Los Delgado
![[Img #45971]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2019/814_delgado.jpg)
El Festival de Cine de Astorga ha tenido este año como ilustre pregonero a Alberto Delgado, figura relevante del periodismo de la Transición, cinéfilo empedernido y aún más empedernido lector, gran degustador de la poesía y amable conversador… En su conferencia del Casino, dedicada a los inicios del cine mudo en Madrid, fue desgranando los innúmeros recuerdos que guarda en su memoria y que remiten, fundamentalmente, a la familia de dramaturgos, actores y actrices, y directores de cine en que nació. Una saga más de las muchas que han conformado la vida teatral de la España contemporánea, junto a los Isbert, los Gutiérrez Caba, los Calvo, los Diosdado, los Guillén Cuervo, los Merlo, los Prendes, los Bardem, los Ozores, etc. Todas ellas han sido recogidas hace años por Antonio Castro Jiménez en un libro muy recomendable, titulado Sagas españolas del espectáculo.
La saga de los Delgado tiene como patriarca fundador a Sinesio Delgado (1859-1928), prolífico comediógrafo y libretista de zarzuelas, aunque la posteridad lo ha recordado por haber sido fundador de la Sociedad de Autores Españoles, germen de la Sociedad General de Autores Españoles (SGAE), institución hoy en horas bajísimas tras algún que otro sonado escándalo por la nefasta gestión de algunos de sus dirigentes. Pero la saga se remonta al menos una generación atrás, pues Sinesio contrajo matrimonio con la hija de la actriz Balbina Valverde (1840-1910), muy popular por los papeles de característica que interpretó en obras de Hartzenbusch, Vital Aza, Ramos Carrión, Pardo Bazán y tantos otros… Tres años antes de su muerte, en 1907, participó en el estreno de Los intereses creados, de Jacinto Benavente, encarnando el personaje de doña Sirena, una suerte de fascinante Celestina de aires modernistas. Al igual que los demás componentes del reparto, Balbina hubo de costearse el vestido con el que actuó, pues don Cándido Lara, el empresario del teatro, muy escéptico respecto de la obra, se negó a afrontar el dispendio que suponía la colorista indumentaria que había ideado Benavente, inspirándose en la Comedia del Arte. La comedia fue, sin embargo, un éxito mayúsculo y, en agradecimiento a los cómicos, el futuro Premio Nobel donó los derechos de su obra al Montepío de Actores, que todavía los ostenta.
Balbina era hermana del célebre compositor Joaquín Valverde (1846-1910), que tiene en su haber, en colaboración con Federico Chueca, dos joyas del género chico: Agua, azucarillos y aguardiente, y La Gran Vía, tan admirada por Nietzsche, cuando la vio representada en Turín. Su hijo Joaquín, popularmente conocido como Quinito Valverde (1875-1918), continuó los pasos de su padre en la creación de zarzuelas, revistas y, sobre todo, cuplés para cantantes tan célebres en la época como la Fornarina.
Hasta aquí el teatro, porque con los hijos y nietos de don Sinesio la saga se extendería al cinematógrafo, en cuyo nacimiento muchos vieron, por cierto, el fin del arte dramático. Y no fueron, por ello, pocos los teatros que, en la mayoría de las ciudades y pueblos, pasaron a convertirse en cines. Los peliculeros, como los llama el gran Fernán-Gómez en El viaje a ninguna parte, ganaron aquella batalla pero no la guerra: desde unos años a esta parte han desaparecido miles de cines, algunos de los cuales se han reconvertido en teatros. Además, hay una verdad incontestable que expresó muy bien Alberto Delgado en su conferencia: ayer y hoy, la calidad de un gran actor se mide no por su actuación en el cine, donde hasta pueden doblarle la voz, si es menester, sino en la escena; ese espacio vacío –que llama Peter Brook–, en el cual el intérprete, en cada actuación, se las ha de ver solo y sin trucos de ninguna especie ante los espectadores que lo contemplan. Por no hablar de la dicción: en televisión y en cine a los actores se les permite susurrar, balbucir, hasta el punto de que a menudo se les entiende con harta dificultad. En cambio, en los teatros la palabra sigue sonando con toda su belleza y claridad.
Pero volvamos a nuestra saga. El hijo mayor de Sinesio, Fernando Delgado (1891-1950) –casado con la actriz Julia Cebrián– es uno de los grandes pioneros del cine español. Los historiadores aprecian, en especial, su contribución a la época del cine mudo, con películas como ¡Viva Madrid, que es mi pueblo!, producida por el torero Marcial Lalanda, Cabrita que tira al monte o Las de Méndez. Ya en tiempos del sonoro dirigió una importante serie de documentales sobre la guerra civil. Tras la contienda dirigió, entre otras, La gitanilla, La patria chica y La maja del capote. Su prematura muerte abortó lo mucho que de él se esperaba.
Su hijo Luis María Delgado (1926-2007) intervino muy activamente en el cine de los años 50, colaborando en alguna ocasión con Fernando Fernán-Gómez. En 1961 dirigió Diferente, la primera película española en la que se abordaba, con pocos tapujos, el tema de la homosexualidad, encarnada en la figura del bailarín argentino Alfredo Alaria. Sorprendentemente, la censura no puso reparos y el filme, que hoy se considera de culto, se estrenó sin cortes. Es de lamentar que este inquieto director no continuara por esa senda de cine experimental y alternativo, y se dedicara al cine más comercial de esa década.
Finalmente, un hijo de Luis María, Alfonso Delgado, ha recuperado la saga para el teatro. Rostro muy popular por el anuncio de la lotería de Navidad que protagonizó hace unos años, abre la temporada del madrileño teatro Fernán-Gómez con Monsieur Goya: una indagación, de José Sanchis Sinisterra.
A muchas de estas cuestiones se refirió Alberto Delgado en su amena charla. Aunque tiene publicados algún libro y artículos, quienes amamos y estudiamos el teatro le agradeceríamos que dejara testimonio escrito de estos recuerdos suyos sobre los casi doscientos años de actividad incesante de esta familia de artistas, los Delgado, en las tablas o ante las cámaras.
El Festival de Cine de Astorga ha tenido este año como ilustre pregonero a Alberto Delgado, figura relevante del periodismo de la Transición, cinéfilo empedernido y aún más empedernido lector, gran degustador de la poesía y amable conversador… En su conferencia del Casino, dedicada a los inicios del cine mudo en Madrid, fue desgranando los innúmeros recuerdos que guarda en su memoria y que remiten, fundamentalmente, a la familia de dramaturgos, actores y actrices, y directores de cine en que nació. Una saga más de las muchas que han conformado la vida teatral de la España contemporánea, junto a los Isbert, los Gutiérrez Caba, los Calvo, los Diosdado, los Guillén Cuervo, los Merlo, los Prendes, los Bardem, los Ozores, etc. Todas ellas han sido recogidas hace años por Antonio Castro Jiménez en un libro muy recomendable, titulado Sagas españolas del espectáculo.
La saga de los Delgado tiene como patriarca fundador a Sinesio Delgado (1859-1928), prolífico comediógrafo y libretista de zarzuelas, aunque la posteridad lo ha recordado por haber sido fundador de la Sociedad de Autores Españoles, germen de la Sociedad General de Autores Españoles (SGAE), institución hoy en horas bajísimas tras algún que otro sonado escándalo por la nefasta gestión de algunos de sus dirigentes. Pero la saga se remonta al menos una generación atrás, pues Sinesio contrajo matrimonio con la hija de la actriz Balbina Valverde (1840-1910), muy popular por los papeles de característica que interpretó en obras de Hartzenbusch, Vital Aza, Ramos Carrión, Pardo Bazán y tantos otros… Tres años antes de su muerte, en 1907, participó en el estreno de Los intereses creados, de Jacinto Benavente, encarnando el personaje de doña Sirena, una suerte de fascinante Celestina de aires modernistas. Al igual que los demás componentes del reparto, Balbina hubo de costearse el vestido con el que actuó, pues don Cándido Lara, el empresario del teatro, muy escéptico respecto de la obra, se negó a afrontar el dispendio que suponía la colorista indumentaria que había ideado Benavente, inspirándose en la Comedia del Arte. La comedia fue, sin embargo, un éxito mayúsculo y, en agradecimiento a los cómicos, el futuro Premio Nobel donó los derechos de su obra al Montepío de Actores, que todavía los ostenta.
Balbina era hermana del célebre compositor Joaquín Valverde (1846-1910), que tiene en su haber, en colaboración con Federico Chueca, dos joyas del género chico: Agua, azucarillos y aguardiente, y La Gran Vía, tan admirada por Nietzsche, cuando la vio representada en Turín. Su hijo Joaquín, popularmente conocido como Quinito Valverde (1875-1918), continuó los pasos de su padre en la creación de zarzuelas, revistas y, sobre todo, cuplés para cantantes tan célebres en la época como la Fornarina.
Hasta aquí el teatro, porque con los hijos y nietos de don Sinesio la saga se extendería al cinematógrafo, en cuyo nacimiento muchos vieron, por cierto, el fin del arte dramático. Y no fueron, por ello, pocos los teatros que, en la mayoría de las ciudades y pueblos, pasaron a convertirse en cines. Los peliculeros, como los llama el gran Fernán-Gómez en El viaje a ninguna parte, ganaron aquella batalla pero no la guerra: desde unos años a esta parte han desaparecido miles de cines, algunos de los cuales se han reconvertido en teatros. Además, hay una verdad incontestable que expresó muy bien Alberto Delgado en su conferencia: ayer y hoy, la calidad de un gran actor se mide no por su actuación en el cine, donde hasta pueden doblarle la voz, si es menester, sino en la escena; ese espacio vacío –que llama Peter Brook–, en el cual el intérprete, en cada actuación, se las ha de ver solo y sin trucos de ninguna especie ante los espectadores que lo contemplan. Por no hablar de la dicción: en televisión y en cine a los actores se les permite susurrar, balbucir, hasta el punto de que a menudo se les entiende con harta dificultad. En cambio, en los teatros la palabra sigue sonando con toda su belleza y claridad.
Pero volvamos a nuestra saga. El hijo mayor de Sinesio, Fernando Delgado (1891-1950) –casado con la actriz Julia Cebrián– es uno de los grandes pioneros del cine español. Los historiadores aprecian, en especial, su contribución a la época del cine mudo, con películas como ¡Viva Madrid, que es mi pueblo!, producida por el torero Marcial Lalanda, Cabrita que tira al monte o Las de Méndez. Ya en tiempos del sonoro dirigió una importante serie de documentales sobre la guerra civil. Tras la contienda dirigió, entre otras, La gitanilla, La patria chica y La maja del capote. Su prematura muerte abortó lo mucho que de él se esperaba.
Su hijo Luis María Delgado (1926-2007) intervino muy activamente en el cine de los años 50, colaborando en alguna ocasión con Fernando Fernán-Gómez. En 1961 dirigió Diferente, la primera película española en la que se abordaba, con pocos tapujos, el tema de la homosexualidad, encarnada en la figura del bailarín argentino Alfredo Alaria. Sorprendentemente, la censura no puso reparos y el filme, que hoy se considera de culto, se estrenó sin cortes. Es de lamentar que este inquieto director no continuara por esa senda de cine experimental y alternativo, y se dedicara al cine más comercial de esa década.
Finalmente, un hijo de Luis María, Alfonso Delgado, ha recuperado la saga para el teatro. Rostro muy popular por el anuncio de la lotería de Navidad que protagonizó hace unos años, abre la temporada del madrileño teatro Fernán-Gómez con Monsieur Goya: una indagación, de José Sanchis Sinisterra.
A muchas de estas cuestiones se refirió Alberto Delgado en su amena charla. Aunque tiene publicados algún libro y artículos, quienes amamos y estudiamos el teatro le agradeceríamos que dejara testimonio escrito de estos recuerdos suyos sobre los casi doscientos años de actividad incesante de esta familia de artistas, los Delgado, en las tablas o ante las cámaras.