Martes, 16 de Abril de 2013

No va de cuentos

ABEL APARICIO / 

Hubo una vez, en una ciudad amurallada, en la que paseando por sus calles se podían ver miles de sonrisas, mujeres y hombres vestidos a diario con sus mejores galas así como niñas y niños a los que no le faltaba de nada. Era al entrar en sus casas cuando se apreciaban los mejores detalles. Lujo a raudales y una obviedad palpable, los platos siempre llenos.

Un  buen día, unas personas a las que esas niñas y niños ni siquiera conocían, empezaron a llegar de extramuros y a llenar sus calles, sus impolutas calles. Éstos, les preguntaban asustados a sus mamás y a sus papás por qué esos otros niños estaban llorando, por qué sus mamás también lloraban, por qué sus papás tenían cara de impotencia mientras sus lágrimas chocaban contra el suelo y, por qué estaban marchando hasta las puertas de sus propias casas, sus palacios inexpugnables.

Las mamás y los papás no tenían respuesta, no era posible que sus hijos, sus frágiles hijos, vieran esa miseria. Que alguien se atreviese a abrir la ventana a la realidad, cambiar cristales opacos por unos cruelmente traslúcidos, y en consecuencia  sus príncipes y princesas, se dieran de bruces con lo que otros niños tenían que convivir.

Una mañana se reunió la corte y los informantes del rey ofrecieron el discurso de una de sus doncellas. Esta doncella calificó lo hecho por esas personas de extramuros como “nazismo puro”. Las niñas y niños quedaron asustados, incluso alguno de sus papás. Quizás, esa doncella no recordase tres detalles históricos de ese reinado:

El apoyo nazí– sí, aquellos que bombardearon localidades leonesas - al Dictador en cuyo gobierno, el fundador de su partido Manuel Fraga, fue Ministro.
Las grandes gestas del fundador del partido de la doncella.
Las palabras de alabanza del actual presidente de su partido al que fue su mentor.

Esa doncella por mandato divino recibía tres bolsas de oro, pero para tener esa suerte quizás debería medir más sus palabras y calcular el alcance de recordar aquella noche de cristales rotos.

Para no dejarla sola, otra doncella de la corte comparó el acto de señalar con el dedo a los que están echando a la gente de sus casas basándose en una ley hipotecaria abusiva con el terrorismo de ETA, sin importarle lo más mínimo ni el sufrimiento de las víctimas de ETA, ni la historia ni el contexto de la banda.

Más tarde, habló otro de los hombres del rey -ahora convertido en dragón que expulsa Gas Natural y fuego por la boca- diciendo que esos niños no tenían que ver el dolor de otras personas, de otros padres, no tenían por qué soportar la presión psicológica de saber que hay gente que estaba sin un techo, sin un lugar donde dormir, que otras niñas y niños estaban viviendo en la calle por culpa, entre otros, de sus papás y sus mamás que tan bien vivían en la ciudadela. Quizás aquí encuentre la respuesta: Tienen que verlo (sí, estoy hablando en presente) porque sus padres fabrican esta realidad y, a la realidad se la mira de frente, aquí no hay cuentos que valgan, la miseria es real, las personas buscando en contenedores existen, la gente durmiendo en las aceras existe, aquí ya no vale ocultar ni engañar, como con la adhesión de ese reinado a la OTAN.

Unos días antes, otros hombres del rey que ahora pretenden estar con la gente de extramuros avanzaban junto a ellos, pero la memoria no es tan frágil y muchos les recordaron que fueron ellos quienes agilizaron trámites para echarlos de sus casas. 

Del anacronismo monárquico no quería hablar, pero se lo debo a los 'juancarlistas'. Al rey de ese país ni estaba ni se le esperaba, al igual que a toda su familia, ya que siempre estuvieron con los poderosos, con el lujo, con el poder, no había más que ver sus posesiones cuando empezaron a reinar y las que tenían cuando ocurrió todo aquello. Todo eso no se consigue reinando un pueblo, quizás, tuviera ciertos negocios que no se pueden enumerar por inabarcables y por opacidad en las leyes. 

Pero un hálito de esperanza llegó a la gente de extramuros cuando la organización a la que pertenece ese país le dio la razón a esas personas que están echando de sus casas y que tienen un motivo más para creer.

Esta historia no está finalizada, nos toca a todos y a todas ser merecedores de un digno final. En el artículo 47 de ese reinado se puede leer lo siguiente: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”. 

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