Eloy Rubio Carro
Domingo, 20 de Septiembre de 2015

Yo no me llamo Vincennes II

Arnaut Daniel intenta poner orden en los papeles de Samuel Yebra. Entre los cuales se encontraban la narración de un infanticidio y la revelación de una carta que Samuel echó al mar en busca de una destinataria que ya habría muerto. Ofrecemos ahora la reconstrucción de aquella carta a la que se entrega el escritor, una reescritura que retoma la primera idea de viaje imposible, ya desde el otro reino de la muerte...

[Img #18324]

 

 

Unos días antes de que lanzara la carta al mar había adquirido los ‘Poemas del manicomio de Mondragón’. De allí copió un poema que haciéndolo pasar por propio envió a Sophy.

 

“Danza en la nieve

mujer maldita

danza hasta que tus pies

descalzos sangren,

el Sabbath ha empezado…

 

Luego de bailar toca

la nieve: verás que es buena

y que no quema tus manos

como la hoguera

en que tanta belleza

arderá algún día…

 

 

Son algunos de sus versos. No tengo duda alguna de que le fascinaba este libro y todo lo que hasta entonces escribiera su autor. Incluso me dice que llegó a querer ser él, firmando con sus iniciales L.Mª P. talladas a navaja en grandes lajas, en el corazón de la maragatería.

 

Había leído a Robert Graves e imaginaba que Sophy podría ser su ‘Diosa blanca’, Isthar desnuda a lomos de un león (el poeta). Sophy era la Diosa que le incitaría y  mantendría poéticamente activo y creador; un león manso y derrotado por el repelús del contacto de su piel desnuda.

 

Sophy le dijo “Estoy muy enfadada contigo, me ha dolido muchísimo ese poema”.

 

“Así arderá tu cuerpo

 y del Sabbath quedará

tan sólo una lágrima 

y tu aullido”.

 

Poco parecía importarle a usted que el poema no se ajustara a la personalidad de Sophy, lo creyó asombroso, ineludible; pensó que con él  conjuraría a la Diosa. Nunca imaginó que con este poema fuera a conquistar a Sophy, pero sí que sería más fácilmente seducida dada la perplejidad de ese sol de sombra.

 

Sophy protestó enfadada, había acudido a una traducción más precisa que la que ella pudiera hacer y se había enterado completamente del sentido del escrito. Una lágrima y su aullido fueron su definitiva despedida.

 

[Img #18321]

 

Marchó Sophy de vacaciones hasta el nuevo curso y la echaba de menos, seguramente le hubiera gustado hablarle del origen del poema y de la vanidad que suponía el habérselo mandado, aunque nunca supiera exactamente la última razón de aquel envío. Era el momento adecuado para dejarse llevar por un sentimiento de irrefrenable añoranza y también de tentar la magia suprema, la que va más lejos del sentimiento original, la que resulta imposible y en esa imposibilidad se ejecuta.

 

Y escribió usted aquella carta en tinta china roja, la cual enrolló como un antiguo pergamino y sujetó con una goma, a continuación puso la dirección y el remite y la introdujo en una verde botella de vino sin etiqueta, la cual taponó con un corcho y echó a la mar.

 

Una desmañada reconstrucción de aquella carta lanzada al mar, es lo que nos queda entre los materiales que me da a organizar, una carta bastante roma, que no descollaría jamás entre las cartas de amor ni de otro género. Tal vez ello se deba a que es una reconstrucción y que de aquel ‘estar poseído’ originario tan solo queda el recuerdo acuilmado. Pero más me inclino a que se deba a su escasa disposición a la escritura en lo que se refiere a la expresión de sentimientos. Aquella carta podría haber dicho: “El viernes, tras acabar las clases de inglés, intuí que podías comenzar el fin de semana en ‘El Árbore’ (un bar de moda)* y fui hasta allí andando desde ‘Las Traviesas’. Iba muy excitado. Llegué y aún no estabas. Estaba dispuesto a esperar y pedí una cerveza, no era la primera que bebía. Impaciente y nervioso seguí bebiendo mientras leía ese libro de poemas de Pessoa que bien conoces, ese  forrado con fotografías en blanco y negro de lindas muchachas saliendo del baño. Sophy, te esperaba, te necesitaba y no apareciste y mi impostura se quedó a dos velas, sin actuación; pues aunque también se actúe para uno mismo el resultado es insulso. Tenías que saber que te buscaba para dar lugar a aquel encuentro que esplendía de nosotros una felicidad extraña, arborescente, mágica. La imposibilidad de una vida en común producía una forma volátil de alegría sin compromisos, sin proyectos, donde tu presencia pergeñaba la fantasía en oleadas, un beso en cada ola que duraba lo que el tiempo de ‘In a sentimental mood’, justo dos minutos y 27 segundos y que reiniciábamos, entremedias de lingotazo de amontillado, para seguir toda la noche y otra vez la ola otra vez. Una marea que a veces no se recogía en el amanecer. No venías y yo me maldecía sin ti, me quedaba sin sentido sin ti. Entonces ya no tenía a donde caerme muerto, y se me acababan el tiempo y la paciencia de esperarte y la noche era tan larga para el tedio... Sophy, te quiero, ahora habré de morir sin ti,  ya con esos ojos que por última vez vi con lágrimas… Aquella magia habría de florecer con solo tener esperanzas. Yo quería tener esperanzas, no importaba que esas esperanzas me dolieran. Ese dolor tan inmenso me llevaría a ti donde estuvieras. La mejor prueba de tu amor será esta carta si te alcanza atravesando toda la inmensidad, toda la inexistencia, incluso por ese camino tan poco fiable como es el de la muerte...”  

 

[Img #18322]

 

Tal vez dijera algo así en aquella carta, aunque lo diría más apasionadamente, como expresión de la magia cotidiana que solía convocar la pureza de las cosas en tu honor, una paranoia fascinante y festiva. Ahora, a pesar del tono menos luminoso, la magia que invoca es la gran magia, la que lleva por otros extravíos al país de los muertos, si es que hubiera algo de esto. Ahora la magia ha dejado de ser una broma. Esa carta con el trampantojo de la frase final convoca a aquella primera a dar en su destino, incita a las mareas a que más allá de la muerte todavía le llegue la carta a Sophy.

 

(Bueno, todo esto no dejaría de ser una broma o una pose escrituraria, una forma de protesta o grito solitario que alivia el momento, solo comunicable en un artefacto literario como este. La primera carta es por ello verdadera tal como lo sea una lágrima o un aullido. La segunda, que reconstruye la primera, es por contra una carta sin destino, tramposa y ya sin alma, una lágrima pensada, un aullido de bostezo que no ha sido y por ello se trama en la ficción y sin dejar poso; pero tal vez me equivoque y en cuanto active a la primera poseerá la gran riqueza, habrá logrado agolpar aquellas lágrimas una y otra y otra vez lloradas y no cabrá ya el mar para mantener a flote una breve botella de deseo...) (Continuará)

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