Luis Miguel Suárez
Domingo, 30 de Agosto de 2015

Un viaje a Asturica Augusta para dar la vuelta al mundo

 Tumbas Licias, Andrés Martínez Oria, CSED, 2015.

 

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Tras 'Invitación a la melancolía' (2014), sin duda la más compleja de sus novelas y tal vez su obra cumbre, Andrés Martínez Oria  vuelve a modelos narrativos más tradicionales en 'Tumbas licias' (Astorga, CSED, 2015). El descubrimiento de una estela con una enigmática inscripción impulsará al arqueólogo Tadeo de los Santos a emprender un largo viaje que le llevará desde Altiva (trasunto literario de Astorga y aquí aludida indirectamente con su nombre antiguo de Asturica Augusta) hasta las exóticas tierras de Asia Menor. Pero el azar convertirá el viaje, concebido en principio para el recreo y el estudio, en una aventura fascinante, en la que no faltarán ni el amor ni el peligro.


'Tumbas licias' recoge así tanto el esquema narrativo como diversos motivos de la novela griega. De hecho, algunos de los escenarios que recorre el protagonista se corresponden con los de los antiguos relatos helenísticos, aludidos y homenajeados de forma explícita en diversas ocasiones (pp. 170-171, 194…). Del mismo modo, la materia amorosa se convierte aquí en uno de los ejes temáticos fundamentales; un tema que abarca enfoques distintos, desde el sentimental, con ciertos ribetes melodramáticos, hasta el erótico. Aunque en este aspecto igualmente se percibe la presencia de otros modelos más modernos, como veremos luego.


Pero ese homenaje a la novela griega constituye solo un aspecto particular del tributo que Martínez Oria rinde aquí al mundo clásico. En torno a él, en efecto, gira la vida del protagonista, y no solo en su faceta profesional como arqueólogo y estudioso, sino también en el plano personal, pues, como él mismo afirma, “siente una pasión enfermiza por la cultura clásica”; pasión, por otro lado, que está en el origen de toda la trama novelesca. Ese esplendoroso mundo grecolatino será evocado, reconstruido, e incluso revivido a partir de los vestigios que Tadeo de los Santos va visitando en su viaje.

 

Junto al relato clásico se percibe la presencia de arquetipos más modernos procedentes del mundo del cine, puesto que ciertas escenas y ciertos personajes parecen extraídos de una película de gánsteres o de suspense; mientras que otros se encuadran en el género de aventuras o en el folletín cinematográfico. Así lo sugiere en ocasiones el propio narrador (pp. 232,249, etc.) e incluso se burla de ello; y no deja de apuntar tampoco innegables vínculos entre la novela griega y el cine (pp. 194 y 207). Este tipo de referencias metaliterarias más o menos claras o veladas están diseminadas a lo largo de todo el libro, a veces en una especie de guiño irónico al lector.


Por otra parte, la elección del punto de vista narrativo —la historia está contada en primera persona por el propio protagonista— condiciona algunas características del relato. Ya desde el principio Tadeo de los Santos se define “como un enfermo de libros”, entregado a la pasión de la literatura. Y de él dirá otro personaje que en su personalidad se mezclan “el rigor científico y esa imaginación tan sensible de los poetas” (p. 21). Ambos aspectos se traslucirán a lo largo de su narración, y en especial en los pasajes que describen los lugares (Venecia, Éfeso, Troya, Esmirna…) que va visitando en su viaje, evocados en vívidas descripciones no exentas de lirismo. La contemplación deslumbrada de estos lugares suscita la evocación de historias y personajes vinculados con ellos, lo que permite al narrador desplegar su erudición y sus abundantes lecturas, sobre todo clásicas (Catulo, Jenofonte, los poetas de la Antología Palatina, Helio Arístides…), pero también bíblicas o de otros escritores más modernos (Chateaubriand, Cafavis, Luis Alberto de Cuenca, etc.). Y, en fin, todo ello da pie asimismo a reflexiones sobre temas diversos (con frecuencia actuales) en las que puede aparecer hasta cierta vena políticamente incorrecta.

 

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En cualquier caso, parece claro que Tadeo de los Santos posee una innegable capacidad imaginativa. Él mismo comienza dudando de la realidad de todo lo ocurrido, pues bien podría ser el “fruto de una imaginación contaminada por algún mal, quizá el de la lectura” (p. 9); imaginación, claro está, que no es otra que la suya. A sembrar esta duda contribuyen, además, sus veleidades literarias, pues en cierto momento llega a sugerir su propósito de escribir una novela (p. 129) y, más adelante, de dejar testimonio de su viaje (p. 139). Tal vez 'Tumbas licias' sea precisamente el fruto de ambas incitaciones. Cierto es que el misterio que rodea algunos episodios (así algunas vivencias en Venecia) quedará desvelado más adelante. Sin embargo, otros (por ejemplo, su visita a las ruinas de Pérgamo) parecen más bien fruto de una alucinación o de una fantasía del narrador. Y en definitiva, ciertos detalles quedan envueltos en una atmósfera onírica que llega a recordar la de 'El raro extravío del viajante Eterio en el Pinar de Xaudella' (2008). 


'Tumbas licias' reúne, pues, toda una serie de ingredientes (viajes, amor, aventuras, misterio, suspense…) que aseguran sin duda la amenidad del relato y suscitan el interés del lector. 

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