Astorgaredacción
Viernes, 07 de Agosto de 2015

Teresa y el arquitecto

 

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El jueves se representó en el recibidor del palacio de Gaudí la obra original de Javier Huerta, ‘Teresa y el Arquitecto’, con textos extraídos de obras de Santa Teresa, sobre todo de las Moradas, de Antonio Gaudí y del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Las vías para llegar a Dios parecen ser disímiles. Teresa propone que finjamos el alma como un palacio con distintos niveles o moradas por las que hay que ascender para encontrarse con Dios. En el alma habita el reflejo de lo divino como obra suya, renunciar a otro tipo de distracciones nos lleva a ese conocimiento de luz deslumbradora. También el arquitecto entiende el camino a la divinidad como ascesis, como imitación de Dios y de su obra; seguir ese camino, labrar su perfección no será soberbia. Cuidado dice Teresa y echa a rodar la manzana del saber nuevo


Usar la obra divina, asombrarse de ella e imitarla para acercarse a Dios por la senda de la belleza es la propuesta del arquitecto. La obra que le alabara. ¿Teresa, no te confundirá el arrebato erótico? Recorren sus caminos y dialogan, se entreveran en danza, humanamente se entregan y desmañan. Hacen el amor divino amándose, prorrumpiendo en la belleza. Cabe la tentación de que no hayamos hecho sino sublimar lo humano en el nombre de Dios. Las dificultades materiales impiden la finalización de las obras y el arquitecto grita, insulta; Satán reverdece a los pies de esa denuncia. Unicamente la intemperancia domeñada en el cenáculo de la morada última. (Al final de la representación, Teresa asciénde prendida en su canto al piso superior del Palacio del que se asoma para ver al arquitecto merodeando por el zócalo, le lanza entonces sus poemas, a través de ellos ha salido fuera de ellos, le arroja por así decirlo la escalera luego de haber subido por ella.)

 

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Una obra muy plástica, con una carga importante de erotismo y dos maneras aparentemente distintas, agustinianas ambas, de rastrear la huella divina en el conocer humano. 


Con una puesta en escena de José María Esbec y la interpretación muy dramática y preñada de simbolismos edénicos y esplendores vitales de Fernando Mercé y Paula Moncada; iluminación de Ismael González, muy contrastada y casi heladora frente al derroche pasional que ahí se desataba. Música de Antonio de Cabezón, himnos gregorianos y el tiento 96 de J. B. Cabanilles, interpretada al piano por Víctor Aliste. Producción Palacio Gaudí e Item/siglo de oro.

 

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