Las mártires de Somiedo, Beatas
Aires de Guerra XXI
El testigo Abelardo Fernández Arias, asturiano con 89 años me narra en Gijón sus recuerdos de lo vivido en Somiedo con una versión muy particular del fusilamiento de las enfermeras que no coincide con la de ninguno de los otros testigos. Él tenía 17 años y estaba en el batallón republicano que aquel 27 de octubre atacó a las compañías militares franquistas que estaban ocupando El Puerto. Él cuenta cómo atacaron de madrugada, por sorpresa, las posiciones de las Peñas cogiendo a todos durmiendo y luego rodearon el pueblo. Cómo el comandante Berrocal se resiste a rendirse a pesar de estar rodeados y no tener salida posible. Cómo Menaza, muy considerado entre los suyos, es traicionado por los franquistas, motivo por el que entran al pueblo atacando y finalmente llegan a la Comandancia. Cómo allí se encontraban las tres enfermeras a las que cogen prisioneras como al resto de los que se encontraban en ese momento en la casona, los mandos militares, el cura y el médico. Cuenta que los subieron a un camión y los bajaron hasta el pueblo Pola de Somiedo (hoy por carretera a 13 km), donde estaban los mandos republicanos, “ … copamos la comandancia con toda la Jefatura y hasta había tres mujeres también y, ¡hala!, todos para el camión…”.
![[Img #54217]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/1757_milagros-valcarcel.jpg)
Sigue contando que llegaron de noche, allí se encontraba Milagros, la mujer del “valiente Menaza” encolerizada por la noticia del asesinato de su marido al que habían encontrado destrozado a machetazos. Cuenta Abelardo que Milagros se sacó debajo del mandil una pistola y enfurecida se subió al camión, “¿quiénes fueron los que mataron a mi marido?”, preguntó enfurecida, y como todos callaron “pues tomaré yo la justicia por mi mano” y se lió a tiros con todos los que estaban en el camión, por supuesto con las enfermeras también, hasta que se le acabaron las balas. Dice que mató a tres o cuatro y entre ellas las mujeres. Aclara que llevaba una pistola con ‘peine’ que le da para 25 tiros. Dice también que desde abajo del camión, en el fragor de la situación, algún miliciano aprovechó para descargar también tiros a los prisioneros. Afirma que no era lo habitual hacer eso con los prisioneros pero que los ánimos estaban muy exaltados. Curiosamente Abelardo insiste después, repitiendo la situación, que en ese tiroteo de Milagros sólo murieron dos enfermeras y que a la tercera se la llevaron en el camión con los prisioneros supervivientes de la matanza. No sabe a dónde se la llevaron ni qué fue de ella. Él se volvió al monte.
El tiempo es muy traidor con la memoria, puede hacer creer como verdadero lo que en otro tiempo se inventó para sobrevivir frente al mundo o frente a uno mismo, de tanto repensar lo ficticio puede llegar a creerse auténtico. Eso parece que es lo que le ha pasado al anciano Abelardo cuya versión no tiene nada que ver con la del resto de los testigos.
Esta particular versión se contradice con la de prácticamente todos los que las vieron bajar por el monte andando y entrar en Pola de Somiedo junto con los demás prisioneros, los oficiales, el cura y el médico, y con las declaraciones de los prisioneros que participaron en aquel sucedido.
Las pérdidas humanas de las compañías del Batallón Burgos en El Puerto de Somiedo fueron grandes. Los franquistas se propusieron vengar aquel ataque nocturno que acabó con un destacamento prácticamente al completo, y durante mucho tiempo todos aquellos hombres y mujeres que pertenecieron al asturiano Batallón Guerra Pardo sufrieron una persecución sin tregua, a muerte, durante meses y años. Por eso, cada uno de los que pertenecieron a ese Batallón se buscó una historia que no le implicara en aquellos sucesos y se la grabó ‘a fuego’ en su mente hasta creérsela; también se cambiaron el nombre del Batallón al que habían pertenecido, por el de Batallón García. Era cuestión de supervivencia quedar completamente fuera de cualquier contacto con aquella matanza.
![[Img #54219]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/8473_somiedo-caras.jpg)
La familia Gullón recoge testimonios de personas que vivieron aquellos momentos en aquellos lugares y vieron lo que pasó, eran niños entonces.
“Serían cerca de las cinco de la tarde, cuando mi madre volvía con las vacas y se cruzó con las enfermeras y sus captores. Las llevaban atadas”, recuerda Joaquina Alba Cabeza.
“Yo estaba sentada en el puente cuando pasaron por allí. Las llevaban bien atadas y estaban muertas de cansancio. Venían uniformadas, encima de las batas llevaban las capas de la Cruz Roja”, cuenta Maruja Castellanos, que recuerda que venían cinco atados y que: “El día que las mataron era un día soleado. Fue a las tres de la tarde y me acuerdo que una de las enfermeras quedó en pie, viva, siendo rematada posteriormente. Desde la carretera de acceso al pueblo vimos a los dos falangistas y a las tres enfermeras que estaban muertos y tumbados en la hierba y los enterraron antes de llegar la noche”. Especifica que “una de las milicianas llamada Lola era gruesa y llevaba pantalones (era la primera vez que veíamos a una mujer con pantalones) llevaba puesto un chaquetón de piel marrón” (parece que era el de Octavia).
Predestinación Marrón Álvarez dice que recuerda perfectamente la llegada de los presos y que al ver a los militares cautivos y a las enfermeras rodeadas de mineros la gente tenía miedo y se metía en sus casas.
Cuentan que los fusilamientos de los militares empezaron al mediodía y que la gente del pueblo lo contempló desde sus casas.
![[Img #54214]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/5135_bajando-hacia-pola-de-somiedo.jpg)
Las tres enfermeras caminan parece que atadas por la cintura entre sí, agotadas y sedientas. Bajan por el monte, por unos senderos de piedras muy empinados que les hacen resbalar y caerse, no llevan el calzado adecuado y les es penoso caminar. Hace frío y dicen que la mayor, Octavia, es la única que lleva abrigo. Personas contaron en su momento cómo las vieron pasar extenuadas y pidiendo un poco de agua.
Concha Espina recoge esta versión. Cuentan que una vez hechas prisioneras en el ataque de la Comandancia, el 27 de octubre, bajan a los prisioneros andando desde el Puerto hasta Pola de Somiedo.
![[Img #54216]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/4931_los-altos-del-puerto-de-somiedo.jpg)
Según las últimas investigaciones podría ser que el enfrentamiento en la toma de El Puerto ocurriera a lo largo del día 27 y los milicianos entraran triunfantes en el pueblo a las 11 de la mañana del día 28 y sería, a lo largo de ese día, cuando bajan caminando hasta Pola de Somiedo. Un guardia jurado de la aldea Valle de Lago da constancia de que la comitiva de prisioneros pasó a las cuatro y pico de la tarde del día 28 por delante de su casa, aldea a mitad de camino hacia Pola. Según las declaraciones de este testigo, y algún otro, los fusilamientos no se producirían el 28 sino el 29 de octubre.
Las tres enfermeras van atadas con dos falangistas en los extremos, son muchos kilómetros y van agotadas. Hay una enfermera herida en un ojo que va sangrando, es Olga.
![[Img #54213]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/4645_casona-y-pena.jpg)
Llegan a Pola y las encierran en una casa. Hay quien dice que era la casa del médico Menendo Flores que estaba vacía. Según otros testigos las encerraron en una habitación en la casa donde tenían establecido el cuartel los dirigentes republicanos. Allí pasan la noche. Una versión cuenta que esa noche los milicianos abusaron de ellas y las violaron, imposible confirmar ese dato, hay otras versiones que lo niegan. También se dice que las fusilaron desnudas pero no, estaban vestidas según la declaración de prácticamente todos los testigos, y confirmado en las exhumaciones de sus cuerpos. Dicen que se brindaron con entusiasmo tres mujeres, tres milicianas, para dispararlas. Establecieron una distancia de tres metros para efectuar los disparos. Aun así parece que a Pilín tuvieron que dispararle tres veces, pues tres veces se levantaba. “Ya se acabaron las señoritas” dijo alguien después del fusilamiento “No, falto yo” dice Pilín levantándose, y el capitán Sanchez le da el tiro de gracia. Esto cuenta una versión.
¿Las mujeres se brindaron o quizás las obligaron? El caso es que las últimas investigaciones indican que por lo menos a una de las tres mujeres que forman el ‘pelotón de fusilamiento’, María, una joven de 16 años, la presionan para que forme parte del fusilamiento. María declara haber sido obligada a disparar. Ella se resiste y la amenazan de muerte si no lo hace; llora de angustia y llora de vértigo pero no le dan opción a negarse; así que coge el fusil, y entre la juventud y los nervios apenas puede con el peso del arma, entonces el miliciano Manuel Riego se pone detrás de ella para ayudarla a mantener el fusil en posición. Dispara. Pero ella confiesa que “la rubia” (así llamaban a Pilín) seguía de pie después del disparo.
Las otras dos mujeres que participaron en el fusilamiento parece que fueron Evangelina y Lola, la Lola de los pantalones, dos mujeres que, a diferencia de María, eran unas avezadas milicianas muy comprometidas e implicadas en la lucha. Estas dos mujeres manejaban pistola y unos dicen que fue con un disparo de pistola con el que las dos apuntaron para matar a Olga y Octavia, acertando a la primera. En las declaraciones María dice que las mártires gritan ¡Viva España! frente a las armas que las van a matar.
Las tres mujeres que dispararon a las enfermeras fueron obligadas a marcharse del prado una vez efectuados los disparos, y nada más alejarse se oyeron nuevos disparos (puede suponerse que estos disparos posteriores fueron los tiros de gracia o de ‘remate’ de las tres enfermeras).
![[Img #54218]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/8773_mujeres-milicanas.jpg)
Los dos falangistas que bajaban con ellas habían sido fusilados antes que a ellas en el mismo prado. Prácticamente todos los testigos coinciden en que ellas, ante los fusiles que les apuntan, exclaman un orgulloso ¡Viva España! y son inmediatamente fusiladas
Los acontecimientos en Pola parece que se sucedieron de la siguiente manera. Una vez han llegado los prisioneros de El Puerto a Pola de Somiedo, el 27 o 28, según versiones, se reúne el Comité de los milicianos republicanos para decidir su futuro. A los soldados los mandan en camiones a Gijón y a los oficiales, los falangistas, el médico y el cura los condenan a muerte en ese Comité. Y también en ese Comité, según declaraciones de la joven María, son las milicianas Evangelina, Emilia, Lola y Amalia, quienes deciden sin mucho miramiento que las enfermeras tienen que morir; seguramente envenenadas por el asesinato a traición del marido de Milagros, Menaza, y seguramente, también, empujadas por una profunda animadversión -en esas dificultosas condiciones de vida en las que se movían- hacia la presencia en su terreno de unas “señoritas bien”, bien vestidas, bien comidas, bien educadas y bien valientes. Y serán dos de ellas, Evangelina y Lola, las que van a participar en el fusilamiento.
En aquella situación de violencia generada por los enfrentamientos, las mujeres milicianas estaban rabiosas por la traición que les habían hecho a dos de sus mejores hombres, sobre todo Milagros Valcárcel que en esa traición había perdido a su joven marido, Menaza, matándole cuando había ido a parlamentar con los militares acorralados. Por eso es Milagros la que se brinda a disparar contra el comandante Berrocal a quien le hace responsable de su pérdida, y le mata disparándole con una pistola desatando así su venganza por la muerte de su hombre.
Al médico Luis Viñuelas (24 años) y a su amigo, el jefe de la falange de Villafranca del Bierzo José Fernández de Veras (28 años) les hicieron una especie de procedimiento y los condenaron a muerte. Los matan a tiros y los queman atados a un árbol. El cura, Pío Fernández, trata de huir en un carro pero le sorprenden en su huida y le matan. A un capitán, dos alféreces y un sargento los fusilan en un prado.
Entre los testigos de aquellos furiosos y bárbaros momentos no se escucha hablar de violaciones pero sí de vejaciones, burlas, insultos y desprecios a las “señoritas”, sin tener en cuenta su dignidad de enfermeras. Parece que hubo saña y rudeza hacia las tres ‘damas’ astorganas sobre todo por parte de las mujeres milicianas, y no sería de extrañar. Se habla de maldad de estas por el hecho de que se repartieran sus ropas dando a entender que las dejaron desnudas, y cargando en este acto además de avaricia una perversa humillación. Todo indica que las humillaron y las vejaron, sí, pero no hay signos de que las dejaran desnudas. Y ese rencor femenino podría explicarse no sólo por la situación de enfrentamiento de guerra y la rabia por la muerte de sus hombres, sino también y sobre todo por un entendible resentimiento social.
Hay que ponerse en el contexto del momento. Las milicianas eran mujeres de mineros duramente represaliados hacía tan solo dos años, en el 34, y eso todavía estaba muy vivo en sus sentimientos. Mujeres con vidas muy duras para tan sólo poder sobrevivir. Eran mujeres que luchaban por un mundo mejor para su familia y ese mundo lo esperanzaban en las últimas elecciones de la República y, ahora, una sublevación de los mismos militares del 34 amenazaba con desbaratar, de nuevo, su mejor futuro (como así pasó). Estas mujeres encuentran en su terreno, y entre los que violentan sus esperanzas, a unas señoritas bien, de ‘clase bien’, guapas, alegres, bien alimentadas y con muy buenos vestidos…. Es una provocación para ellas. Tienen delante a unas mujeres que simbolizan la superioridad femenina de todo lo que ellas no pueden alcanzar pero en este momento son ellas las que tienen el poder sobre las ‘señoritas’. No tienen su propio futuro en sus manos pero sí el de estas damas que representan lo inalcanzable y, además, la desesperanza porque les quieren robar la expectativa de una vida mejor.
![[Img #54212]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/9418_casona1.jpg)
Evidentemente, en cuanto la Comandancia de El Puerto queda desalojada ellas entrarán y se apropiarán de sus vestidos, de sus abrigos y chaquetones, de toda su ropa y sus enseres. Encantadas de apoderarse de tanta cosa de calidad que nunca han tenido entre sus manos, sobre todo las prendas de abrigo tan necesarias en esa fría época, el chaquetón con el que Pilín estaba tan contenta por lo bien que le venía para el frío. Todo eso se lo reparten entre ellas. Una reacción muy comprensible, es el botín de guerra. Realmente las tres enfermeras ya no las van a necesitar, piensan. Fueron apresadas con sus uniformes de enfermeras y fusiladas con sus uniformes. No necesitaban nada más para caer bajo los disparos en un prado, en el prado don Juan de Pola de Somiedo. Si en el último momento, una vez fusiladas, se apropiaron de zapatos, o alguna cosa más de su vestuario, es también comprensible.
A quienes realmente desnudaron fue a los militares. Esa buena ropa militar, esas buenísimas botas para el frío invierno que ya había llegado…, todas y cada una de las piezas y prendas que llevan los militares franquistas que acaban de matar son un tesoro para los milicianos que van prácticamente en alpargatas y mal vestidos. Lógicamente se apropian de todo lo de los muertos como pasa siempre en las guerras.
![[Img #54221]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/9195_libro-concha-espina.jpg)
![[Img #54220]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/2537_retrato-concha-espina.jpg)
La versión más extendida y conocida de estos acontecimientos es la que narró Concha Espina en su libro Princesas del Martirio, publicado en 1940. Basada en interrogatorios y documentos del momento, pero matizada con un radical énfasis político y religioso, es la versión que hasta ahora se ha utilizado para contar este relato. La historiografía de las mártires de Somiedo se ha basado, hasta el despertar de la memoria histórica, en Concha Espina y su libro escrito en un arrebatado furor por la barbarie de la guerra y la necesidad de acomodarse al nuevo régimen, como tantos otros intelectuales. Ahora salen a la luz nuevos datos y nuevas versiones de lo ocurrido en aquellos episodios de guerra en general, y en este episodio en particular, que recomponen la historia.
El miliciano Abelardo acaba la conversación que teníamos él y yo en su casa de Gijón con una anécdota. Cuando la toma del pueblo (El Puerto) estaban unos soldados de los dos bandos enfrentados, parapetados en distintas casas cercanas, hablando entre ellos: “Unos decían: “Vosotros no creéis en Dios y vosotros quemáis las iglesias y vosotros tal”, y nosotros decíamos “Vosotros hacéis esto, lo otro”, y a última hora salta un paisano que no era de los que hablaba, otro, de la parte de ellos, y dice: “Oye, rojo, ¿sabes lo que pienso? Que vosotros sin Dios y nosotros con Dios armamos una que no la entiende ni Dios”. Y a aquel hombre siempre le di yo la palabra de bien dicho. Es verdad, hombre”.
(*) Si quieres consultar los capítulos publicados:
ENFERMERAS MÁRTIRES DE SOMIEDO
El testigo Abelardo Fernández Arias, asturiano con 89 años me narra en Gijón sus recuerdos de lo vivido en Somiedo con una versión muy particular del fusilamiento de las enfermeras que no coincide con la de ninguno de los otros testigos. Él tenía 17 años y estaba en el batallón republicano que aquel 27 de octubre atacó a las compañías militares franquistas que estaban ocupando El Puerto. Él cuenta cómo atacaron de madrugada, por sorpresa, las posiciones de las Peñas cogiendo a todos durmiendo y luego rodearon el pueblo. Cómo el comandante Berrocal se resiste a rendirse a pesar de estar rodeados y no tener salida posible. Cómo Menaza, muy considerado entre los suyos, es traicionado por los franquistas, motivo por el que entran al pueblo atacando y finalmente llegan a la Comandancia. Cómo allí se encontraban las tres enfermeras a las que cogen prisioneras como al resto de los que se encontraban en ese momento en la casona, los mandos militares, el cura y el médico. Cuenta que los subieron a un camión y los bajaron hasta el pueblo Pola de Somiedo (hoy por carretera a 13 km), donde estaban los mandos republicanos, “ … copamos la comandancia con toda la Jefatura y hasta había tres mujeres también y, ¡hala!, todos para el camión…”.
Sigue contando que llegaron de noche, allí se encontraba Milagros, la mujer del “valiente Menaza” encolerizada por la noticia del asesinato de su marido al que habían encontrado destrozado a machetazos. Cuenta Abelardo que Milagros se sacó debajo del mandil una pistola y enfurecida se subió al camión, “¿quiénes fueron los que mataron a mi marido?”, preguntó enfurecida, y como todos callaron “pues tomaré yo la justicia por mi mano” y se lió a tiros con todos los que estaban en el camión, por supuesto con las enfermeras también, hasta que se le acabaron las balas. Dice que mató a tres o cuatro y entre ellas las mujeres. Aclara que llevaba una pistola con ‘peine’ que le da para 25 tiros. Dice también que desde abajo del camión, en el fragor de la situación, algún miliciano aprovechó para descargar también tiros a los prisioneros. Afirma que no era lo habitual hacer eso con los prisioneros pero que los ánimos estaban muy exaltados. Curiosamente Abelardo insiste después, repitiendo la situación, que en ese tiroteo de Milagros sólo murieron dos enfermeras y que a la tercera se la llevaron en el camión con los prisioneros supervivientes de la matanza. No sabe a dónde se la llevaron ni qué fue de ella. Él se volvió al monte.
El tiempo es muy traidor con la memoria, puede hacer creer como verdadero lo que en otro tiempo se inventó para sobrevivir frente al mundo o frente a uno mismo, de tanto repensar lo ficticio puede llegar a creerse auténtico. Eso parece que es lo que le ha pasado al anciano Abelardo cuya versión no tiene nada que ver con la del resto de los testigos.
Esta particular versión se contradice con la de prácticamente todos los que las vieron bajar por el monte andando y entrar en Pola de Somiedo junto con los demás prisioneros, los oficiales, el cura y el médico, y con las declaraciones de los prisioneros que participaron en aquel sucedido.
Las pérdidas humanas de las compañías del Batallón Burgos en El Puerto de Somiedo fueron grandes. Los franquistas se propusieron vengar aquel ataque nocturno que acabó con un destacamento prácticamente al completo, y durante mucho tiempo todos aquellos hombres y mujeres que pertenecieron al asturiano Batallón Guerra Pardo sufrieron una persecución sin tregua, a muerte, durante meses y años. Por eso, cada uno de los que pertenecieron a ese Batallón se buscó una historia que no le implicara en aquellos sucesos y se la grabó ‘a fuego’ en su mente hasta creérsela; también se cambiaron el nombre del Batallón al que habían pertenecido, por el de Batallón García. Era cuestión de supervivencia quedar completamente fuera de cualquier contacto con aquella matanza.
La familia Gullón recoge testimonios de personas que vivieron aquellos momentos en aquellos lugares y vieron lo que pasó, eran niños entonces.
“Serían cerca de las cinco de la tarde, cuando mi madre volvía con las vacas y se cruzó con las enfermeras y sus captores. Las llevaban atadas”, recuerda Joaquina Alba Cabeza.
“Yo estaba sentada en el puente cuando pasaron por allí. Las llevaban bien atadas y estaban muertas de cansancio. Venían uniformadas, encima de las batas llevaban las capas de la Cruz Roja”, cuenta Maruja Castellanos, que recuerda que venían cinco atados y que: “El día que las mataron era un día soleado. Fue a las tres de la tarde y me acuerdo que una de las enfermeras quedó en pie, viva, siendo rematada posteriormente. Desde la carretera de acceso al pueblo vimos a los dos falangistas y a las tres enfermeras que estaban muertos y tumbados en la hierba y los enterraron antes de llegar la noche”. Especifica que “una de las milicianas llamada Lola era gruesa y llevaba pantalones (era la primera vez que veíamos a una mujer con pantalones) llevaba puesto un chaquetón de piel marrón” (parece que era el de Octavia).
Predestinación Marrón Álvarez dice que recuerda perfectamente la llegada de los presos y que al ver a los militares cautivos y a las enfermeras rodeadas de mineros la gente tenía miedo y se metía en sus casas.
Cuentan que los fusilamientos de los militares empezaron al mediodía y que la gente del pueblo lo contempló desde sus casas.
Las tres enfermeras caminan parece que atadas por la cintura entre sí, agotadas y sedientas. Bajan por el monte, por unos senderos de piedras muy empinados que les hacen resbalar y caerse, no llevan el calzado adecuado y les es penoso caminar. Hace frío y dicen que la mayor, Octavia, es la única que lleva abrigo. Personas contaron en su momento cómo las vieron pasar extenuadas y pidiendo un poco de agua.
Concha Espina recoge esta versión. Cuentan que una vez hechas prisioneras en el ataque de la Comandancia, el 27 de octubre, bajan a los prisioneros andando desde el Puerto hasta Pola de Somiedo.
Según las últimas investigaciones podría ser que el enfrentamiento en la toma de El Puerto ocurriera a lo largo del día 27 y los milicianos entraran triunfantes en el pueblo a las 11 de la mañana del día 28 y sería, a lo largo de ese día, cuando bajan caminando hasta Pola de Somiedo. Un guardia jurado de la aldea Valle de Lago da constancia de que la comitiva de prisioneros pasó a las cuatro y pico de la tarde del día 28 por delante de su casa, aldea a mitad de camino hacia Pola. Según las declaraciones de este testigo, y algún otro, los fusilamientos no se producirían el 28 sino el 29 de octubre.
Las tres enfermeras van atadas con dos falangistas en los extremos, son muchos kilómetros y van agotadas. Hay una enfermera herida en un ojo que va sangrando, es Olga.
Llegan a Pola y las encierran en una casa. Hay quien dice que era la casa del médico Menendo Flores que estaba vacía. Según otros testigos las encerraron en una habitación en la casa donde tenían establecido el cuartel los dirigentes republicanos. Allí pasan la noche. Una versión cuenta que esa noche los milicianos abusaron de ellas y las violaron, imposible confirmar ese dato, hay otras versiones que lo niegan. También se dice que las fusilaron desnudas pero no, estaban vestidas según la declaración de prácticamente todos los testigos, y confirmado en las exhumaciones de sus cuerpos. Dicen que se brindaron con entusiasmo tres mujeres, tres milicianas, para dispararlas. Establecieron una distancia de tres metros para efectuar los disparos. Aun así parece que a Pilín tuvieron que dispararle tres veces, pues tres veces se levantaba. “Ya se acabaron las señoritas” dijo alguien después del fusilamiento “No, falto yo” dice Pilín levantándose, y el capitán Sanchez le da el tiro de gracia. Esto cuenta una versión.
¿Las mujeres se brindaron o quizás las obligaron? El caso es que las últimas investigaciones indican que por lo menos a una de las tres mujeres que forman el ‘pelotón de fusilamiento’, María, una joven de 16 años, la presionan para que forme parte del fusilamiento. María declara haber sido obligada a disparar. Ella se resiste y la amenazan de muerte si no lo hace; llora de angustia y llora de vértigo pero no le dan opción a negarse; así que coge el fusil, y entre la juventud y los nervios apenas puede con el peso del arma, entonces el miliciano Manuel Riego se pone detrás de ella para ayudarla a mantener el fusil en posición. Dispara. Pero ella confiesa que “la rubia” (así llamaban a Pilín) seguía de pie después del disparo.
Las otras dos mujeres que participaron en el fusilamiento parece que fueron Evangelina y Lola, la Lola de los pantalones, dos mujeres que, a diferencia de María, eran unas avezadas milicianas muy comprometidas e implicadas en la lucha. Estas dos mujeres manejaban pistola y unos dicen que fue con un disparo de pistola con el que las dos apuntaron para matar a Olga y Octavia, acertando a la primera. En las declaraciones María dice que las mártires gritan ¡Viva España! frente a las armas que las van a matar.
Las tres mujeres que dispararon a las enfermeras fueron obligadas a marcharse del prado una vez efectuados los disparos, y nada más alejarse se oyeron nuevos disparos (puede suponerse que estos disparos posteriores fueron los tiros de gracia o de ‘remate’ de las tres enfermeras).
Los dos falangistas que bajaban con ellas habían sido fusilados antes que a ellas en el mismo prado. Prácticamente todos los testigos coinciden en que ellas, ante los fusiles que les apuntan, exclaman un orgulloso ¡Viva España! y son inmediatamente fusiladas
Los acontecimientos en Pola parece que se sucedieron de la siguiente manera. Una vez han llegado los prisioneros de El Puerto a Pola de Somiedo, el 27 o 28, según versiones, se reúne el Comité de los milicianos republicanos para decidir su futuro. A los soldados los mandan en camiones a Gijón y a los oficiales, los falangistas, el médico y el cura los condenan a muerte en ese Comité. Y también en ese Comité, según declaraciones de la joven María, son las milicianas Evangelina, Emilia, Lola y Amalia, quienes deciden sin mucho miramiento que las enfermeras tienen que morir; seguramente envenenadas por el asesinato a traición del marido de Milagros, Menaza, y seguramente, también, empujadas por una profunda animadversión -en esas dificultosas condiciones de vida en las que se movían- hacia la presencia en su terreno de unas “señoritas bien”, bien vestidas, bien comidas, bien educadas y bien valientes. Y serán dos de ellas, Evangelina y Lola, las que van a participar en el fusilamiento.
En aquella situación de violencia generada por los enfrentamientos, las mujeres milicianas estaban rabiosas por la traición que les habían hecho a dos de sus mejores hombres, sobre todo Milagros Valcárcel que en esa traición había perdido a su joven marido, Menaza, matándole cuando había ido a parlamentar con los militares acorralados. Por eso es Milagros la que se brinda a disparar contra el comandante Berrocal a quien le hace responsable de su pérdida, y le mata disparándole con una pistola desatando así su venganza por la muerte de su hombre.
Al médico Luis Viñuelas (24 años) y a su amigo, el jefe de la falange de Villafranca del Bierzo José Fernández de Veras (28 años) les hicieron una especie de procedimiento y los condenaron a muerte. Los matan a tiros y los queman atados a un árbol. El cura, Pío Fernández, trata de huir en un carro pero le sorprenden en su huida y le matan. A un capitán, dos alféreces y un sargento los fusilan en un prado.
Entre los testigos de aquellos furiosos y bárbaros momentos no se escucha hablar de violaciones pero sí de vejaciones, burlas, insultos y desprecios a las “señoritas”, sin tener en cuenta su dignidad de enfermeras. Parece que hubo saña y rudeza hacia las tres ‘damas’ astorganas sobre todo por parte de las mujeres milicianas, y no sería de extrañar. Se habla de maldad de estas por el hecho de que se repartieran sus ropas dando a entender que las dejaron desnudas, y cargando en este acto además de avaricia una perversa humillación. Todo indica que las humillaron y las vejaron, sí, pero no hay signos de que las dejaran desnudas. Y ese rencor femenino podría explicarse no sólo por la situación de enfrentamiento de guerra y la rabia por la muerte de sus hombres, sino también y sobre todo por un entendible resentimiento social.
Hay que ponerse en el contexto del momento. Las milicianas eran mujeres de mineros duramente represaliados hacía tan solo dos años, en el 34, y eso todavía estaba muy vivo en sus sentimientos. Mujeres con vidas muy duras para tan sólo poder sobrevivir. Eran mujeres que luchaban por un mundo mejor para su familia y ese mundo lo esperanzaban en las últimas elecciones de la República y, ahora, una sublevación de los mismos militares del 34 amenazaba con desbaratar, de nuevo, su mejor futuro (como así pasó). Estas mujeres encuentran en su terreno, y entre los que violentan sus esperanzas, a unas señoritas bien, de ‘clase bien’, guapas, alegres, bien alimentadas y con muy buenos vestidos…. Es una provocación para ellas. Tienen delante a unas mujeres que simbolizan la superioridad femenina de todo lo que ellas no pueden alcanzar pero en este momento son ellas las que tienen el poder sobre las ‘señoritas’. No tienen su propio futuro en sus manos pero sí el de estas damas que representan lo inalcanzable y, además, la desesperanza porque les quieren robar la expectativa de una vida mejor.
Evidentemente, en cuanto la Comandancia de El Puerto queda desalojada ellas entrarán y se apropiarán de sus vestidos, de sus abrigos y chaquetones, de toda su ropa y sus enseres. Encantadas de apoderarse de tanta cosa de calidad que nunca han tenido entre sus manos, sobre todo las prendas de abrigo tan necesarias en esa fría época, el chaquetón con el que Pilín estaba tan contenta por lo bien que le venía para el frío. Todo eso se lo reparten entre ellas. Una reacción muy comprensible, es el botín de guerra. Realmente las tres enfermeras ya no las van a necesitar, piensan. Fueron apresadas con sus uniformes de enfermeras y fusiladas con sus uniformes. No necesitaban nada más para caer bajo los disparos en un prado, en el prado don Juan de Pola de Somiedo. Si en el último momento, una vez fusiladas, se apropiaron de zapatos, o alguna cosa más de su vestuario, es también comprensible.
A quienes realmente desnudaron fue a los militares. Esa buena ropa militar, esas buenísimas botas para el frío invierno que ya había llegado…, todas y cada una de las piezas y prendas que llevan los militares franquistas que acaban de matar son un tesoro para los milicianos que van prácticamente en alpargatas y mal vestidos. Lógicamente se apropian de todo lo de los muertos como pasa siempre en las guerras.
La versión más extendida y conocida de estos acontecimientos es la que narró Concha Espina en su libro Princesas del Martirio, publicado en 1940. Basada en interrogatorios y documentos del momento, pero matizada con un radical énfasis político y religioso, es la versión que hasta ahora se ha utilizado para contar este relato. La historiografía de las mártires de Somiedo se ha basado, hasta el despertar de la memoria histórica, en Concha Espina y su libro escrito en un arrebatado furor por la barbarie de la guerra y la necesidad de acomodarse al nuevo régimen, como tantos otros intelectuales. Ahora salen a la luz nuevos datos y nuevas versiones de lo ocurrido en aquellos episodios de guerra en general, y en este episodio en particular, que recomponen la historia.
El miliciano Abelardo acaba la conversación que teníamos él y yo en su casa de Gijón con una anécdota. Cuando la toma del pueblo (El Puerto) estaban unos soldados de los dos bandos enfrentados, parapetados en distintas casas cercanas, hablando entre ellos: “Unos decían: “Vosotros no creéis en Dios y vosotros quemáis las iglesias y vosotros tal”, y nosotros decíamos “Vosotros hacéis esto, lo otro”, y a última hora salta un paisano que no era de los que hablaba, otro, de la parte de ellos, y dice: “Oye, rojo, ¿sabes lo que pienso? Que vosotros sin Dios y nosotros con Dios armamos una que no la entiende ni Dios”. Y a aquel hombre siempre le di yo la palabra de bien dicho. Es verdad, hombre”.
(*) Si quieres consultar los capítulos publicados:
ENFERMERAS MÁRTIRES DE SOMIEDO