Javier Huerta Calvo
Miércoles, 06 de Agosto de 2014

Leopoldo en la voz de María José Cordero

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De verdadero acontecimiento cabe calificar el concierto que tuvo lugar el pasado viernes día 1 en el Teatro Diocesano de Astorga. Conocíamos ya parte del trabajo que María José Cordero estaba llevando a cabo sobre poemas de Leopoldo Panero. Acompañada del piano nos adelantó hace un año  algunas interpretaciones que ahora ha perfeccionado e, incluso, dispuesto para otros instrumentos: violín, laúd, guitarra y acordeón; incluso le ha añadido una voz más, la de soprano. Lucía Novo, Fidel Corral, Juan José Collado, Cristina Falagán y Lourdes Calderón de la Barca acompañaron a María José en estas Leopoldianas. La música imaginaria de Leopoldo Panero, un gran homenaje al poeta astorgano, perfectamente estructurado, medido y hasta contenido.

 

María José Cordero lleva con ella la escuela de Amancio Prada, tal vez el músico que más ha hecho por la difusión de nuestros poetas: desde Jorge Manrique y san Juan de la Cruz a Rosalía y Federico García Lorca. Este concierto se asemeja en su estructura al magnífico de las Coplas manriqueñas que tuvimos la oportunidad de ver hace cuatro temporadas en el madrileño teatro de 'La Abadía' y en el que la propia María José colaboró. Para que la palabra poética no solo llegue a los oídos de los espectadores sino también a su cerebro y a su corazón es necesaria cierta teatralidad, y esto es lo que ha conseguido María José Cordero, que empieza el concierto sentada a su piano y termina casi bailando —a ritmo de habanera— con las composiciones más alegres de Panero que ha escogido para el final. Un único y poco importante pero: las imágenes proyectadas, aunque con la intención de servir de guía al público, no estaban a la altura de la brillante puesta en escena y —a mi juicio— solo servían para distraer la atención de lo que verdaderamente importa en el escenario: la palabra y la música.

 

Comenzó el concierto, en penumbra, casi a oscuras, la situación favorita y más reiterada en el imaginario del poeta, que una y otra vez reivindica a lo largo de su obra el mundo de las tinieblas. En lo oscuro es el título de la antología que publiqué en Cátedra hace tres años. El poema «De noche» («Es distinto» es el título originario) es uno de los más estremecedores. Confieso que, hasta escucharlo en la voz de María José Cordero, no había captado su misteriosa hondura. Es el que, desde un punto de vista metafísico, mejor define la actitud de Panero ante lo desconocido. El verso libre en que está escrito ayuda a intensificar la emoción mediante el estribillo «de noche, absolutamente de noche». Para mí, el poema marca el clímax del concierto. María José lo ha colocado en el primer lugar; acertadamente, creo. Tal vez coja por sorpresa al desprevenido espectador, al que no se le da la ocasión de recibir con el obligado aplauso a la artista. No importa. La comunión que crea desde el principio entre la artista y el público compensa esa carencia.

 

Las primeras canciones llevan ese mismo tono de adagio, al que corresponde felizmente el violín de Lucía Novo. No podía faltar «Adolescente en sombra», el romance eneasilábico que Leopoldo dedicó a su hermano Juan. Y rubrica el tono elegiaco el impresionante soneto que empieza con otra declaración sin concesiones del poeta: «Estamos siempre solos». El poeta lo llamó simplemente «A mis hermanas», aunque debiera haberle dado el título de «La gallina ciega», un juego que aquí no tiene el colorido del famoso cartón de Goya, porque quienes juegan son las sombras y los fantasmas, o sea, los muertos.

 

Pero no todo es tristeza y dolor en la poesía de Panero. Acierta de pleno María José Cordero en musicar una serie de villancicos que Leopoldo escribió en una etapa feliz de su vida, de plenitud familiar, aunque ausente de España. Son los que escribió durante su estancia en varios países hispanoamericanos, a primeros y mediados de los 50, desde Venezuela, Colombia, Cuba… Llevan la alegría y el ritmo trepidante de las músicas caribeñas. Panero estaba convencido de que la poesía debía ser amplia como la vida misma. Las terribles circunstancias de la posguerra la habían limitado en exceso al canto fúnebre y elegíaco. Era necesario sacarla de estas monocordes casillas, a ejemplo de lo que hicieron los grandes poetas del 27 como Gerardo Diego, Federico García Lorca o Rafael Alberti, e infundirle savia alegre y renovada. La instrumentación con el acordeón y la guitarra rinde un servicio extraordinario a este fin, y el concierto —a ritmo de habanera— tiene el mejor colofón posible con el magnífico «Villancico de la Navidad errante», aún más potenciado en la propina con que María José Cordero y su conjunto obsequiaron al público que casi llenó el Diocesano: un milagro en estos tiempos de ruido y desprecio a la cultura.

 

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