Javier Huerta Calvo
Lunes, 27 de Julio de 2015

Una estancia llena de música

 

 

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Hace un año que María José Cordero nos sorprendió con unas canciones sobre diversos poemas de Leopoldo Panero. Hacía falta mucha sensibilidad y ?¿por qué no decirlo?? no poca valentía para acometer aquella empresa que dio como fruto un hermoso disco titulado Leopoldianas. Ahora acaba de asombrarnos nuevamente con una cantata basada en el poema más largo y ambicioso de Panero, La estancia vacía. Publicado en 1944, annus mirabilis de la poesía española contemporánea ?Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, Sombra del Paraíso, de Vicente Aleixandre?, lleva en sí todo el dolor y la tristeza de un tiempo arrumbado por la guerra y la muerte de los seres queridos, esa nada existencial que relató Carmen Laforet en su célebre novela, por cierto aparecida también el mismo año. El poeta no encontró mejor metáfora para expresar ese sentimiento de desolación que su casa natal, dominada por las sombras, inmersa en ese oscuro que caracterizará en adelante todo su imaginario. 

 

Al servicio de ese mundo singular ha puesto su talento María José Cordero. Ha escogido los fragmentos tal vez más significativos del poema: I. Despacio van las horas; II. Estoy solo; III. Lejos, cerca de mí Tu aliento; IV. Es dulce recordar; V. ¿Y Tú me escucharás? La partitura revela una lectura a fondo del poema, ninguno de cuyos matices ha escapado a la sensibilidad de la compositora. ‘La estancia vacía’ contiene una conmovedora historia sin acción exterior, pues que la peripecia transcurre en los hondones del alma. Así, el tono elegíaco y trágico del comienzo ?«Estoy solo»? contrasta con el final gozoso ?«No estoy solo»? de quien, tras la zozobra, encuentra al fin una calma esperanzada. El poema dibuja un itinerario del espíritu con el fin de «inventar a Dios», como el poeta escribirá en un poema de ‘Escrito a cada instante’.

 

Intentó luego concluir ‘La estancia vacía’, publicada como fragmento, pero sin fortuna. Y fue mejor así, pues el Panero más conmovedor no es el que halla y se convierte en poeta devocional, sino el que, unamunianamente, busca sin cesar, y en esa angustiosa búsqueda nos envuelve y seduce.


María José Cordero ha repartido el monólogo del poeta en cuatro voces: soprano (Lourdes Calderón de la Barca), contralto (Susana Peón), bajo (Juan Carlos Muruaga) y tenor (Carlos Silva). Es una variedad tonal que hubiera complacido al propio Panero, obsesionado como estaba por sacar a la lírica del pozo de monotonía a donde la habían hundido unas circunstancias que tan distintas eran a las de la feliz, diversa y divertida promoción del 27. Incluso llegó a ensayar las posibilidades de esa variedad tonal en esta ‘Estancia vacía’, poema en endecasílabos blancos (un homenaje a su maestro Unamuno), pero en el que, de cuando en cuando asoma la consonancia en forma de sonetos o la asonancia a través de levísimas seguidillas que producen el milagro del gozo en medio de tanta melancolía y tanto dolor.

 

 

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La instrumentación de la cantata responde muy bien a esa diversidad melódica: el piano de María José soporta el núcleo de la composición y vertebra la historia; se agradece incluso su participación vocal en uno de sus movimientos, pues que nos recuerda el precedente de las Leopoldianas, y rebaja el tono solemne de la cantata. Una viola ‘da gamba’, pulcramente manejada por Mariano Alises, refuerza el carácter religioso del poema, al evocarnos los grandes oratorios bachianos. Y relieve particular alcanza la percusión, excelentemente servida por Javier Cañete, que acentúa bien los contrastes entre la hondura de los versos religiosos a base de los timbales, el misterio de otros momentos, contrapunteados por el xilófono, y el ritmo vivaz que imprimen las seguidillas a golpe de castañuelas.

 

El carácter de pequeño y moderno oratorio se refuerza con la intervención del narrador (Javier Vecino), que va uniendo las distintas partes, recitando en ocasiones los mismos versos que luego se cantan. No se puede pedir más: la palabra austera y precisa del poeta, la música inspirada y el marco deslumbrante del retablo de Becerra. Si acaso, por poner un pero, la magnífica acústica de la catedral se resiente a veces de la megafonía. 

 

Creo que el buen fraseo de los cantantes hubiera llegado mejor a los oídos de los espectadores sin la mediación de los micrófonos. Preciosa la ceremonial despedida con el mutis de cantantes y músicos, a excepción del recitante y el percusionista, que pone el punto final a este poema mágico de temblores y sentires religiosos, es decir, arraigados en lo más profundo del espíritu.

 

 

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Personalmente, hubiera invertido el orden de las obras, empezando con la Misa y rematando (sobra, por efectista, el colofón de la llamarada virtual) con esta obra superior de María José Cordero, un verdadero salto cualitativo en su producción musical; un auténtico alarde de técnica y sensibilidad, con guiños varios que van desde Rajmáninov a ciertos toques de góspel. Toda una fiesta, pues, del arte, o sea, del espíritu, y un acierto indiscutible del Cabildo de la catedral de Astorga en este homenaje al obispo Camilo. Como es sabido, la obra de Leopoldo Panero sigue siendo ninguneada por quienes dictan los gustos y las modas de la escritura, el famoso canon. Si al linchamiento político de que ha sido objeto el autor se une la condición religiosa del poema, cabalgando a contracorriente del ruido y el confusionismo, se comprenderá lo difícil, por no decir lo imposible, de que un poema como ‘La estancia vacía’ sea valorado como merece. No importa. Lo indudable es el enorme mérito de María José Cordero, al haber sacado adelante esta creación mayor suya, que sería justo pudiera escucharse en otros lugares de España.

 

 

JAVIER HUERTA CALVO
Presidente de la Asociación de Amigos Casa de Panero
    

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