Eloy Rubio Carro
Sábado, 25 de Julio de 2015

Los tumbos infantiles de la biblioteca de Astorga

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La Asociación para la Recuperación de las Bibliotecas de Papel, también conocida como ARBP, es una asociación española constituida en diciembre de 2051. Su objetivo principal es la recuperación de bibliotecas y restos de bibliotecas de libros en papel que, con la implantación del libro digital, fueron desmanteladas o deshauciadas. Nuestra labor consiste en rastrear los archivos, lugares de depósitos y almacenes a los que pudieron ir a parar bibliotecas completas o selecciones de libros procedentes de esas bibliotecas. 

 


Los restos de lo que fue la Biblioteca de Astorga, apenas son unos cientos de libros, pero todos ellos valiosos por no haber sido nunca reeditados en formato digital; además son libros relacionados con su historia, su poesía o su leyenda. Destaca de entre los mismos el titulado ‘Astorga romana y su entorno’, cuyo autor fuera Tomás Mañanes y que aborda la arqueología romana de la ciudad de Astorga, con  atención al entorno rural y minero de la cuenca de los ríos Tuerto Órbigo y Duerna.

 

Otro de los escritos que han cruzado el río del olvido es ‘Astrockrga’, un libro que hace un repaso minucioso de la vida musical joven de Astorga y sus comarcas durante la segunda mitad del siglo XX.

 

Dos folletos han despertado mi curiosidad a primera vista: ‘El eremitismo en la Diócesis de Astorga’, y ‘Los primeros siglos de cristianismo en el Convento Jurídico Asturicense’, libro este último en el que se defiende que Prisciliano  habría nacido en Astorga; el argumento es sencillo, si nadie puede demostrar que Prisciliano no es astorgano entonces es claro que lo es; eso sí, sin fuente que lo afirme o lo desmienta, solamente Próspero de Aquitania habría escrito: “Prisciliano, episcopus de Gallaecia”. Con parecidas mimbres otro escritor de la época de Augusto Quintana, autor de los dos folletos, llegó a conjeturar que Poncio Pilatos también sería de Astorga.

 

Otro libro destacable y curioso de los del montón de la Biblioteca de Astorga, que más bien parece para uso escolar y del que no creo que llegara a editarse, lleva por título ‘Montes-Peñalba, Ensayo Histórico Artístico’. Solo al final de la introducción dedicada  “a mis amigos” se desvela que el autor era el recién nombrado en 1931 cura-ecónomo de Peñalba y lo firma Benjamín Martínez, en Marzo de 1936.

 

 

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Pero lo más destacable y lo que iba a depararme una de las mayores satisfacciones en el rebusco que vengo realizando en mis últimos años fue el encontrar entre los libros, cinco breves tumbos realizados y escritos por grupos de niños en el año 1996. Estos libros que requerirán el estudio en detalle de los especialistas fueron hechos por “niños de edades  comprendidas entre 6 y 12 años”, los cuales “trabajaron duro durante un mes en los locales del antiguo Ayuntamiento de Astorga”. De cada libro elaboraron ocho ejemplares, uno más que el de los componentes del grupo: “Hemos realizado 8 cuentos iguales de ‘Aedes y el medallón’, en el que nosotros hemos pensado la historia, la hemos escrito e ilustrado y hemos realizado la impresión de todas las imágenes”. En los cuentos en los que aparece la autoría firman con solo sus nombres.


Se trata en todos los casos de ediciones artesanas pero exquisitas, muy imaginativas. Son libros largos, muy apaisados y sujetos con una espiral. El texto ha sido impreso en una transparencia exenta, en las páginas impares; a su lado ocupando lo que serían las pares se acompaña de las preciosas láminas coloreadas que lo ilustran por sucesivas capas, con tramas diversas que proporcionan textura y delicia al tacto además de a la mirada.


No es habitual que una ciudad, a pesar de ser bimilenaria y consciente del peso de su historia, genere y haga acopio de documentos en los que los niños se expresen. Esta es una de las dificultades de la historia, oficial y no oficial, que aunque manifieste perseguir la objetividad se encuentra siempre con los documentos de los poderosos, casi siempre sesgados, en los que las mujeres y los niños si aparecen lo hacen cuando colindan o colisionan con un colono o varón; así sucede cuando escriben la historia de los que fueron o aún son esclavos suyos. En asuntos como estos en los que hasta el lenguaje es ya un enemigo, solo podemos esperar un atisbo de certeza por parte de la arqueología.


Mucho hubo de cambiar la pedagogía para que desde aquel antiguo “si no escribes bien, escribiré en tu espalda con un vergajo (…) hasta arrancarte la piel del espinazo”, se llegase a la confección de ‘Los Cinco Tumbos de Astorga’, que así se van a denominar desde ahora en la historiografía.


Dada la enorme complejidad en el uso de la imaginación y creativa de ‘Los Cinco Tumbos de Astorga’ voy en este primer informe a centrarme en los dos que tratan el tema de su romanización.

 

 

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Carlos tiene nombre de sueño y es Cali. ‘Cali y el Caco’ es el título del primero de estos dos cuentos. Seguir siendo niño y no hiena, y haberse convertido simultáneamente en adulto; arraigarse en la propia infancia y diluir la imagen grotesca que hubieron trazado para él no llegando a ser triste de adulto, frustrado, pasivo y violento tal el patrón indicaba. 


Esta es la joya que Carlos retiene del sueño; venir de ser otro en otra época y haber pensado y amado y guiado a muchos extranjeros por su ‘Asturica Augusta’. El collar que acarició el Caco no viene de un hurto a los dioses o tal vez sí, y se materializa ahí, a la vuelta del sueño agosteño en el que trabajaron duro por ser los guardianes de la memoria de Astorga, aquellos niños ya de 1996.

 

 

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El otro libro; aún conserva tres firmas de su autoría, otras dos se han perdido, se han despegado las pegatinas en las que venían inscritas; Marta, María, Laura de entre 6 y 12 años son las autoras de ‘Aedes y el medallón’ y aquí la fantasía no es de ida y vuelta. Aedes es un gnomo, las niñas alegres y despistadas con el poder mágico de ver en la noche, de ver sin ser vistas; para mayor gloria poseen ‘el medallón de la suerte y de la fertilidad’, otra suerte de anillo de Giges. ¿Qué harán estas niñas en la oscuridad, en el anonimato donde no serán vistas jamás? Jugar, tan solo jugar y hacerle buenas trampas a la locura; jugar y recomponer los estropicios de su juego.

 
Rasec, un tipo de gigante egoísta sin pizca de imaginación ni de curiosidad trama la caza de las niñas, de todo lo que fuese infancia, al acecho de los juguetes de la niñez. Las mantiene a raya, las cerca dentro de un rincón oscuro de la casa romana, donde nunca las llegaría a ver. Allí permanecen bulliciosamente escondidas, sin sus correteos, escondiendo la risa, haciéndose la niñez imposible. Cuando quieran despertarse y salir de su sombra serán mujeres ya adultas, tanto o más que Rasec de adultas; sin el medallón ni su magia; pero ¿quién sabe si no?
¿Quién sabe si ese cuento escrito no habrá sido la mirada en el ángulo oscuro del salón y hayan visto la noche?

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