El protagonista es el criminal
![[Img #54516]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2021/9894_img_1928.jpg)
La noche del viernes experimenté el deber moral ciudadano y, a la vez, el impulso que surgía de mi sensibilidad de ser humano, y decidí asistir, en la ciudad en la que me encontraba, a la concentración que los movimientos feministas habían promovido, delante de los Ayuntamientos de toda España, en repulsa por los crímenes contra mujeres y niños.
Fue un acto en el que se palpaba la rabia ante lo cruel, el rechazo de lo injusto y la intolerancia de lo inhumano.
Todos portábamos una vela envuelta en una carcasa roja, como las que en las iglesias católicas anuncian la presencia del dios en el sagrario. En esta ocasión era símbolo de la presencia de una manera de entender la vida humana, reivindicativa, rebelde, ciudadana y creadora de un mundo en el que podamos caber todos y todas y en el que las actuaciones humanas permitan la convivencia pacífica.
Se leyó un texto que la profesora Juana Gallego había escrito hacía años y cuyo mensaje mantiene aún su vigencia: el de que la violencia de género es un problema que exige un planteamiento político y una solución política. Negarlo es no querer encontrar una solución válida y admitir que hay intereses privados que pesan más que la justicia y la igualdad.
Cuando acabó la lectura del texto, los asistentes generamos un aplauso espontáneo, fuerte y largo, que yo creo que más que la adhesión al texto, simbolizaba la rabia y el rechazo de los crímenes que nos convocaban allí.
La plaza en la que tuvo lugar el acto estaba en buena medida llena de terrazas repletas de público que disfrutaba del buen clima de la noche. Nadie se levantó para sumarse al acto ni acompañó en su momento con sus aplausos.
El acto acabó cuando los asistentes depositamos en un lugar central nuestras velas, con las que se formó un corazón de llamas rojas. Mostraba la solidaridad y el sentimiento de adhesión a las víctimas de esta cruel violencia machista que nos azota a todos los que nos sentimos humanos, pero especialmente a las mujeres y a los niños.
Hay, sin embargo, un detalle sobre el que quiero invitar a la reflexión. Es comprensible y es bueno que cuando desgraciadamente ocurra un hecho así, nos solidaricemos con las víctimas. Nuestra educación sentimental y nuestra sensibilidad nos llevan a ello. Pero creo que, junto a esta reacción y por encima de ella, deberíamos poner el rechazo racional, reflexivo, fuerte y vigoroso del criminal que ejecuta el acto inhumano y del comportamiento absolutamente rechazable que lleva a cabo. El protagonista de la desgracia es el criminal, no la víctima. Es él quien debe ser objeto de nuestras reflexiones y de nuestras repulsas. Me parece que es esta racionalización de los hechos la que puede permitirnos entender lo que está ocurriendo en nuestra sociedad y que se traduzca en una educación que libre a los jóvenes de la losa inhumana del machismo. Que todo acabe en un corazón, en un sentimiento, quizá no sea lo más eficaz para remover las conciencias, las nuestras y las de todos.
Por cierto, la mañana siguiente acudí a la misma plaza. Allí estaba el corazón con bastantes de las velas todavía encendidas. Se celebraba una boda en el Ayuntamiento. Muchas de las mesas de las terrazas estaban ocupadas. Desde una de ellas presencié la llegada de los novios. Cuando se bajaron del coche, un buen número de las personas que estaban en las terrazas los recibieron, en esta ocasión sí, con un aplauso. Así estamos.
La noche del viernes experimenté el deber moral ciudadano y, a la vez, el impulso que surgía de mi sensibilidad de ser humano, y decidí asistir, en la ciudad en la que me encontraba, a la concentración que los movimientos feministas habían promovido, delante de los Ayuntamientos de toda España, en repulsa por los crímenes contra mujeres y niños.
Fue un acto en el que se palpaba la rabia ante lo cruel, el rechazo de lo injusto y la intolerancia de lo inhumano.
Todos portábamos una vela envuelta en una carcasa roja, como las que en las iglesias católicas anuncian la presencia del dios en el sagrario. En esta ocasión era símbolo de la presencia de una manera de entender la vida humana, reivindicativa, rebelde, ciudadana y creadora de un mundo en el que podamos caber todos y todas y en el que las actuaciones humanas permitan la convivencia pacífica.
Se leyó un texto que la profesora Juana Gallego había escrito hacía años y cuyo mensaje mantiene aún su vigencia: el de que la violencia de género es un problema que exige un planteamiento político y una solución política. Negarlo es no querer encontrar una solución válida y admitir que hay intereses privados que pesan más que la justicia y la igualdad.
Cuando acabó la lectura del texto, los asistentes generamos un aplauso espontáneo, fuerte y largo, que yo creo que más que la adhesión al texto, simbolizaba la rabia y el rechazo de los crímenes que nos convocaban allí.
La plaza en la que tuvo lugar el acto estaba en buena medida llena de terrazas repletas de público que disfrutaba del buen clima de la noche. Nadie se levantó para sumarse al acto ni acompañó en su momento con sus aplausos.
El acto acabó cuando los asistentes depositamos en un lugar central nuestras velas, con las que se formó un corazón de llamas rojas. Mostraba la solidaridad y el sentimiento de adhesión a las víctimas de esta cruel violencia machista que nos azota a todos los que nos sentimos humanos, pero especialmente a las mujeres y a los niños.
Hay, sin embargo, un detalle sobre el que quiero invitar a la reflexión. Es comprensible y es bueno que cuando desgraciadamente ocurra un hecho así, nos solidaricemos con las víctimas. Nuestra educación sentimental y nuestra sensibilidad nos llevan a ello. Pero creo que, junto a esta reacción y por encima de ella, deberíamos poner el rechazo racional, reflexivo, fuerte y vigoroso del criminal que ejecuta el acto inhumano y del comportamiento absolutamente rechazable que lleva a cabo. El protagonista de la desgracia es el criminal, no la víctima. Es él quien debe ser objeto de nuestras reflexiones y de nuestras repulsas. Me parece que es esta racionalización de los hechos la que puede permitirnos entender lo que está ocurriendo en nuestra sociedad y que se traduzca en una educación que libre a los jóvenes de la losa inhumana del machismo. Que todo acabe en un corazón, en un sentimiento, quizá no sea lo más eficaz para remover las conciencias, las nuestras y las de todos.
Por cierto, la mañana siguiente acudí a la misma plaza. Allí estaba el corazón con bastantes de las velas todavía encendidas. Se celebraba una boda en el Ayuntamiento. Muchas de las mesas de las terrazas estaban ocupadas. Desde una de ellas presencié la llegada de los novios. Cuando se bajaron del coche, un buen número de las personas que estaban en las terrazas los recibieron, en esta ocasión sí, con un aplauso. Así estamos.