La Comedia del Arte, en el Salón de Plenos
Cincuenta años, mi primera sesión de un pleno como ciudadano interesado en los asuntos de la ciudad, movido por la curiosidad y las ganas de aprender; una bella sala de una bella ciudad. Tomo asiento, los actores ya están en su lugar.
Mi interés, después de las regulares advertencias del secretario y del recién estrenado alcalde, se centra en prestar atención a todas y cada una de las propuestas que la nueva corporación de derechas hace. Tengo ganas de entender cómo funciona una sala donde se debaten los problemas de una ciudad, una sala donde se supone deberían reinar la democracia, la ética y los buenos modales.
Me fijo en la expresión del recién estrenado alcalde, y en su forma de toquetear el micro, como si no supiera donde poner las manos, parece algo nervioso. Hoy se “debaten” los sueldos exagerados que se van a poner; es un tema delicado, pero no para el descaro de la derecha, no para ellos.
Después de un rato y unas pocas votaciones precedidas por las intervenciones de la oposición de izquierda PSOE e IU Astorga, vuelvo a fijarme en la cara y en los gestos del Alcalde y del personaje de camisa rosa (del PAL) que se va poco a poco perfilando hasta convertirse en la 'macchietta' (el secundario, siempre lo será) del actor principal.
De pronto empiezo a ver la realidad y como si de un sueño se tratase la sala se ha transformado es como la arena de un circo, donde hay la representación trágica de la democracia al uso de quien manda en aquel momento. El espectáculo sigue las pautas preestablecidas, ahora está claro hay un actor principal y su actor secundario tragicómico (el de la camisa rosa, como un caramelo de fresa) que se responden a la perfección. Todo semeja ensayado, no hay posibilidad de error; juntos dan lugar a una escena previsible, falta de contenidos, diría casi patética, privada de credibilidad.
En la cara del actor principal, que es al mismo tiempo guionista y director de la farsa, se va dibujando una expresión casi cínica al ver la impotencia de los demás, al fin piensa: “Hemos conseguido convencer al público, nuestra escena maestra bien pensada dará su resultado, mi pequeño actor secundario de la camisa rosa se llevará parte de la gloria al proponerme una mínima rebaja de sueldo, que yo magnánimamente concederé para el bien de la comunidad. Y así, seré el héroe generoso y comprometido con la ciudad”.
El actor secundario cree ganar así su gloria, el pobre no sabe que lo que ha perdido es la dignidad. Y empieza su discurso, desafiando el sentido del ridículo, con las propuestas ya pactadas y que tendrán una sola respuesta. La comedia casi llega a su fin; los demás ya poco pueden hacer, son minoría. Todo está listo y se procede a votar. El espectáculo ya no tiene sentido, lástima no poder gritar “devolvednos el dinero del billete”, imposible es un billete que dura cuatro años.
Cincuenta años, mi primera sesión de un pleno como ciudadano interesado en los asuntos de la ciudad, movido por la curiosidad y las ganas de aprender; una bella sala de una bella ciudad. Tomo asiento, los actores ya están en su lugar.
Mi interés, después de las regulares advertencias del secretario y del recién estrenado alcalde, se centra en prestar atención a todas y cada una de las propuestas que la nueva corporación de derechas hace. Tengo ganas de entender cómo funciona una sala donde se debaten los problemas de una ciudad, una sala donde se supone deberían reinar la democracia, la ética y los buenos modales.
Me fijo en la expresión del recién estrenado alcalde, y en su forma de toquetear el micro, como si no supiera donde poner las manos, parece algo nervioso. Hoy se “debaten” los sueldos exagerados que se van a poner; es un tema delicado, pero no para el descaro de la derecha, no para ellos.
Después de un rato y unas pocas votaciones precedidas por las intervenciones de la oposición de izquierda PSOE e IU Astorga, vuelvo a fijarme en la cara y en los gestos del Alcalde y del personaje de camisa rosa (del PAL) que se va poco a poco perfilando hasta convertirse en la 'macchietta' (el secundario, siempre lo será) del actor principal.
De pronto empiezo a ver la realidad y como si de un sueño se tratase la sala se ha transformado es como la arena de un circo, donde hay la representación trágica de la democracia al uso de quien manda en aquel momento. El espectáculo sigue las pautas preestablecidas, ahora está claro hay un actor principal y su actor secundario tragicómico (el de la camisa rosa, como un caramelo de fresa) que se responden a la perfección. Todo semeja ensayado, no hay posibilidad de error; juntos dan lugar a una escena previsible, falta de contenidos, diría casi patética, privada de credibilidad.
En la cara del actor principal, que es al mismo tiempo guionista y director de la farsa, se va dibujando una expresión casi cínica al ver la impotencia de los demás, al fin piensa: “Hemos conseguido convencer al público, nuestra escena maestra bien pensada dará su resultado, mi pequeño actor secundario de la camisa rosa se llevará parte de la gloria al proponerme una mínima rebaja de sueldo, que yo magnánimamente concederé para el bien de la comunidad. Y así, seré el héroe generoso y comprometido con la ciudad”.
El actor secundario cree ganar así su gloria, el pobre no sabe que lo que ha perdido es la dignidad. Y empieza su discurso, desafiando el sentido del ridículo, con las propuestas ya pactadas y que tendrán una sola respuesta. La comedia casi llega a su fin; los demás ya poco pueden hacer, son minoría. Todo está listo y se procede a votar. El espectáculo ya no tiene sentido, lástima no poder gritar “devolvednos el dinero del billete”, imposible es un billete que dura cuatro años.