Luis Miguel Suárez
Domingo, 25 de Octubre de 2015

Leído en Astorga en septiembre de 1965

Enrique Gil y Carrasco, Bosquejo de un viaje a una provincia del interior,, Paradiso Gutenberg, 2014, 176 pp.

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Enrique Gil y Carrasco (1815-1846) es conocido casi exclusivamente por su novela El Señor de Bembibre, única obra suya que llegó a ver publicada en forma de libro. Sin embargo, es autor también de otros títulos de indudable interés, como Bosquejo de un viaje a una provincia del interior, en su origen una serie de ocho artículos que aparecieron en el periódico El Sol entre el 3 de febrero y el 27 de abril de 1843. Los cinco primeros están dedicados a los parajes y los monumentos más emblemáticos del Bierzo: Bergidum, las Médulas, los monasterios de la Tebaida berciana, sus iglesias (como la de Santiago de Peñalba) y sus castillos (en especial los de Cornatel y Ponferrada, que como otros parajes aquí presentes reaparecerán en El señor de Bembibre). Los otros tres transcurren por el resto de la provincia, en un viaje que comienza en Astorga y termina en Sahagún, con parada principal en León para describir San Isidoro, la catedral y San Marcos. 

 

Dos elementos constituyen, pues, el núcleo de interés del escritor en este peculiar viaje: los monumentos y los paisajes leoneses. Y en ambos se mezclan la objetividad de la descripción exacta o detallada y la subjetividad de la impresión personal. En cuanto a los primeros, ciertamente su detallismo puede resultar a veces prolijo; y sus opiniones en materia artística, guiadas sobre todo por el gusto personal, arbitrarias. Con todo, siempre logra transmitir de forma plástica, casi fotográfica, la realidad. De modo que el lector tiene la sensación de estar observando él mismo lo que el autor describe. Por otra parte, junto a lo propiamente artístico, no dejan de apuntarse otros detalles, vestigios de tiempos pasados y signos de la decadencia presente: las murallas de Astorga llenas de balas y ruinosas, huella de la pasada guerra con el francés; los abundantes restos de la antigua calzada romana que se conservan en el camino de Astorga a León… A veces se trata de detalles más nimios aunque no menos curiosos: una baldosa de fino mosaico que sirve de cubierta a un humilde poyo en Carrizo; unas piedras labradas con buen dibujo embutidas en la muralla o abandonadas en un rincón de la capital leonesa, indicio de la incuria artística que junto al vandalismo ocasionado por las guerras, la acción política (bien presente están los desmanes de la desamortización de Mendizábal), el desconocimiento y la ignorancia amenaza el patrimonio artístico de la provincia… 

 

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Pero donde la pluma de Gil y Carrasco alcanza su mayor altura literaria es en la descripción de paisajes. No necesita aquí detenerse con tanto detalle como en los monumentos: bastan unas breves pinceladas para pintar unos cuadros vívidos y sugestivos. Así, resultan impresionantes las panorámicas contempladas desde las alturas de diversos puntos del Bierzo (Aquiana, las Médulas o Cornatel). No menos sugestiva resulta su breve perspectiva de las bucólicas riberas del Órbigo y de las áridas y melancólicas llanuras del Páramo o de la Tierra de Campos; o el contraste entre ambos paisajes que se observa en las márgenes del Órbigo o en el Cea.

 

Por tanto, este viaje por las tierras leonesas nada tiene que ver con el costumbrismo romántico entonces al uso, pues su visión es, en todos los órdenes, mucho más moderna. Incluso hasta en el lenguaje que no parece escrito ahora hace casi doscientos años. El propio escritor acaba señalando que su propósito no ha sido otro que llamar la atención de artistas y sabios sobre “los ignorados paisajes y monumentos” de su provincia natal, una tierra, como todo el noroeste de España, sumida en el olvido y desconocida para todos los viajeros de otros países. Ese propósito, sin embargo, trasciende lo meramente artístico o cultural, pues, en ocasiones, se trasluce una finalidad más práctica: la de contribuir al desarrollo de su provincia y de su comarca; un desarrollo que debe ser, en último término, también económico. Como ha venido señalando la crítica, esto sugiere una actitud, más que romántica, típicamente ilustrada. En cualquier caso, esa actitud y sobre todo esa forma suya de —diríamos hoy— promocionar su tierra natal, nos resulta bastante más moderna que la ilustrada.

 

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Se trata, pues, de un libro de grata y de amena lectura. Quizás sea ahora un buen momento para cercarse a sus páginas, en este año en que se conmemora el segundo centenario del nacimiento de su autor y en el que contamos desde el pasado 2014 con una nueva edición, titulada Viaje a una provincia del interior. Tercer volumen de la Biblioteca Gil y Carrasco editada bajo la dirección de Valentín Carrera, se presenta como una edición rigurosamente cotejada con los artículos originales, enriquecida con algunas notas al texto —que no se distinguen, no obstante, de las notas del propio Gil y Carrasco—, fotografías en color e ilustraciones.  Se ha introducido también en cada uno de los capítulos diversos epígrafes o títulos que presentan su contenido, aspecto este que el editor  en su nota introductoria  justifica desde un punto de vista periodístico, pero que parece más discutible desde el punto de vista filológico.  El volumen se cierra con cuatro breves ensayos —algunos con varias décadas, aunque conservan su vigencia— de José Antonio Carro Celada, Paz Díez Taboada, Epicteto Díez Navarro y Aniceto Núñez; unas lecturas, en definitiva, que invitan a otras lecturas.  

 

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