La puerta análoga
Nuria Cadierno nos lleva al más vivo de sus tesoros, otra vez nos invita a pasear su infancia, algo que no debería morir en nosotros y secarse como si hubiera cumplido un ciclo, algo que sigue enriqueciéndonos a nuestras espaldas; por ello temo que la expulsión temprana de la niñez, cada vez a edades más tiernas impida recuperarla luego en la edad adulta. Si así sucediera, si la infancia nos abandonara completamente, dice Franz Hellens, estaríamos muertos.
![[Img #17110]](upload/img/periodico/img_17110.jpg)
Aquel día me proporcionó, por un instante, una nueva percepción fantástica, insospechada quizás por el ángulo y la altura; pero sobre todo por la luz que incidía en ese momento sobre las rocas; solo fue un instante, pero lo suficiente para que mi mente intentara discernir en la distancia la fantasía que ese día me regalaba; una visión efímera, un espejismo que perdí en un momento, y que ni volviendo sobre mis pasos pude ya retomar, era como si ese día la realidad me abriese caminos desconocidos que me transportaran al más allá de mi infancia.
En mi mente parecía haberse abierto una puerta o acceso a algo olvidado por el tiempo, parecía que en las simples rocas que yo siempre había visto se dibujasen unas siluetas de colosos análogos y un símbolo.
La imagen de las estatuas gigantescas retornaba a mi mente para no ser olvidada y así investigar ese puzle de ruinas emocionales que configuran el espacio vivido en mi infancia.
Otra vez un lugar mágico de la infancia quería mostrarme algo: El lugar donde se ubicaba esa nueva puerta custodiada por colosos era el acceso inmediato al sitio de vigilancia preferido de mi infancia, una meseta elevada en el lado contrario de acceso al pueblo desde donde se veía todo el valle, las casas, los ríos, los caminos y la gran cuesta que separaba nuestro valle del pueblo vecino, del que solo emergía la espadaña y se oían sus campanas. Cualquier caminante sería observado desde allí antes de internase en la masa verde de los árboles que ocultaba el pueblo.
Subir hasta ahí suponía un esfuerzo por la fuerte pendiente y el azote de los vientos, por la quemazón del sol, pero la visión coronada por el Teleno de lateral era poderosa, única. Toda la paz frente a la extensa planicie, lugar arcaico de pastoreo idoneo para vigilancia de los animales.
Ese lugar de poder, donde yo y mi amiga de infancia ejercíamos de aprendices de pastoras, haciendo roscas y collares de flores malvas secas, cogidas allí para hacernos coronas siguiendo una tradición ancestral que requería paciencia y destreza, y que nos emocionaba cada día y nos hacía sentirnos verdaderamente bellas.
Había que saber situarse, sentadas para que el viento no nos llevara las flores interrumpiendo el ritual mágico de cada tarde; y si aun así el viento nos hacía correr era entre risas. Desde ese lugar podíamos tocar el cielo azul con el dedo y la energía del monte sagrado fluía en una paz inmensa, su luz iba bajando y nosotras antes de retirarnos reproducíamos una especie de danza de las pastoras al dios Teleno, dando vueltas con los brazos abiertos para sentir nuestras coronas al viento y sentir la primavera.
Estaba claro que ese lugar era mágico y esa visión corroboraba que seguramente lo fue también para los ancestros, y que bien pudo ser la puerta de acceso de una civilización más primitiva que estaría asentada allí.
Aquellas montañas análogas que se me dibujaron como colosos en el atardecer y aquel símbolo triangular con algo dentro tallado en la parte izquierda de la roca, significaban algo.
Sin duda habría que volver al lugar e inspeccionarlo de cerca.
![[Img #17111]](upload/img/periodico/img_17111.jpg)
Pasaban los días y seguía haciendo conjeturas en mi mente, intentando buscar una relación o una pista con lo intuido, quizás hacer averiguaciones por los entornos o preguntar historias a la gente anciana del lugar; claro que sin decir nada de este hallazgo que de momento era mágico y que quizás pertenecía al lugar de los sueños o a un lugar más allá de lo razonable o de lo visible en un estado normal. Aunque se me antoja que todo está ahí delante, protegido por diferentes velos, velos de luz, velos de tiempo. Tal vez en el instante que se me permitió visionarlo, un velo se levantó. Si esto no volviera a ocurrir quedaría oculto nuevamente por los siglos.
Y si en realidad lo que me quiso decir esa visión era que mi infancia estaba protegida por grandes colosos y que para acceder a ella tendría que pasar por aquel lugar recordando tantos descubrimientos de esa edad. Y si uno de los colosos fuera mi abuela que siempre custodió mi niñez y que me mostró todos los secretos de la naturaleza y su magia, y que yo en parte había olvidado…Quizás esa era la manera que los ancestros habían escogido para darme un mensaje, el conocimiento basado en el sentir profundo de un pueblo que vivió siempre mirando al Teleno, que hoy se comunica tras un espejismo.
Mi abuela, me había llevado también por ese lugar, quiso mostrarme cuando tenía cinco años, la magia de los lugares ocultos, de los que ella era una gran conocedora y gran creyente.
Un día de otoño emprendimos la expedición, costosa y de varios kilómetros; mi abuela siempre supo infundir misterio y despertar mi curiosidad por medio de las historias que me contaba con todo lujo de detalles; pero que claro, solo podían vivirse yendo al lugar y fijándose en cada cosa, como si de un cuento se tratase, porque nunca eran lugares accesibles.
Como llegar no sería fácil, había que ir abrigada contra los vientos, la cara bien huntada de crema para que no me la cortaran el viento ni el sol de alta montaña, y con la semilla de la curiosidad para que cuando flaquearan las fuerzas, su destreza mostrándome lugares y contándome las historias que ella vivió o que le habían contado que pasaran en aquellos sitios despertaran mi imaginación. Porque eso sí, mi abuela tenía una memoria prodigiosa.
![[Img #17109]](upload/img/periodico/img_17109.jpg)
Recorríamos sendas ya borradas, pero no en la mente de mi abuela que reconocía casi fotográficamente cada lugar, cada piedra, cada arbusto como si fueran los verdaderos y ocultos protagonistas de las historias. Cuando ya llevábamos algún kilómetro y yo me sentía cansada parábamos y ella me hacía observar el paisaje; a nuestra izquierda, en una visión magnífica como un gran vigía que nos acompañaba el monte Teleno, y era de allí de donde venían esos vientos ,por lo que explico mi abuela allí no había arboles, solo arbustos; luego continuábamos el camino borrado que giraba suavemente a la derecha y que mi abuela reconocía, porque conocía cada roca y cada piedra.
A veces, me hacia mirar atrás y ver todo lo andado, para decir que ya quedaba poco y así alentar mis pequeñas piernas cansadas, entonces cogía mi mano y continuábamos otro tamo en silencio y juntas.
Continuábamos girando ligeramente hacia la derecha, dejando ya a nuestras espaldas la cordillera y ya se percibía al frente un nuevo paisaje desconocido para mí, un terreno donde la tierra estaba resquebrajada con profundas grietas, como puzles separados, una visión que me impresionó y sobre la que rápidamente pregunté a mi abuela; ella siempre con su serenidad me explicó que aquello era obra del viento y la falta de lluvia. La tierra a la intemperie era azotada por los vientos, y sin agua y vegetación se cuarteaba; era una visión triste, durante un gran trecho parecía que atravesábamos un desierto de tierra rota que nos llevaría al lugar deseado.
Al llegar al lugar, la magia se encendió, la mirada era nuevamente verde, era una nueva planicie circular de pasto verde rodeada de nuevas y altas montañas por todos los lados y se divisaban diferentes valles, era como una luz frente a la oscuridad, el viento allí había cesado y había un silencio eterno, como parado en el tiempo. Llamaba la atención una piedra de tamaño considerable en el centro de la planicie hacia la cual nos dirigimos.
![[Img #17112]](upload/img/periodico/img_17112.jpg)
En aquel lugar uno se sentía pequeño en la inmensidad, pero con mi abuela siempre a mi lado. Por fin habíamos llegado al lugar y era el momento de conocer el secreto del que tanto me había hablado mi abuela, ella decía que iba a conocer como las montañas me hablarían y conocerían mi nombre, aquello que ella llamaba ‘el eco’; y yo que no podía más con la curiosidad abría los ojos y miraba a todos los lados. Mi abuela me dijo que tenía que gritarle a las montañas mi nombre para que me conocieran y ellas lo gritarían también, yo entusiasmada cogí aire y grite: Soy Nuria...Y unos segundos después mi nombre retumbaba por todo el valle ‘N-U-R-I-A’…Y mi asombro no podía ser mayor, y así grité y grité mi nombre hasta que me canse; ya había conocido el eco y volver a casa ni me costo de la ilusión. Claro que ahora que conocía la magia de las montañas que hablaban, me preguntaba que secretos esconderían, y aun ahora me pregunto que si de verdad las montañas me devolvieron el nombre o se quedaría allí con ellas y debo de volver a buscarlo...
Aquel día me proporcionó, por un instante, una nueva percepción fantástica, insospechada quizás por el ángulo y la altura; pero sobre todo por la luz que incidía en ese momento sobre las rocas; solo fue un instante, pero lo suficiente para que mi mente intentara discernir en la distancia la fantasía que ese día me regalaba; una visión efímera, un espejismo que perdí en un momento, y que ni volviendo sobre mis pasos pude ya retomar, era como si ese día la realidad me abriese caminos desconocidos que me transportaran al más allá de mi infancia.
En mi mente parecía haberse abierto una puerta o acceso a algo olvidado por el tiempo, parecía que en las simples rocas que yo siempre había visto se dibujasen unas siluetas de colosos análogos y un símbolo.
La imagen de las estatuas gigantescas retornaba a mi mente para no ser olvidada y así investigar ese puzle de ruinas emocionales que configuran el espacio vivido en mi infancia.
Otra vez un lugar mágico de la infancia quería mostrarme algo: El lugar donde se ubicaba esa nueva puerta custodiada por colosos era el acceso inmediato al sitio de vigilancia preferido de mi infancia, una meseta elevada en el lado contrario de acceso al pueblo desde donde se veía todo el valle, las casas, los ríos, los caminos y la gran cuesta que separaba nuestro valle del pueblo vecino, del que solo emergía la espadaña y se oían sus campanas. Cualquier caminante sería observado desde allí antes de internase en la masa verde de los árboles que ocultaba el pueblo.
Subir hasta ahí suponía un esfuerzo por la fuerte pendiente y el azote de los vientos, por la quemazón del sol, pero la visión coronada por el Teleno de lateral era poderosa, única. Toda la paz frente a la extensa planicie, lugar arcaico de pastoreo idoneo para vigilancia de los animales.
Ese lugar de poder, donde yo y mi amiga de infancia ejercíamos de aprendices de pastoras, haciendo roscas y collares de flores malvas secas, cogidas allí para hacernos coronas siguiendo una tradición ancestral que requería paciencia y destreza, y que nos emocionaba cada día y nos hacía sentirnos verdaderamente bellas.
Había que saber situarse, sentadas para que el viento no nos llevara las flores interrumpiendo el ritual mágico de cada tarde; y si aun así el viento nos hacía correr era entre risas. Desde ese lugar podíamos tocar el cielo azul con el dedo y la energía del monte sagrado fluía en una paz inmensa, su luz iba bajando y nosotras antes de retirarnos reproducíamos una especie de danza de las pastoras al dios Teleno, dando vueltas con los brazos abiertos para sentir nuestras coronas al viento y sentir la primavera.
Estaba claro que ese lugar era mágico y esa visión corroboraba que seguramente lo fue también para los ancestros, y que bien pudo ser la puerta de acceso de una civilización más primitiva que estaría asentada allí.
Aquellas montañas análogas que se me dibujaron como colosos en el atardecer y aquel símbolo triangular con algo dentro tallado en la parte izquierda de la roca, significaban algo.
Sin duda habría que volver al lugar e inspeccionarlo de cerca.
Pasaban los días y seguía haciendo conjeturas en mi mente, intentando buscar una relación o una pista con lo intuido, quizás hacer averiguaciones por los entornos o preguntar historias a la gente anciana del lugar; claro que sin decir nada de este hallazgo que de momento era mágico y que quizás pertenecía al lugar de los sueños o a un lugar más allá de lo razonable o de lo visible en un estado normal. Aunque se me antoja que todo está ahí delante, protegido por diferentes velos, velos de luz, velos de tiempo. Tal vez en el instante que se me permitió visionarlo, un velo se levantó. Si esto no volviera a ocurrir quedaría oculto nuevamente por los siglos.
Y si en realidad lo que me quiso decir esa visión era que mi infancia estaba protegida por grandes colosos y que para acceder a ella tendría que pasar por aquel lugar recordando tantos descubrimientos de esa edad. Y si uno de los colosos fuera mi abuela que siempre custodió mi niñez y que me mostró todos los secretos de la naturaleza y su magia, y que yo en parte había olvidado…Quizás esa era la manera que los ancestros habían escogido para darme un mensaje, el conocimiento basado en el sentir profundo de un pueblo que vivió siempre mirando al Teleno, que hoy se comunica tras un espejismo.
Mi abuela, me había llevado también por ese lugar, quiso mostrarme cuando tenía cinco años, la magia de los lugares ocultos, de los que ella era una gran conocedora y gran creyente.
Un día de otoño emprendimos la expedición, costosa y de varios kilómetros; mi abuela siempre supo infundir misterio y despertar mi curiosidad por medio de las historias que me contaba con todo lujo de detalles; pero que claro, solo podían vivirse yendo al lugar y fijándose en cada cosa, como si de un cuento se tratase, porque nunca eran lugares accesibles.
Como llegar no sería fácil, había que ir abrigada contra los vientos, la cara bien huntada de crema para que no me la cortaran el viento ni el sol de alta montaña, y con la semilla de la curiosidad para que cuando flaquearan las fuerzas, su destreza mostrándome lugares y contándome las historias que ella vivió o que le habían contado que pasaran en aquellos sitios despertaran mi imaginación. Porque eso sí, mi abuela tenía una memoria prodigiosa.
Recorríamos sendas ya borradas, pero no en la mente de mi abuela que reconocía casi fotográficamente cada lugar, cada piedra, cada arbusto como si fueran los verdaderos y ocultos protagonistas de las historias. Cuando ya llevábamos algún kilómetro y yo me sentía cansada parábamos y ella me hacía observar el paisaje; a nuestra izquierda, en una visión magnífica como un gran vigía que nos acompañaba el monte Teleno, y era de allí de donde venían esos vientos ,por lo que explico mi abuela allí no había arboles, solo arbustos; luego continuábamos el camino borrado que giraba suavemente a la derecha y que mi abuela reconocía, porque conocía cada roca y cada piedra.
A veces, me hacia mirar atrás y ver todo lo andado, para decir que ya quedaba poco y así alentar mis pequeñas piernas cansadas, entonces cogía mi mano y continuábamos otro tamo en silencio y juntas.
Continuábamos girando ligeramente hacia la derecha, dejando ya a nuestras espaldas la cordillera y ya se percibía al frente un nuevo paisaje desconocido para mí, un terreno donde la tierra estaba resquebrajada con profundas grietas, como puzles separados, una visión que me impresionó y sobre la que rápidamente pregunté a mi abuela; ella siempre con su serenidad me explicó que aquello era obra del viento y la falta de lluvia. La tierra a la intemperie era azotada por los vientos, y sin agua y vegetación se cuarteaba; era una visión triste, durante un gran trecho parecía que atravesábamos un desierto de tierra rota que nos llevaría al lugar deseado.
Al llegar al lugar, la magia se encendió, la mirada era nuevamente verde, era una nueva planicie circular de pasto verde rodeada de nuevas y altas montañas por todos los lados y se divisaban diferentes valles, era como una luz frente a la oscuridad, el viento allí había cesado y había un silencio eterno, como parado en el tiempo. Llamaba la atención una piedra de tamaño considerable en el centro de la planicie hacia la cual nos dirigimos.
En aquel lugar uno se sentía pequeño en la inmensidad, pero con mi abuela siempre a mi lado. Por fin habíamos llegado al lugar y era el momento de conocer el secreto del que tanto me había hablado mi abuela, ella decía que iba a conocer como las montañas me hablarían y conocerían mi nombre, aquello que ella llamaba ‘el eco’; y yo que no podía más con la curiosidad abría los ojos y miraba a todos los lados. Mi abuela me dijo que tenía que gritarle a las montañas mi nombre para que me conocieran y ellas lo gritarían también, yo entusiasmada cogí aire y grite: Soy Nuria...Y unos segundos después mi nombre retumbaba por todo el valle ‘N-U-R-I-A’…Y mi asombro no podía ser mayor, y así grité y grité mi nombre hasta que me canse; ya había conocido el eco y volver a casa ni me costo de la ilusión. Claro que ahora que conocía la magia de las montañas que hablaban, me preguntaba que secretos esconderían, y aun ahora me pregunto que si de verdad las montañas me devolvieron el nombre o se quedaría allí con ellas y debo de volver a buscarlo...