Algunas entradas de un diario sobre el diario de César González Ruano
Vamos dando cumplimiento al tema de los diarios como a otra cosa más que madurase al fin del verano. La Galerna, la revista de Manual de Ultramarinos, dedicó su Tabloide crítico Nº 3, 'Diarismos', que está pidiendo reedición por parte de los coleccionistas, al tema de los diarios. Eduardo Moga nos acerca desde su propio diario a los diarios del afamado periodista César González Ruano
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González-Ruano y el olvido
[17 de septiembre de 2013]
Leo el ‘Diario íntimo’ de César González- Ruano. Es un volumen enorme, de 1161 páginas, que me he traído de España: así tengo la sensación de que no me he ido del todo, aunque, seguramente para ser feliz aquí, debería tener la sensación de que me he ido del todo.
Curiosamente, rodeado ya de inglés por todas partes, siento el placer del castellano –de ese mismo castellano que hace apenas algunas semanas leía en Barcelona sin alteración discernible– con una intensidad superior: es como si el idioma propio brillase, superviviente, en un piélago ajeno.
González-Ruano es uno de los mejores prosistas del siglo, aunque su talento se malgastara en una calderilla literaria que él producía industrialmente para sufragarse sus placeres de aristócrata aficionado. En los años 50 y 60, se le consideraba el mejor periodista de España y, al final de su vida, ganaba cantidades ingentes con el ejercicio diario de la pluma. También gozaba de una consideración intelectual extraordinaria: colaboraba en todos los medios importantes del país, y le llovían las distinciones y los homenajes. Sorprende comprobar que casi ningún joven lector –ni escritor– recuerde hoy su nombre. O no sorprende. En la entrada de su diario del 2 de mayo de 1964, escribe: “La sociedad paga y costea la presencia del escritor, aunque sea cara, pero no la ausencia. Este es un país de contacto físico, sin imaginación y sin caridad para quien pretende aislarse. Hay que permanecer sobre el asfalto. La capacidad de olvido, entre nosotros, es fabulosa. Hay que morir de pie. Como un árbol”. Eso mismo me pregunto yo: si mi apartamiento aquí conducirá también el olvido; si, alejado de ese contacto cotidiano con mis iguales, con la sociedad que constituye naturalmente mi entorno, me alejaré igualmente de su recuerdo y de su estimación.
Efi Cubero, una buena poeta que ha tenido la gentileza de enviarme recientemente su último poemario, ‘Condición del extraño’, me pedía en uno de sus mensajes que no los olvidara. “No, querida Efi –le respondí yo–, es al revés: no me olvidéis vosotros a mí; yo soy el que se ha marchado”. La última anotación del Diario de González-Ruano es del 30 de noviembre de 1965. Dice: “El terror es blanco. La soledad es blanca”. Él moriría 15 días después. El comedor en el que escribo estas palabras es blanco.
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El diario
[9 de octubre de 2013
Yo solo he llevado dos diarios en mi vida: uno, adolescente, a finales de los 70, en el que apuntaba minuciosamente los desengaños amorosos y las veces que me había masturbado, y este, con el que intento vencer a la soledad. Cuando uno escribe un diario, habla solo, con la secreta esperanza de que alguien le escuche o, mejor aún, le conteste. Por eso resulta tan descorazonador que no haya comentarios. Así ironizaba mi buen amigo Sergio Gaspar, en sus horas de tenebrosa lucidez, sobre la eficacia de los blogs: no hay comentarios. Pero sabemos que los diarios tienen un público oculto, al que arrojamos el cabo de nuestras palabras. Y conviene hacerlo cada día, o con una regularidad suficiente: un diario intermitente o apenas activo es un diario muerto. El buen diario es como una esposa: siempre está ahí. También ha de ser veraz, como quería Hemingway que fuese toda literatura. No estimo demasiado a Ernest –salvo ‘El viejo y el mar’, un relato perfecto–, pero su creencia en una escritura que fuera trasunto o emanación de la vida, de la sangre y el miedo y el amor que constituyen la vida, me parece compartible, aunque ello contradiga el principio estético, convertido ya en tópico, de que el poeta es un fingidor, etcétera.
De hecho, esa proximidad a la realidad única y supurante de cada individuo es lo que más me atrae de las literaturas biográficas: diarios, memorias, crónicas de viajes. El diario ofrece más realidad que la novela. El diario está más arraigado en las entrañas de quien lo escribe. El diario permite acceder, con más viveza, al hecho incomprensible del ser, que se manifiesta en cada uno con perfiles intransferibles, pero comunicables. La novela acaso aporte más fantasía, pero no alcanza la intensidad del hecho puro, del hecho simple y sudoroso, no contaminado por la ficción. Y eso, incluso en los diarios menos literarios: aquellos que se limitan a constatar el mero devenir de alguien como nosotros, de alguien que quizá seamos nosotros. Esos, finalmente,resultan los más impactantes estéticamente: desnudos, limpios (aun con sus suciedades), verdaderos.
Sigo leyendo, todavía, el ‘Diario íntimo’, de César González-Ruano, un ejemplo perfecto de esto que digo: repetitivo, calderillesco, a menudo insustancial, y partícipe de una vida social, en el franquismo, cuyos oropeles escondían la vaciedad y la mierda, pero pleno de realidad vital, de voz auténtica, con sus oquedades de terror y tedio, con su miseria cotidiana, entre cuyos pliegues anodinos se alza, paradójicamente, la mejor literatura.
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A mediados de 1965, pocos meses antes de morir, Ruano visitó Inglaterra por primera vez. El 6 de junio, en un día “gris y anglicano”, él y sus acompañantes vieron en Tite Street “la casa donde vivió mucho tiempo, hasta el escándalo, Oscar Wilde” [...]. Luego, el 12 de junio, Ruano cuenta que se había citado con Jesús Pardo, su anfitrión en Londres, “cerca de Carolina Terrace, en un bar de Sloane Square”. Y Sloane Square es una elegante plaza en Chelsea, aunque ahora notablemente castigada por el tráfico, a la que acudo con frecuencia, entre otras cosas, para husmear en los anaqueles inacabables de John Sandoe Books, una de las mejores librerías de viejo de la ciudad. Esas coincidencias con Ruano –con su diario: con su vida– me emocionan y me exaltan, porque yo siempre he querido ser otros, ser más, en este tránsito lineal y herméticamente subjetivo que es existir. Y eso, aunque no coincida con las opiniones, a veces brutales, que expone: Neruda “tenía un rencor cerril hacia lo español. Un rencor de judío que juega al indio indigenista”; “los ingleses viven muy mal y comen peor”; “la famosa cortesía británica es un mito, desde luego. En cambio, la hipocresía, no”; “todo el mundo está muy serio y bebiendo concienzudamente, como si fuera un problema de conciencia”;“Los Beatles, esos imbéciles de los pelos largos”; “llueve desesperadamente” (bueno, aquí no se equivoca). [...]
González-Ruano y el olvido
[17 de septiembre de 2013]
Leo el ‘Diario íntimo’ de César González- Ruano. Es un volumen enorme, de 1161 páginas, que me he traído de España: así tengo la sensación de que no me he ido del todo, aunque, seguramente para ser feliz aquí, debería tener la sensación de que me he ido del todo.
Curiosamente, rodeado ya de inglés por todas partes, siento el placer del castellano –de ese mismo castellano que hace apenas algunas semanas leía en Barcelona sin alteración discernible– con una intensidad superior: es como si el idioma propio brillase, superviviente, en un piélago ajeno.
González-Ruano es uno de los mejores prosistas del siglo, aunque su talento se malgastara en una calderilla literaria que él producía industrialmente para sufragarse sus placeres de aristócrata aficionado. En los años 50 y 60, se le consideraba el mejor periodista de España y, al final de su vida, ganaba cantidades ingentes con el ejercicio diario de la pluma. También gozaba de una consideración intelectual extraordinaria: colaboraba en todos los medios importantes del país, y le llovían las distinciones y los homenajes. Sorprende comprobar que casi ningún joven lector –ni escritor– recuerde hoy su nombre. O no sorprende. En la entrada de su diario del 2 de mayo de 1964, escribe: “La sociedad paga y costea la presencia del escritor, aunque sea cara, pero no la ausencia. Este es un país de contacto físico, sin imaginación y sin caridad para quien pretende aislarse. Hay que permanecer sobre el asfalto. La capacidad de olvido, entre nosotros, es fabulosa. Hay que morir de pie. Como un árbol”. Eso mismo me pregunto yo: si mi apartamiento aquí conducirá también el olvido; si, alejado de ese contacto cotidiano con mis iguales, con la sociedad que constituye naturalmente mi entorno, me alejaré igualmente de su recuerdo y de su estimación.
Efi Cubero, una buena poeta que ha tenido la gentileza de enviarme recientemente su último poemario, ‘Condición del extraño’, me pedía en uno de sus mensajes que no los olvidara. “No, querida Efi –le respondí yo–, es al revés: no me olvidéis vosotros a mí; yo soy el que se ha marchado”. La última anotación del Diario de González-Ruano es del 30 de noviembre de 1965. Dice: “El terror es blanco. La soledad es blanca”. Él moriría 15 días después. El comedor en el que escribo estas palabras es blanco.
El diario
[9 de octubre de 2013
Yo solo he llevado dos diarios en mi vida: uno, adolescente, a finales de los 70, en el que apuntaba minuciosamente los desengaños amorosos y las veces que me había masturbado, y este, con el que intento vencer a la soledad. Cuando uno escribe un diario, habla solo, con la secreta esperanza de que alguien le escuche o, mejor aún, le conteste. Por eso resulta tan descorazonador que no haya comentarios. Así ironizaba mi buen amigo Sergio Gaspar, en sus horas de tenebrosa lucidez, sobre la eficacia de los blogs: no hay comentarios. Pero sabemos que los diarios tienen un público oculto, al que arrojamos el cabo de nuestras palabras. Y conviene hacerlo cada día, o con una regularidad suficiente: un diario intermitente o apenas activo es un diario muerto. El buen diario es como una esposa: siempre está ahí. También ha de ser veraz, como quería Hemingway que fuese toda literatura. No estimo demasiado a Ernest –salvo ‘El viejo y el mar’, un relato perfecto–, pero su creencia en una escritura que fuera trasunto o emanación de la vida, de la sangre y el miedo y el amor que constituyen la vida, me parece compartible, aunque ello contradiga el principio estético, convertido ya en tópico, de que el poeta es un fingidor, etcétera.
De hecho, esa proximidad a la realidad única y supurante de cada individuo es lo que más me atrae de las literaturas biográficas: diarios, memorias, crónicas de viajes. El diario ofrece más realidad que la novela. El diario está más arraigado en las entrañas de quien lo escribe. El diario permite acceder, con más viveza, al hecho incomprensible del ser, que se manifiesta en cada uno con perfiles intransferibles, pero comunicables. La novela acaso aporte más fantasía, pero no alcanza la intensidad del hecho puro, del hecho simple y sudoroso, no contaminado por la ficción. Y eso, incluso en los diarios menos literarios: aquellos que se limitan a constatar el mero devenir de alguien como nosotros, de alguien que quizá seamos nosotros. Esos, finalmente,resultan los más impactantes estéticamente: desnudos, limpios (aun con sus suciedades), verdaderos.
Sigo leyendo, todavía, el ‘Diario íntimo’, de César González-Ruano, un ejemplo perfecto de esto que digo: repetitivo, calderillesco, a menudo insustancial, y partícipe de una vida social, en el franquismo, cuyos oropeles escondían la vaciedad y la mierda, pero pleno de realidad vital, de voz auténtica, con sus oquedades de terror y tedio, con su miseria cotidiana, entre cuyos pliegues anodinos se alza, paradójicamente, la mejor literatura.
A mediados de 1965, pocos meses antes de morir, Ruano visitó Inglaterra por primera vez. El 6 de junio, en un día “gris y anglicano”, él y sus acompañantes vieron en Tite Street “la casa donde vivió mucho tiempo, hasta el escándalo, Oscar Wilde” [...]. Luego, el 12 de junio, Ruano cuenta que se había citado con Jesús Pardo, su anfitrión en Londres, “cerca de Carolina Terrace, en un bar de Sloane Square”. Y Sloane Square es una elegante plaza en Chelsea, aunque ahora notablemente castigada por el tráfico, a la que acudo con frecuencia, entre otras cosas, para husmear en los anaqueles inacabables de John Sandoe Books, una de las mejores librerías de viejo de la ciudad. Esas coincidencias con Ruano –con su diario: con su vida– me emocionan y me exaltan, porque yo siempre he querido ser otros, ser más, en este tránsito lineal y herméticamente subjetivo que es existir. Y eso, aunque no coincida con las opiniones, a veces brutales, que expone: Neruda “tenía un rencor cerril hacia lo español. Un rencor de judío que juega al indio indigenista”; “los ingleses viven muy mal y comen peor”; “la famosa cortesía británica es un mito, desde luego. En cambio, la hipocresía, no”; “todo el mundo está muy serio y bebiendo concienzudamente, como si fuera un problema de conciencia”;“Los Beatles, esos imbéciles de los pelos largos”; “llueve desesperadamente” (bueno, aquí no se equivoca). [...]