Luis Fernández Terrón
Viernes, 26 de Junio de 2015

La comunicación, antídoto del odio

Al escribir este artículo de opinión y haciendo referencia a lo que deseo expresar con este título, quiero hacer hincapié en que trato de comunicar una serie de pensamientos. No obstante, siempre estoy dispuesto a escuchar o leer otros que, seguramente y como mínimo, son más interesantes que éste.

 

Poniéndome a ello, considero que todos los seres vivos necesitan comunicarse para tener una adecuada subsistencia y no solo para los de su especie, también para los demás del planeta. Por eso, utilizan diversos mecanismos: sonoros, posturales, coloridos atrayentes o disuasorios, elaboración de sustancias y otros.

 

En los humanos, seres vivos inteligentes, las cosas van todavía más allá, porque hemos desarrollado el lenguaje oral, el escrito y el de signos como medios importantísimos para este menester. Reflexionando un poco, deduciremos que nuestra especie suprema y las otras formas de vida se extinguirían si fallara, totalmente, este mecanismo ¿Cómo se podría dar o recibir? ¿Cómo pedir ayuda? ¿Cómo aprender o deducir? ¿Cómo alimentarse debidamente? ¿Cómo reproducirse o amarse? ¿Cómo culturizarse? ¿Cómo...? Además  y no habiendo en la naturaleza, ni siquiera, dos seres iguales, ¿Cómo evitaríamos los enfrentamientos?

 

Si en las mujeres y los hombres del mundo llegara a predominar la incomunicación, ya sea en el ámbito familiar, laboral o social, traería consigo: desasosiego, inquietud, pensamientos distorsionados, no asumir errores, prepotencia, envidia...y poco después, odio.

 

Un odio que, aún siendo eso, siempre hay alguien que intenta sacar provecho, muchas veces, envolviéndolo en una falsa capa de victimismo, ¡y ocurre, vaya si ocurre! Y para más inri, en aquellos o aquellas que menos han aportado o aportan al ámbito familiar(a la hora de tirar del carro o cuando la enfermedad se ceba con algunos componentes de la misma) o al ámbito laboral (vaguería, insatisfacción, pereza) o al social (especie de revolucionarios, porque todo está mal). Ejemplares que no están por la labor de tener una sincera y fluida comunicación, porque sería la forma de reconocer sus defectos y eso les afectaría demasiado a su ego.

 

Por todo esto y mucho más, adquiere relevancia la gran mayoría que propugna la enorme importancia de una sincera comunicación, relación interpersonal, familiar y social. Yo, por lo menos, estoy con ella. Los que se amparan en todo lo contrario e intentan trasmitirlo a sus descendientes (a no ser que éstos últimos tengan el debido escudo de la cultura y lo rechacen), llegarán a ser seres solitarios y perecederos, porque el odio así los hace.

 

La comprensión mutua, la tolerancia, ceder en algunas cosas, la empatía... el amor, forman parte del entendimiento entre los seres racionales. Definitivamente, estoy con la comunicación.

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