Paul Preston (*)
Domingo, 29 de Septiembre de 2013

Lala Isla. Londres, pastel sin receta

Lala Isla. Londres, pastel sin receta, Grupo Editorial Random House Mondadori S, L. Segunda Edición de la autora para Amazon, 2013, 431 pp

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Lala Isla

El libro  lo publicó Random House hace diez años y fue el mismo Preston quien lo presentó en el Instituto Cervantes de Londres. Después de tanto tiempo lógicamente se descatologó aunque han seguido apareciendo tomos a la venta en Amazon. Hace 5 años se empezó a estudiar en la carrera de hispánicas en la prestigiosa universidad King's College de Londres donde me piden dar charlas todos los años y como los estudiantes no lo pueden comprar  y se quejan de ello –los que salen a la venta tienen precios ridículos, la semana pasada uno costaba más de 500 euros-    decidí  por fin hacer yo una segunda edición que se puede comprar ya en Amazon  por  unos 15 euros. Lo tendría que haber hecho antes pero la verdad es que no me esperaba que se siguiera estudiando y no soy muy buena con los ordenadores. 

Hablo de Astorga porque nací allí, a mi bisabuelo Álvaro Ortiz lo desterraron hacia 1890 de Carcabuey (Córdoba) a Santiagomillas y por fin este año, investigando en ese pueblo andaluz, he conseguido saber por qué. Mi abuelo José Ortiz -uno de los primeros  fotógrafos, que vendió luego su estudio a Bueno– creó en Astorga una imprenta que trasladó a Madrid  después de la guerra civil y llegó a ser un importante negocio de papel. Yo nunca viví en Astorga –pasé allí los tres meses de verano hasta que tuve 19 años–  pero Astorga es una parte importantísima de mi imaginario debido a la relación que mi familia tuvo con ella y la que tuve yo en la infancia.  Con 'Londres, pastel sin receta' he querido dar la vuelta a lo que han hecho siempre los escritores y antropólogos extranjeros que iban a España a estudiarnos como cultura exótica. Yo estudio a los británicos. Pero mejor les dejo con Paul Preston:

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Este libro extraordinario está escrito con una prosa a la vez elegante y vibrante de vida y color. Combina una serie de observaciones muy agudas y originales sobre Londres y la vida inglesa con unas descripciones de experiencias personales que señalan que la escritora tiene un sentido de humor realmente fuera de serie.  De hecho, la sección en la cual describe el viaje en tren donde  conoció a quien iba a ser su futuro marido, clama para ser incluida en antologías cómicas. Nos crea, con algo de hecho real, algo de imaginación y una capacidad literaria-cómica digna de Eduardo Mendoza, una escena esperpéntica que da lugar después a una disquisición cómica-erudita sobre los sinsabores de las mujeres que llevan una faja.


La faja nada más soltar las presillas, ‘se enrolló instantáneamente sobre sí misma, igualita que las persianas de las ventanillas del tren, deteniéndose a la altura de los sobacos’ entró un inglés que luego resultó ser galés y empezó la aventura de quitarse clandestinamente los rulos.  Me recordó el héroe anónimo de las novelas de Eduardo Mendoza. Esto da lugar a un retrato de los sinsabores de llevar faja-tubo, que consistía en un tubo de materia gomosa elástica que apretaba muchísimo y en verano te escocía la piel.  La carne que la faja no podía comprimir salía catapultada en rollos que escapaban por los bordes produciendo efectos visuales muy extraños… Tratar de mantener la faja en su sitio era un arte que requería una forma especial de caminar, a pasos pequeños, como si una tuviera los pies reducidos como las chinas… Los vaivenes más o menos ondulantes de las nalgas dependían de la altura de los tacones y de la disposición anímica de la portadora para contrarrestar la tendencia natural de la prenda a enrollarse sobre sí misma, lo que obligaba a dominarla con movimientos secos y rápidos en portales sin portero y en sitios de poca visibilidad.  La faja, en definitiva, resulta ser como una ‘sauna portátil’.
 
Además de episodios de tal calibre, entre ellos una explicación divertidísima sobre las dificultades para obtener en Inglaterra la cera para la depilación de las piernas, hay una finalidad más seria en el libro, que es explicar el inmenso misterio que es Inglaterra a través de la reacción de una joven española que aterriza por primera vez en estos pagos.  A través de los ojos de una extranjera describe muchas cosas que para mí, como chico del norte que soy,  me parecieron igualmente extrañas – sobre la hipocresía y lo útil de la cortesía, los constantes ‘please’ y ‘sorry’ (recordando lo del andaluz que decía "qué excusa más cojonuda se han buscado los ingleses con lo del ‘zorry’").

Esta parte del libro tiene un valor extraordinario y está llena de observaciones agudas sobre la curiosísima cuestión de los acentos regionales en la vida inglesa -con su carga social y económica además de geográfica-. Las bufandas y otras insignias de los hinchas del fútbol y sus acciones callejeras se interpretan como algo que ha ocupado el lugar de la religión popular en Gran Bretaña. Visiones tan atinadas proliferan en el libro que examina la mezcla de lo cerrado de muchas mentalidades dentro de una ciudad lo suficientemente cosmopolita para permitir encontrar cerca de su casa una tienda ‘Junto a Jesucristos con rosarios fosforescentes, vírgenes de plástico y escayola de todos los tamaños, había el santoral afrocubano, estatuas del Indio, y una serie de divinidades africanas.’
 
También ha logrado Lala Isla darnos una crónica de la decadencia británica, el descenso de la grandeza imperial hacia un país con rasgos del tercer mundo. Alcanza sus visiones partiendo de retratos muy concretos y de mucho color – como cuando observa que en las estaciones de ferrocarril, en vez de sistemas modernos anti-incendio, había cubos de arena, lo que le provoca unas reflexiones conmovedoras sobre las muchas muertes en el gran incendio de la estación londinense de Kings Cross hace unos años. Es un tratado de sociología de la decadencia británica y de historia social – cuenta cosas increíbles de la vivienda, de la subida y bajada de barrios, pero quizás lo más interesante es su exquisita sensibilidad hacia los problemas de las mujeres y sobre toda las madres en Londres – entiende lo difícil que es criar hijos en casas grandes sin servicio y sin familia extendida. La descripción de su embarazo y parto es de antología – empezando con los curiosos ritos del 'National Childbirth Trust'  y pasando por su propia lucha para resistir los intentos de los médicos a inducir el parto- convirtiendo esta parte del libro casi en un thriller.
 
La carga de profundidad que tiene este libro entra con facilidad gracias a la agilidad de la prosa. Tiene la mejor descripción de un culo que he leído en mi vida: se trata de un vecina estrafalaria: "Su culo en lontananza lo mismo giraba airoso al este que al oeste, de cerca destilaba un destartalamiento más de norte a sur, con melancolía gelatinosa por un estilo a lo Marilyn Monroe que se había quedado desfasado en aquella época…  Las tetas de pico duro y los tacones de pirulí estratosférico hablaban también de otro sistema solar". La capacidad de Lala Isla de hacer reír al lector no quita la seriedad y sentido compromiso con que cuenta la desaparición de los servicios públicos y el daño hecho al país por Margaret Thatcher.  Es un libro totalmente original que habría que traducir al inglés para que lo lean los políticos, y no solamente lo conservadores, no le vendría mal a Tony Blair.



(*) Crítica de Paul Preston leída en el Instituto Cervantes de Londres.


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