"Es la Dolorosa, la de José de Rozas"
La Procesión de la Archicofradía de Nuestra Señora de los Dolores salió de la iglesia de San Barolomé a las 18 horas. La talla de la Virgen de los Dolores en madera policromada, tallada por José de Rozas en 1705, recorrió el centro de Astorga en esta tarde de Domingo de Ramos. Completamos la crónica con la parte del pregón de la Semana Santa de 1996 que Antonio Ojanguren dedicó a la Virgen de los Dolores, y con el poema de José María Valverde titulado 'El crucificado y su madre'.
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Cuatro cuchillos de plata en siete días de dolor
Quizá también el Cristo de las Palmas y llanto, está entristecido, porque piense que esa misma tarde, a las seis, saldrá su Madre, la Virgen María, desde San Bartolo, arrebatada de su camarín neogótico y menesiano, por la Archicofradía de los Dolores- Me gusta verla cuando la regresan de espaldas, mientras le cantan la Salve, rodeada de margaritas y gladiolos blancos, por braceros descubiertos, gallardos y sólidos, de caballeros encorbatados, que la pujan atrio adentro, con el arco apuntado equilátero, la torre irregular y deslomada, con el gran óculo dieciochesco, con la fachada deshombrada, como fondo, recortando el cielo azul y diáfano. ¡Qué perfil de joven arrebatada! ¡Qué gesto ladeado hacia una mano de anatomía imposible y barroca geometría descoyuntada! ¡Qué sudario de lino y seda! Es la Dolorosa, la de José de Rozas. Yo la prefiero incluso a la de Las Angustias de Juni, porque a Ella le debo -le debemos- el rezo maragato de cada domingo, el favor de los bautizos y las comuniones de nuestros hijos, la encendida petición de madera y cera hacia su cariño dolorido. La mano derecha se aprieta el corazón, lacerado y acuchillado por los siete puñales, como si se trataran -la cita la debo a Miguel ángel con su certero y serio libro sobre la parroquia de San Bartolomé- de un abanico dramático, simbolizando los siete amargos momentos que vivió como Madre de Jesús. Tres de ellos ya los ha pasado: la profecía de Simeón, la Huida a Egipto, el Niño perdido... Le faltan otros cuatro que, a lo largo de la Semana, le traspasarán el corazón como el fuego a una pradera martirizada.
Antonio Ojanguren Areces. Pregón de la Semana Santa 1996.
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![[Img #28402]](upload/img/periodico/img_28402.jpg)
Acompañando el dolor de la Madre, José María Valverde escribió el poema titulado ‘El crucificado y su madre’, perteneciente al libro de poemas ‘Voces y acompañamiento para San Mateo’. Proporcionamos el fragmento final de ese poema.
Y de pronto hubo un grito que saltó
el quicio de la tierra, voz de triunfo
y explosión de dolor: ¡todo cumplido!
Como una piedra, el mundo por lo negro
cayó, por un silencio planetario.
Y la caída era entrar nadando
en un inmenso seno, por la boca
de la muerte de Cristo. La pequeña
bola de tierra, criminal, vacía
era tragada en anchos remolinos
hasta dentro del Padre, entre la sangre
desbordada del Hijo. Allá en un punto
de una nación, entre la falsa aurora
de la luz revivida, dispersando
a sus tumbas los muertos blanquecinos,
fugaces entre gallos, regresaba
la Madre a casa en medio del escombro
del alma, sola de Dios y sola del Hijo,
a una vida vacía. Pero al lado
suyo se iban los huérfanos juntando…
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![[Img #28404]](upload/img/periodico/img_28404.jpg)
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Cuatro cuchillos de plata en siete días de dolor
Quizá también el Cristo de las Palmas y llanto, está entristecido, porque piense que esa misma tarde, a las seis, saldrá su Madre, la Virgen María, desde San Bartolo, arrebatada de su camarín neogótico y menesiano, por la Archicofradía de los Dolores- Me gusta verla cuando la regresan de espaldas, mientras le cantan la Salve, rodeada de margaritas y gladiolos blancos, por braceros descubiertos, gallardos y sólidos, de caballeros encorbatados, que la pujan atrio adentro, con el arco apuntado equilátero, la torre irregular y deslomada, con el gran óculo dieciochesco, con la fachada deshombrada, como fondo, recortando el cielo azul y diáfano. ¡Qué perfil de joven arrebatada! ¡Qué gesto ladeado hacia una mano de anatomía imposible y barroca geometría descoyuntada! ¡Qué sudario de lino y seda! Es la Dolorosa, la de José de Rozas. Yo la prefiero incluso a la de Las Angustias de Juni, porque a Ella le debo -le debemos- el rezo maragato de cada domingo, el favor de los bautizos y las comuniones de nuestros hijos, la encendida petición de madera y cera hacia su cariño dolorido. La mano derecha se aprieta el corazón, lacerado y acuchillado por los siete puñales, como si se trataran -la cita la debo a Miguel ángel con su certero y serio libro sobre la parroquia de San Bartolomé- de un abanico dramático, simbolizando los siete amargos momentos que vivió como Madre de Jesús. Tres de ellos ya los ha pasado: la profecía de Simeón, la Huida a Egipto, el Niño perdido... Le faltan otros cuatro que, a lo largo de la Semana, le traspasarán el corazón como el fuego a una pradera martirizada.
Antonio Ojanguren Areces. Pregón de la Semana Santa 1996.
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Acompañando el dolor de la Madre, José María Valverde escribió el poema titulado ‘El crucificado y su madre’, perteneciente al libro de poemas ‘Voces y acompañamiento para San Mateo’. Proporcionamos el fragmento final de ese poema.
Y de pronto hubo un grito que saltó
el quicio de la tierra, voz de triunfo
y explosión de dolor: ¡todo cumplido!
Como una piedra, el mundo por lo negro
cayó, por un silencio planetario.
Y la caída era entrar nadando
en un inmenso seno, por la boca
de la muerte de Cristo. La pequeña
bola de tierra, criminal, vacía
era tragada en anchos remolinos
hasta dentro del Padre, entre la sangre
desbordada del Hijo. Allá en un punto
de una nación, entre la falsa aurora
de la luz revivida, dispersando
a sus tumbas los muertos blanquecinos,
fugaces entre gallos, regresaba
la Madre a casa en medio del escombro
del alma, sola de Dios y sola del Hijo,
a una vida vacía. Pero al lado
suyo se iban los huérfanos juntando…
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