Eloy Rubio Carro
Domingo, 11 de Diciembre de 2022

Dakovika, desde el futuro de vuelta

Al hilo de la mesa redonda de este miércoles, 14 de diciembre, sobre 'Los Ultramarinos y Dakovika. Al rescate del tiempo', en la Fundación Sierra Pambley de León, a las 20 horas, Astorga Redacción se adentra en la última entrega de la novela 'Dakovika' de Bruno Marcos, editada por 'Marciano Sonoro'. En la mesa redonda en torno a una editorial secreta, participarán: Juan Carlos Carbajo “Larsen” (De la editorial fantasma a la editorial secreta, un catálogo de más de medio km2), Mario Paz González (Los Ultramarinos y la literatura como parodia de sí misma), Bruno Marcos (Dakovika, de la novela por entregas a lo insólito).

Bruno Marcos. Dakovika; Marciano Sonoro, 2022

 

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Dakovika es una novela cuyas dos primeras partes publicó la editorial secreta ‘Manual de Ultramarinos’ y que ahora aparece completa en la editorial ‘Marciano Sonoro’, incorporando una tercera parte hasta ahora inédita. Como en ‘Astorga Redacción’ ya nos hicimos eco de las dos primeras, nos ceñiremos al comentario de esta tercera y última entrega.

 

En ella pareciera no cumplirse la desesperación anunciada. La promesa diferida de futuro que se reitera a lo largo de la novela se incumple. Es la parte más ensimismada, ese momento donde sueño y ensueños procuran un más allá de lo imposible, donde el sentido de la vida real y la de los sueños se invierten.

 

Como un anacoreta, ‘El Cuervo’, personaje central de la novela, se oculta en la chamarilería bajo el disfraz del chamarilero (al cual había asesinado), pero sin equivocar todavía su persona, aún el tiempo psíquico resulta coexistencia de coexistencia y sucesión. En una vida invernal, de refugio, letárgica: "viviendo en los sueños, porque satisfacen sus anhelos". Ahí ya se produce una inversión de lo real pues las cosas de la chamarilería toman un halo de humanidad que las vitaliza y donde lo animal se materializa en una danza equívoca de conmixtión universal. (Comienzo del delirio)

 

Es en el sueño donde recupera su amor con Lamieva (recordemos que desde el comienzo de la novela, Lamieva, es el objeto del deseo de nuestro héroe y que por ella mata y alberga una bala en la herida del costado). Un amor que ya es el único sostén de su vida: "Mi vida real estaba en los sueños y mi vida de verdad era falsa" (....) "Mi propia muerte era el cierre definitivo a mis esperanzas de poder recobrarla (…)” (137)

 

En ocasiones la escritura es descarnada, visceral, asquerosa; en otras es fantasmal, 'ramongomezserniana': “Luego seguí incendiándolo toda la noche con trapos y vestidos viejos de muñecas (138)"


Tras la larga conjura de la 'Secta del Topo' en la que la catedral se hace cenizas, proclama el paralelismo de su propia destrucción como hombre. Así que dos ruinas se encuentran frente a frente, una romántica -la catedral en ruinas-, que mira hacia el pasado y la otra, el misterio de ese hombre, hacia una posibilidad diferida, tal vez no para siempre, siendo la ruina de aquel entonces.

 

Si en la primera parte de Dakovika todavía había un asomo de vínculos de amistad, aunque fuera con una exigua y exangüe comunidad, la de los traperos, la de los periféricos, la de los poetas hebenes; en la segunda son el amor y la búsqueda de la belleza al modo platónico/antiplatónico los acicates sociales. Estos personajes son paródicos, increíbles, capaces de asesinar de un modo justiciero, de enfrentarse a todo tipo de sectas, pero también de traficar como traperos sin escrúpulos con ellas, sin una clara adscripción moral. Personajes impertérritos, en la línea mortal del desequilibrio, curiosamente puros, sin doblez.

 

En esta tercera parte, salvo relaciones episódicas con los traperos, los vínculos del héroe son solo imaginarios. De cueva en cueva, de la de Zaratustra al palacio de sus sueños. Lo mismo le da, pues de igual manera vive en la zahúrda que en el Taj Mahal. En el ensueño su vida se ha convertido en una vida “como si", una vida que juega con múltiples fantasías de llegar a un sí, de que un sí le sobrevenga; de recomponer los desarreglos de los sentidos desde la ruina de sí mismo. De este desarreglo de los sentidos surge una escritura del desastre de una belleza sobrecogedora, tal como lo expresa el personaje frente a algunos versos del plagiario 'Garnach', “Contradictoriamente a la angustia que nombraban, hacían tener ganas de vivir por su belleza" (136)

 

Entonces su huida de la chamarilería al palacio ideal de Siena-Pombal -una isla flotante entre las ruinas de la ciudad arrasada-, coincide con el desprendimiento de la máscara de chamarilero. La ciudad se prende y él se desprende de la máscara, se queda en la desnudez de sus sueños. Se invierte todavía más la percepción de la realidad. La realidad mira su desnudez desde el deseo. (Nevada negra).

 

Como hiciera Ulises para fingirse loco profundiza en ese desarreglo. En su sueño Lamieva reaparece como una encarnación, un descendimiento, una convergencia resolutiva de todo lo que existe: "desnuda, extremadamente flaca, con toda la luz entrándole en los ojos que parecían un manantial de llamas blancas."(148) La percepción se invierte y la realidad también y ahí se produce el matrimonio de esa conmoción de hombre (nuestro antihéroe) con su fantasmagoría (Lamieva). Ambos bogan sobre la destrucción total, como en un Arca de Noé, en esa isla flotante que es la casa de Siena-Pombal, en la que se proyecta el deseo desde un futuro no-sido. Téngase en cuenta que "el delirio comienza a configurarse como un intento fracasado de traducirse a sí mismo en el presente." Y en el presente es tan solo sueño y su fantasma.

 

"Mis recuerdos y mis sueños y mis deseos habían entrado en la realidad, mi desesperación los había concitado con tal fuerza que ya estaban ahí, atravesando sus propios límites." (169)


 

"Entonces, la luz que a veces manaba de Lamieva se encendió debajo de sus párpados y algunos rayos iluminaron también el vientre y pude ver la materia de mi hijo a medias transparente, sus ojos cerrados en un sueño puro sin memoria, con todo el tiempo por delante. Nunca había visto la vida así, sin pasado, la vida como una diosa frágil pero indestructible que se ofrece a sí misma a cada instante con una belleza tal que es eternamente obligado vivir."(170) Una vida de raíz indestructible, dionisíaca, lanzada a la proliferación desde el deseo y con capacidad de crear desde su realización aquello que siempre había sido causa diferida (mesianismo, inversión del sentido del tiempo. El ahora en futuro de lo no sido todavía.)

 

Además de en estas dos citas precedentes la clave de la tercera entrega estaría en el capítulo 20, (171,172).

 

En un tiempo entre dos delirios el personaje desmitifica el albergue palaciego y lo percibe como un caserón lleno de polvo y 'desaurado' y descubre las analogías en su su modo de relación con Lamieva: "Le ocurría lo mismo que a mí al desaparecer Lamieva. Lo que no había vivido con ella comenzó a aparecerme más hermoso precisamente porque el futuro no tuvo lugar, porque el porvenir con ella era una promesa que nunca se cumpliría pero que siempre seguía en pie, algo que nunca existiría pero que estaba ahí, incorruptible, protegido de todo lo malo dentro de la promesa (…)" (172) Con esa desmitificación se descubre el tiempo de la promesa y podrá ser construido en la conciencia de que permanece como tensión, como incumplimiento...

 

Otra estrepada más en la superación de ese incumplimiento lo realiza nuestro personaje de manera vicaria, bajo el disfraz de don Hermógenes, -como un psicoanálisis que restaurara el equilibrio en la repetición y solución de la escena originaria- cuyo potencial de amor incumplido impregna todavía el palacio Siena-Pombal. Amores incumplidos el del constructor del palacio (Hermógenes) y el de nuestro personaje. Provisto de este disfraz de otro para hacer de sí mismo, se entrega más intensamente a la ensoñación reelaborando un delirio en el que confluyen ambas historias incumplidas, los amores superpuestos de Hermógenes y su prometida con los de El Cuervo y Lamieva.

 

Es cuando nace el niño del vientre de Lamieva, un niño Jesús redivivo, al que se acercan a ver los desesperados siguiendo la estela de sangre del desastre del protagonista: "Nosotros y los asaltantes del palacio nos detuvimos al oír al niño. Su llanto paralizó los demás ruidos. Era algo que ya no esperaba nadie jamás en un mundo destruido: el futuro. (...) Una felicidad que nunca había sentido la sentí entonces, era como si me hubieran puesto un miembro que me faltaba sin yo saberlo, como si un dios me hubiera completado." (147) Un recién nacido producto del delirio que lanza el futuro a la vida. ¿Entonces esa completitud, ese futuro inesperado de salvación seguiría del lado de la potencialidad siempre incumplida del delirio, o por contra se hubiera vuelto colectivo al modo del 'dios niño’ provocando esa inversión del tiempo que consentiría materializar los sueños más allá del delírio?

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