le lleva a abandonar esa humilde felicidad de la belleza y volverse a España con dos de las tres bacanales de Tiziano, (algo muy propio de la sociedad neoliberal, regida por la ganancia y la pérdida económica) encargo de la corte española y con la esperanza de cumplir uno de sus más preciados anhelos, conseguir de su majestad un título nobiliario.

 

 

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El cuento titulado ‘La muerte de Antoine Lavoisier’ (París, 1794) (p 151) puede leerse de muchas maneras; recién estrenada la paradisíaca revolución francesa, asistimos a los desmanes de la misma, a sus propósitos y despropósitos, ya presa de las contingencias y de las complejas pasiones humanas que terminan por perjudicar sus objetivos de mejoría de la sociedad. Lavoisier y su mujer buscan los elementos simples de la Naturaleza y la lógica compositiva que sucede entre ellos. Quieren una vida sencilla y retirada. Nominalmente la revolución y las pretensiones científicas parecen estar de acuerdo, pero la revolución alberga las segundas intenciones de los revolucionarios, que son pasionales y que se llevarán por delante las pretensiones del científico. Ganar una revolución viene a ser de algún modo perderla.


Otra lectura que lleva al final de esta narración es la esperanza de que la viuda de Lavoisier firme las memorias que este le había encargado de hacer y que por fin lleguemos a conocer su nombre de pila, su nombre y sus apellidos. 


Ya nos acercamos al final de la historia y antes iremos a darnos como diría Yourcenar “una vuelta por mi cárcel” con el cuento ‘Teatro en el casino’ (Astorga, 1892). Aquí la sociedad cerrada de Astorga no deja que crezca flor alguna de paraíso y condena y persigue el modo inconcebible en que los jóvenes de ciudades más abiertas como Madrid se hablan entre sí. (La única flor paradisíaca que no se pudre en la Astorga de 1892 es la del palacio episcopal y eso solo si pasamos por alto el aspecto ideológico del mismo)


Toribio, sobrino de Don Matías Rodríguez llega a Astorga para preparar sus oposiciones, su espontaneidad en el trato con las jóvenes será motivo de exclusión con retorno incluido a Madrid para realizar sus exámenes; eso sí con una ‘Evita’ rescatada.


El fin del libro nos traería de nuevo a ‘Contemporáneos’, es decir al principio del libro y tal vez en bucle otra vez a lo mismo, al encierro y estudiar unas oposiciones o a la expulsión. ‘Culpables’ sucede en el Berlín de 1990. (p 207) Los culpables de este cuento proceden de una memoria común, son casi personajes de Google, una identidad numérica, digital; son reescritura de la celebración de cumpleaños que ha sucedido en el film ‘La vida es bella’; esa virtualidad se ha materializado en cultura, alguien puede ya referirse a ella como mundo. El niño judío salvado de las aguas y uno de los hijos de los S.S. en el Auschwitz de la película se reencuentran como por casualidad (tal vez lo hagan cada vez que alguien vea esta película, tal vez lo hagan cada vez que se proyecte aunque no la viese nadie). Siempre habrá contraste entre ellos; el  niño judío viene a lavar una culpa que no le reconocen mientras que el alemán quisiera ocultar la suya de ahora, que solo descubre al tiempo de verse descubierto. Para conseguir sus objetivos cada cual dependerá del otro (habremos de ir a la teoría de juegos). Llegarán a un acuerdo que los va a dejar a ambos como bien dice Fitzgerald a este lado del paraíso…

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