Lo que todos no sabíamos: el porvenir está abierto
Emilio Pedro Gómez vino este verano como en otras ocasiones con su librito, nuevo y simpático, con la áspera piedra pómez recién alisados sus bordes. Un libro reflexivo, un golpe de timón en su escritura, una indagación en la realidad a través del lenguaje y sus silencios que nos trae la gran sorpresa de que la vejez es una edad abierta y que solo la muerte lo interrumpe todo.
Motivos de horizonte, Emilio Pedro Gómez, Editorial Encuadres S.L. Valencia 2015
![[Img #18484]](upload/img/periodico/img_18484.jpg)
‘Motivos de horizonte’,el último libro de poemas de Emilio Pedro Gómez. Consta de dos partes bien diferenciadas: ‘Todo ocurre en los nombres’ y ‘Porosidad de las fronteras’.
‘Todo ocurre en los nombres’ parece querer decir que todo ocurre en las cosas y en nuestras relaciones con las cosas y que hay un lenguaje inaudible que traba esta relación y que conviene aprender. Se encuadra esta primera parte en la denominada poesía del silencio, que no es otra cosa que escucha y manifestación de lo que calla (entendiendo así lo que calla como modo de expresión).
He tratado de indagar cómo se entiende aquí ese silencio y creo que ha de ser como una escucha, pero no una escucha del lenguaje ni en el lenguaje, sino una escucha del suceder. Así en el poema inaugural del libro se proclama una escritura que trama lo consciente y lo inconsciente, “en el confín del pensar / el secreto vibrar del sentimiento”. A partir de aquí la vía podría ser el lenguaje, las palabras, 'aquello de no' que estas contienen y que es límite difuso a su designio: “Verter silencio / en las palabras / hasta cuajar las voces de su enigma”. Debemos también suponer que cada palabra calla de distinta manera que cualquier otra y en ello ha de radicar la audición. Las palabras verdaderas “cohabitan en el secreto de las pausas”, ahí en la oración donde las palabras atrapan uno u otro sentido. Pero el objetivo, insisto, es el silencio de más allá de las palabras a las que estas podrán llevar con premeditación callada, con paciente escucha, curtida, selecta. Así se volverán propias, concretándose en sentimiento, pretendiendo el sentido de la tribu.
Asistimos en estas páginas primeras en una especie de metapoemas, una vez allanadas las condiciones de acceso a lo real, al nacimiento del verso. Desde el grito llegan la voz y las palabras que se despliegan y se iluminan, donadoras de un sentido que sorprende hasta a la mano que lo escribe. Un sentido originario que procede de la escucha de las cosas y que se pule en el trasiego del lenguaje.
Declara entonces las insuficiencias de la expresión poética por dejar fuera algunos elementos sumamente reveladores que escapan a la escritura. Llegaría así la escucha al poema, pero permanecería fuera el temblor de una gota agazapada en ese poema. La metapoesía en esta escritura no radica únicamente en las preguntas que versan sobre el hacer poemático, también se inquiere por ‘el poema en el poema’, lo que tan a menudo de indecible afinca en él. Hay también momentos en que la imposibilidad queda del lado del propio poeta: “Ahí está / lo que no sé escribir / agazapado / al borde del silencio”.
Ahora bien, parece como si “el sordo suceder de lo indistinto” fuera la melodía que se busca, que el yo debiera de desaparecer en beneficio de otra ‘unio’ que se mediría en un lenguaje ‘mántrico’, despojado y que accedería a la verdad que callan los nombres; pero eso que callan si fuera indecible sería algo más allá o antes de los mismos, siendo de las cosas o de nuestro modo de estar con ellas. Hay un sordo suceder de lo distinto que hace que aunque efímeros podamos ser. Esa indistinción esencial y unitiva y para colmo innombrable no puedo comprenderla sino en momentos de vitalidad escasa como deseo de muerte.
Se abordan formas inesenciales de escucha que producen información apresurada (Pag, 34), mejor en ese caso permanecer en la espera, no escribir nada hasta haber oído, callarse, fundirse en el olvido, desleírse: “Ese eco de nadie / en la boca de todos”.
![[Img #18482]](upload/img/periodico/img_18482.jpg)
'Porosidad de las fronteras' es el título de la segunda parte del poemario cuyo primer poema ya manifiesta el vínculo del ser humano con las cosas, una relación emocionada, coimplicada; en otro caso se regresaría a la inercia, a lo inerte; y ahí es el modo de las cosas el que ordena la relación. El poemario ha dado un golpe de timón y si antes íbamos de manera expresa a una expresión esencial, inocente y confusa, mística en el lenguaje, ahora ya conocida la intención se produce un decir basado en ella, en sus hallazgos, es así que el metalenguaje amaina.
Pero el lenguaje siendo el mismo no podrá ya ser igual pues vuelve untado en eso otro que calla (calla pero no lo calla). Quizás, abundando en la arbitrariedad de las palabras pueda producirse un desplazamiento, al modo de un ahondamiento y una hermandad del vocabulario, una nueva clave interpretativa de cómo habría que entender.
Se provoca un despertar en lo hondo del día, una forma de mirar que desconcierta el hábito, surge en las preguntas la nueva conciencia de lo efímero, de lo fugaz, de la muerte y de la presencia de los muertos que se avienen a esa reviviscencia de lo ausente, de lo silencioso (Resonancias P. 74)
Aparece también ya aquí un personaje, bien que sea desdoblado -él, a veces yo-, un actante con habilidad de taumaturgo, que gusta de ir de cojuelo por esos mundos: “Comensal de otro sueño”, su voluntad será de acceder a esos otros destinos, incluso a los destructivos, para desvelarlos, viniendo con esas “palabras empañadas / de vacío”.
Ya provisto de la nueva mirada, siendo eso que es y pudiendo de alguna manera ser cualquier otro, termina por ser crítico de un mundo de gastadas metáforas, aséptico y virtual, crítico de toda una era de lo falso en el que uno mismo llega a verse como extraño.
Se gesta así un juego trágico de codependencia y de lucha o conveniencia entre contrarios, esto enlaza otra vez al tema del principio, un silencio es lo que calla el griterío, un aullido es lo que oculta el crepitar y una lágrima. Los contrarios serán en la vejez que se avecina, la injusticia y el conocimiento de la injusticia, el ‘todavía’ de los asombros, el ‘todavía no’ abierto a la esperanza. Un ejemplo puede ser ‘Pasos comunicantes’, un poema de paradoja taoísta que finaliza con los versos: “La erosión al restar / talla la vida”. (P. 71)
El poemario se cierra con la asunción de la muerte ajena y de la propia, enjugadas de pena porque el fin casi siempre interrumpe algo y no puede no ser arbitrario: “Solo debiera / acudir / a los saciados // Si vivir es buscar / perseguir un fulgor / saber quién eres / ¿será la muerte darse alcance?. Llegar por fin a sí y poderse leer como algo ya cerrado, definitivo, como el corazón de una verdad bien redonda.
El último poema es el recorrido de la barca a lo largo del ancho río que separa un confín del otro confín, silencio, viento, la nada.
Motivos de horizonte, Emilio Pedro Gómez, Editorial Encuadres S.L. Valencia 2015
![[Img #18484]](upload/img/periodico/img_18484.jpg)
‘Motivos de horizonte’,el último libro de poemas de Emilio Pedro Gómez. Consta de dos partes bien diferenciadas: ‘Todo ocurre en los nombres’ y ‘Porosidad de las fronteras’.
‘Todo ocurre en los nombres’ parece querer decir que todo ocurre en las cosas y en nuestras relaciones con las cosas y que hay un lenguaje inaudible que traba esta relación y que conviene aprender. Se encuadra esta primera parte en la denominada poesía del silencio, que no es otra cosa que escucha y manifestación de lo que calla (entendiendo así lo que calla como modo de expresión).
He tratado de indagar cómo se entiende aquí ese silencio y creo que ha de ser como una escucha, pero no una escucha del lenguaje ni en el lenguaje, sino una escucha del suceder. Así en el poema inaugural del libro se proclama una escritura que trama lo consciente y lo inconsciente, “en el confín del pensar / el secreto vibrar del sentimiento”. A partir de aquí la vía podría ser el lenguaje, las palabras, 'aquello de no' que estas contienen y que es límite difuso a su designio: “Verter silencio / en las palabras / hasta cuajar las voces de su enigma”. Debemos también suponer que cada palabra calla de distinta manera que cualquier otra y en ello ha de radicar la audición. Las palabras verdaderas “cohabitan en el secreto de las pausas”, ahí en la oración donde las palabras atrapan uno u otro sentido. Pero el objetivo, insisto, es el silencio de más allá de las palabras a las que estas podrán llevar con premeditación callada, con paciente escucha, curtida, selecta. Así se volverán propias, concretándose en sentimiento, pretendiendo el sentido de la tribu.
Asistimos en estas páginas primeras en una especie de metapoemas, una vez allanadas las condiciones de acceso a lo real, al nacimiento del verso. Desde el grito llegan la voz y las palabras que se despliegan y se iluminan, donadoras de un sentido que sorprende hasta a la mano que lo escribe. Un sentido originario que procede de la escucha de las cosas y que se pule en el trasiego del lenguaje.
Declara entonces las insuficiencias de la expresión poética por dejar fuera algunos elementos sumamente reveladores que escapan a la escritura. Llegaría así la escucha al poema, pero permanecería fuera el temblor de una gota agazapada en ese poema. La metapoesía en esta escritura no radica únicamente en las preguntas que versan sobre el hacer poemático, también se inquiere por ‘el poema en el poema’, lo que tan a menudo de indecible afinca en él. Hay también momentos en que la imposibilidad queda del lado del propio poeta: “Ahí está / lo que no sé escribir / agazapado / al borde del silencio”.
Ahora bien, parece como si “el sordo suceder de lo indistinto” fuera la melodía que se busca, que el yo debiera de desaparecer en beneficio de otra ‘unio’ que se mediría en un lenguaje ‘mántrico’, despojado y que accedería a la verdad que callan los nombres; pero eso que callan si fuera indecible sería algo más allá o antes de los mismos, siendo de las cosas o de nuestro modo de estar con ellas. Hay un sordo suceder de lo distinto que hace que aunque efímeros podamos ser. Esa indistinción esencial y unitiva y para colmo innombrable no puedo comprenderla sino en momentos de vitalidad escasa como deseo de muerte.
Se abordan formas inesenciales de escucha que producen información apresurada (Pag, 34), mejor en ese caso permanecer en la espera, no escribir nada hasta haber oído, callarse, fundirse en el olvido, desleírse: “Ese eco de nadie / en la boca de todos”.
![[Img #18482]](upload/img/periodico/img_18482.jpg)
'Porosidad de las fronteras' es el título de la segunda parte del poemario cuyo primer poema ya manifiesta el vínculo del ser humano con las cosas, una relación emocionada, coimplicada; en otro caso se regresaría a la inercia, a lo inerte; y ahí es el modo de las cosas el que ordena la relación. El poemario ha dado un golpe de timón y si antes íbamos de manera expresa a una expresión esencial, inocente y confusa, mística en el lenguaje, ahora ya conocida la intención se produce un decir basado en ella, en sus hallazgos, es así que el metalenguaje amaina.
Pero el lenguaje siendo el mismo no podrá ya ser igual pues vuelve untado en eso otro que calla (calla pero no lo calla). Quizás, abundando en la arbitrariedad de las palabras pueda producirse un desplazamiento, al modo de un ahondamiento y una hermandad del vocabulario, una nueva clave interpretativa de cómo habría que entender.
Se provoca un despertar en lo hondo del día, una forma de mirar que desconcierta el hábito, surge en las preguntas la nueva conciencia de lo efímero, de lo fugaz, de la muerte y de la presencia de los muertos que se avienen a esa reviviscencia de lo ausente, de lo silencioso (Resonancias P. 74)
Aparece también ya aquí un personaje, bien que sea desdoblado -él, a veces yo-, un actante con habilidad de taumaturgo, que gusta de ir de cojuelo por esos mundos: “Comensal de otro sueño”, su voluntad será de acceder a esos otros destinos, incluso a los destructivos, para desvelarlos, viniendo con esas “palabras empañadas / de vacío”.
Ya provisto de la nueva mirada, siendo eso que es y pudiendo de alguna manera ser cualquier otro, termina por ser crítico de un mundo de gastadas metáforas, aséptico y virtual, crítico de toda una era de lo falso en el que uno mismo llega a verse como extraño.
Se gesta así un juego trágico de codependencia y de lucha o conveniencia entre contrarios, esto enlaza otra vez al tema del principio, un silencio es lo que calla el griterío, un aullido es lo que oculta el crepitar y una lágrima. Los contrarios serán en la vejez que se avecina, la injusticia y el conocimiento de la injusticia, el ‘todavía’ de los asombros, el ‘todavía no’ abierto a la esperanza. Un ejemplo puede ser ‘Pasos comunicantes’, un poema de paradoja taoísta que finaliza con los versos: “La erosión al restar / talla la vida”. (P. 71)
El poemario se cierra con la asunción de la muerte ajena y de la propia, enjugadas de pena porque el fin casi siempre interrumpe algo y no puede no ser arbitrario: “Solo debiera / acudir / a los saciados // Si vivir es buscar / perseguir un fulgor / saber quién eres / ¿será la muerte darse alcance?. Llegar por fin a sí y poderse leer como algo ya cerrado, definitivo, como el corazón de una verdad bien redonda.
El último poema es el recorrido de la barca a lo largo del ancho río que separa un confín del otro confín, silencio, viento, la nada.






