Domingo, 14 de Abril de 2013

Reflexiones de un joven sobre la Semana Santa

MANUEL CENTENO MAYO/ 

La Semana Santa para un joven de 17 años es un tiempo de descanso y disfrute como otros tantos períodos vacacionales. Muchas personas la aprovechan para viajar, ir a la playa, ir a la nieve, ir al pueblo o ir a la ciudad a ver procesiones y tomar limonada como atractivos turísticos. Astorga y León son destinos turísticos para los leoneses que viven fuera y que vuelven en estas fechas para disfrutar de la Semana Santa con espíritu más profano que religioso. 

En muchos casos, la determinan motivos económicos; los hosteleros tienen en estas fechas la mejor semana del año. 

Para un chico de mi edad, en la mayoría de las  casas, son las abuelas las que, con la entrada de la Cuaresma, nos avisan de la llegada de la S. Santa, imponiéndonos la vigilia de los viernes. Mis padres y abuelos cuentan cómo era la S. Santa en su época: ayuno y abstinencia, culto durante horas, incluso por la noche, confesiones generales, asistencia a procesiones como acto de fe, con la seriedad y devoción que se imponía en ese momento. Los lugares de ocio se cerraban determinados días, incluso, me cuentan, que en las ciudades los prostíbulos quedaban sin actividad durante esas fechas. 

Mi padre me cuenta la historia de Genarín y cómo en su momento fue censurado y prohibida la fiesta en memoria del pellejero de León. 

En la Semana Santa, la ciudad gira en torno a las procesiones y los pasos. Muchos de mis amigos son cofrades y participan en las mismas como una actividad más o por el compromiso adquirido con la cofradía; algunos de ellos, incluso, lo viven con emoción, aunque esto es más la excepción que la regla. En general, no interiorizamos el verdadero significado de estas fechas, como tampoco las celebraciones religiosas del resto del año. En todo caso, éste no suele ser motivo de conversación entre nosotros. 

Actualmente, no hay frontera entre la celebración religiosa-turística y la celebración noctámbulo-festiva. De hecho, los que participan en una, pueden, después, estar también en la otra. El trasnochar por estar en o ver las procesiones se conjuga perfectamente con trasnochar para salir de fiesta por los bares. Se puede dar el caso de empalmar la fiesta con la primera procesión de la mañana. No sería raro oír un comentario como: “ estoy hecho polvo, ayer pasé la resaca pujando El Bendito Cristo”. 

Esta reflexión sobre la Semana Santa se puede hacer extensiva al resto de las costumbres y celebraciones  tradicionales que han perdido el sentido y quedan vacías en su esencia. La pérdida de los viejos valores debería ser sustituida por otros que llenen este hueco. La necesidad de convivir, comunicarse y disfrutar no puede reducirse al botellón. 

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