Macbeth, una visión amarga de la vida contada con lucidez
William Shakespeare, Macbeth. Traducción y prólogo de Luis Alberto de Cuenca y José Fernández Bueno. Ilustraciones de Raúl Arias. Madrid, reino de Cordelia, 2015, 198 pp., 24,95 €
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Sobre la figura de William Shakespeare (1564-1616), el autor más grande junto a Cervantes de la literatura universal, apenas se pueden ofrecer más conjeturas que certezas. Se ha llegado a cuestionar—y a veces con gran despliegue de argumentos filológicos y eruditos— hasta su propia existencia; o, para ser más exactos, su identificación con el verdadero autor de las obras que se le atribuyen. Se ha sugerido incluso que tras esa firma se ocultaba en realidad otro escritor (una de las hipótesis más novelescas —y, sin embargo, no del todo imposible—, lo identifica con Christopher Marlowe, quien supuestamente adoptó esa nueva identidad tras su fingida muerte en una reyerta).
En cualquier caso, más allá de las numerosas incógnitas sobre su biografía —problema, por lo demás, del que no se libran tampoco otros grandes escritores de la época—, lo que resulta incuestionable es la grandeza literaria de las obras que firmó. Una de las más grandiosas, y también una de las más oscuras (hasta el punto de obsesionar al mismo Freud), es sin duda Macbeth, cuya datación oscila, según los diversos estudiosos, entre 1603-1606. Intensa tragedia sobre la ambición y el poder, en ella su protagonista, movido por secretos anhelos alimentados por unos ambiguos vaticinios, se precipitará desde la cúspide de la gloria y el honor al abismo. Toda la historia transcurre envuelta en una atmósfera siniestra y terrorífica: brujas, presagios funestos, crímenes abominables —que se van encadenando en una espiral de violencia que solo conduce a la propia destrucción—, espectros, remordimientos que alimentan el fantasma de la locura... Se plantea en ella, además, un claro enfrentamiento entre el bien y el mal; y, en último término, ofrece una amarga visión de la vida humana, magníficamente condensada en esos célebres versos del acto V: “La vida es una sombra que pasa, un pobre cómico / que se luce y se agita por un rato en escena / y no vuelve a salir; es un cuento contado / por un idiota, lleno de sonido y de furia, / que nada significa”.
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De entre las obras de Shakespere, Macbeth es una de las que cuenta con más versiones en español, algunas ampliamente difundidas como la ya añeja de Astrana Marín, la de José María Valverde, la del Instituto Shakespeare bajo la dirección de Manuel Ángel Conejero o la de Ángel-Luis Pujante. Ahora, para conmemorar el 450 aniversario del nacimiento del genial dramaturgo británico (y como preludio al cuarto aniversario de su muerte, que se cumplirá el próximo año, coincidiendo con el de Cervantes), Reino de Cordelia ofrece, con la pulcritud y el esmero que le caracterizan, una nueva edición bilingüe a cargo de Luis Alberto de Cuenca y José Fernández Bueno.
Primorosamente editada —gran formato, tapa dura e ilustraciones en color de Raúl Arias (que tan bien traduce en imágenes los tonos sangrientos y sombríos de la obra)—, reproduce en la misma página el texto español y el inglés, de modo que el lector que lo desee puede cotejar ambos de forma muy cómoda, e incorpora, además, casi un centenar de breves notas explicativas en los márgenes. En cuanto a las características de la traducción, esta respeta la forma del original, en su mayor parte en verso, con breves pasajes en prosa. Así, el verso blanco inglés se ha vertido en endecasílabos y alejandrinos blancos castellanos, mientras que la rima consonante, presente en unos pocos pasajes, se han transformado en rima asonante. Por último, se ha hecho corresponder a cada verso inglés un verso castellano, en un notable esfuerzo —de casi dos años, según se advierte en el prólogo— por trasladar a nuestro idioma tanto el fondo como la forma del Macbeth shakesperiano, respetando asimismo los aspectos poéticos y filológicos. El resultado final es sin duda espléndido.
Sobre la figura de William Shakespeare (1564-1616), el autor más grande junto a Cervantes de la literatura universal, apenas se pueden ofrecer más conjeturas que certezas. Se ha llegado a cuestionar—y a veces con gran despliegue de argumentos filológicos y eruditos— hasta su propia existencia; o, para ser más exactos, su identificación con el verdadero autor de las obras que se le atribuyen. Se ha sugerido incluso que tras esa firma se ocultaba en realidad otro escritor (una de las hipótesis más novelescas —y, sin embargo, no del todo imposible—, lo identifica con Christopher Marlowe, quien supuestamente adoptó esa nueva identidad tras su fingida muerte en una reyerta).
En cualquier caso, más allá de las numerosas incógnitas sobre su biografía —problema, por lo demás, del que no se libran tampoco otros grandes escritores de la época—, lo que resulta incuestionable es la grandeza literaria de las obras que firmó. Una de las más grandiosas, y también una de las más oscuras (hasta el punto de obsesionar al mismo Freud), es sin duda Macbeth, cuya datación oscila, según los diversos estudiosos, entre 1603-1606. Intensa tragedia sobre la ambición y el poder, en ella su protagonista, movido por secretos anhelos alimentados por unos ambiguos vaticinios, se precipitará desde la cúspide de la gloria y el honor al abismo. Toda la historia transcurre envuelta en una atmósfera siniestra y terrorífica: brujas, presagios funestos, crímenes abominables —que se van encadenando en una espiral de violencia que solo conduce a la propia destrucción—, espectros, remordimientos que alimentan el fantasma de la locura... Se plantea en ella, además, un claro enfrentamiento entre el bien y el mal; y, en último término, ofrece una amarga visión de la vida humana, magníficamente condensada en esos célebres versos del acto V: “La vida es una sombra que pasa, un pobre cómico / que se luce y se agita por un rato en escena / y no vuelve a salir; es un cuento contado / por un idiota, lleno de sonido y de furia, / que nada significa”.
De entre las obras de Shakespere, Macbeth es una de las que cuenta con más versiones en español, algunas ampliamente difundidas como la ya añeja de Astrana Marín, la de José María Valverde, la del Instituto Shakespeare bajo la dirección de Manuel Ángel Conejero o la de Ángel-Luis Pujante. Ahora, para conmemorar el 450 aniversario del nacimiento del genial dramaturgo británico (y como preludio al cuarto aniversario de su muerte, que se cumplirá el próximo año, coincidiendo con el de Cervantes), Reino de Cordelia ofrece, con la pulcritud y el esmero que le caracterizan, una nueva edición bilingüe a cargo de Luis Alberto de Cuenca y José Fernández Bueno.
Primorosamente editada —gran formato, tapa dura e ilustraciones en color de Raúl Arias (que tan bien traduce en imágenes los tonos sangrientos y sombríos de la obra)—, reproduce en la misma página el texto español y el inglés, de modo que el lector que lo desee puede cotejar ambos de forma muy cómoda, e incorpora, además, casi un centenar de breves notas explicativas en los márgenes. En cuanto a las características de la traducción, esta respeta la forma del original, en su mayor parte en verso, con breves pasajes en prosa. Así, el verso blanco inglés se ha vertido en endecasílabos y alejandrinos blancos castellanos, mientras que la rima consonante, presente en unos pocos pasajes, se han transformado en rima asonante. Por último, se ha hecho corresponder a cada verso inglés un verso castellano, en un notable esfuerzo —de casi dos años, según se advierte en el prólogo— por trasladar a nuestro idioma tanto el fondo como la forma del Macbeth shakesperiano, respetando asimismo los aspectos poéticos y filológicos. El resultado final es sin duda espléndido.