El tiempo no dio tregua a la 'Borriquilla'
La 'Borriquilla' tuvo que quedarse en casa este Domingo de Ramos. La lluvia impidió que la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén procesionara por las calles de Astorga uno de los pasos más entrañables para los astorganos. El obispo, Juan Antonio Menéndez, bendijo las palmas en el atrio de la catedral, donde se celebró la misa estacional.
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La palma y la túnica blanca (extracto del Pregón de la Semana Santa 2016). Por Roberto Fresco
Silencio, también en la mañana de Ramos, que rivalizaba en ilusión con aquella otra no muy lejana de Reyes. Me esperaban los zapatos o las sandalias nuevas, o unos sencillos calcetines…y la palma, y la túnica blanca; recién planchada; y Jesús a lomos de la Borriquilla. Silencio en medio del cual cada año yo esperaba el preciso instante en que los tambores quebraban el aire por primera vez porque algo parecido al velo del templo se rasgaba en mi interior. Era el momento en que, cada año, yo entraba por la puerta lúdica de la transcendencia con la seguridad de que lo que íbamos a celebrar era lo suficientemente grave e importante como para tomármelo muy en serio. Después, aunque la banda del regimiento continuaba con su cantinela, regresaba todo el silencio que acompañaba a toda la procesión.
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Al llegar a la plaza todo se transformaba en una fiesta visual y sonora también: de fiesta hablaban los ramos y las palmas que habían bajado silenciosamente desde Rectivía; de fiesta hablaban el rojo y el dorado de las capas pluviales de los canónigos y del Obispo; de fiesta hablaba la corporación municipal con el pendón y las mazas y la banda; de fiesta hablaba a lo lejos la enrevesada algarabía de las campanas de la catedral que se haría más y más omnipresente a medida que la procesión caminara por la calle de los Sitios. Y de nuevo toda esa celebración se tornaba difusa cuando, al poner los pies en las naves catedralicias, oía el órgano y la voz de la Schola cantando ya la Misa Nueva en castellano de José María, y la lectura de la Pasión y el salmo 14, que me hablaba de la necesidad de Dios: “Señor, quién podrá hospedarme en tu tienda y habitar en tu monte Santo”.
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La palma y la túnica blanca (extracto del Pregón de la Semana Santa 2016). Por Roberto Fresco
Silencio, también en la mañana de Ramos, que rivalizaba en ilusión con aquella otra no muy lejana de Reyes. Me esperaban los zapatos o las sandalias nuevas, o unos sencillos calcetines…y la palma, y la túnica blanca; recién planchada; y Jesús a lomos de la Borriquilla. Silencio en medio del cual cada año yo esperaba el preciso instante en que los tambores quebraban el aire por primera vez porque algo parecido al velo del templo se rasgaba en mi interior. Era el momento en que, cada año, yo entraba por la puerta lúdica de la transcendencia con la seguridad de que lo que íbamos a celebrar era lo suficientemente grave e importante como para tomármelo muy en serio. Después, aunque la banda del regimiento continuaba con su cantinela, regresaba todo el silencio que acompañaba a toda la procesión.
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Al llegar a la plaza todo se transformaba en una fiesta visual y sonora también: de fiesta hablaban los ramos y las palmas que habían bajado silenciosamente desde Rectivía; de fiesta hablaban el rojo y el dorado de las capas pluviales de los canónigos y del Obispo; de fiesta hablaba la corporación municipal con el pendón y las mazas y la banda; de fiesta hablaba a lo lejos la enrevesada algarabía de las campanas de la catedral que se haría más y más omnipresente a medida que la procesión caminara por la calle de los Sitios. Y de nuevo toda esa celebración se tornaba difusa cuando, al poner los pies en las naves catedralicias, oía el órgano y la voz de la Schola cantando ya la Misa Nueva en castellano de José María, y la lectura de la Pasión y el salmo 14, que me hablaba de la necesidad de Dios: “Señor, quién podrá hospedarme en tu tienda y habitar en tu monte Santo”.
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