Paz Martínez
Sábado, 25 de Noviembre de 2023

Ruido de tambores

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A principios de mes saltó en la Ciudad de Astorga y entre sus ciudadanos el acalorado debate sobre el uso del Museo Casa Panero como el lugar idóneo para la celebración de Halloween. Fueron muchos, sobre todo, muchas personas de letras las que se rebelaron contra esta idea. La respuestas de aquellos otros ciudadanos que veían con buenos ojos el evento remarcaban, sin embargo, que este tipo de eventos acercan los museos a sus vecinos, los dan a conocer ?aunque no como museos, entiendo, pues entre tinieblas y sonidos guturales me parece difícil? y, además, acercan la cultura al mundo actual y no queda reducida a encuentros literarios exclusivos que se alejan de la realidad de la sociedad.

 

De este comentario alcanzo a entender que hay quien piensa que la cultura no va con los tiempos, como si hubiera que adaptarla o sincronizarla con la actualidad. ¿Pero qué es cultura? La cultura es el conjunto de conocimientos e ideas adquiridos gracias al desarrollo de las facultades intelectuales, mediante la lectura, el estudio y el trabajo. Y también lo es, con mayor énfasis,el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época, etc. Por lo que se entiende que la cultura parte del principio de los tiempos y se alimenta del paso de este. Por lo tanto, la cultura ni se acerca ni se aleja, simplemente está, y es muy versátil dependiendo de la zona geográfica y de las ideas y creencias que la preservan.

 

También encuentro muchas opiniones donde se habla del elitismo de las personas adheridas de una manera u otra a la literatura. Como si no estuvieran las letras a disposición de todo el mundo, como si se correspondieran únicamente con determinada clase social o ideología. Tal vez, no lo sé, hayamos retrocedido a la Edad Media y haya que esperar a que nazca de nuevo Johannes Gutenberg para que haya libros para todos y que nadie se sienta excluido.

 

Si se preguntan a santo de qué viene sacar a colación esta caduca polémica, pues como para todo en la vida hay una razón, que iré desgranando. Podría quedarme en casa tranquilamente viendo una serie en Netflix, o leyendo un libro de esos que a otros les parecen un objeto obsoleto para estos tiempos modernos, pero he preferido meter los pies en el charco y ver hasta dónde cubre; y seguramente, en esta ocasión, saldré bien pringada de barro. No me importa.

 

Justo ahora, llegamos al final de noviembre y de los mismos o semejantes mecanismos mentales que determinaron que la cultura es elitista y es incongruente con la sociedad actual, nace la dudosa constatación de lo qué es o no es música. Esta sentencia se despacha sin ningún tino en el encuentro de bandas de Santa Cecilia. Todos los conjuntos musicales recorren la ciudad de Astorga y confluyen en frente del Palacio de Gaudí. Allí, a media mañana, cada uno de ellos tiene su minuto para tocar y lucirse ante los ciudadanos.

 

Uno de los grupos es un conjunto de batucada, con los tintes tribales propios de su estilo que tocan los tambores y nos trasladan a tiempos muy lejanos, casi prehistóricos, allá cuando el hombre incapaz aun de construir instrumentos solo podía hacer sonidos rítmicos percusionados. Alguien los calificó de “mamarrachada y ruido”. Le disculpo la simpleza y los disparatados comentarios del mismo modo que se los disculpé a mi padre el día que puse por primera vez a Pink Floyd en el radio cassette y me vino con las mismas. Lo que no creo que sea merecedor de disculpa alguna es la verdadera razón de la crítica: Que el quid de la cuestión esté en quiénes tocan los instrumentos y no en la calidad de la actuación. Desvirtuar a un grupo de personas a las que se las señala por dar por sentado que pertenecen a esta o aquella ideología, que no entran en el saco del que escucha. Hemos llegado a un triste punto donde uno solo puede ser y pensar una sola cosa inamovible que debe determinar el que tenemos en frente y que de no ser así estamos expuestos a ser insultados o desprestigiados.

 

Por querer enraizar esto de la música recordé a los pastores de mi pueblo que aprendían a tocar la jota con un palo y una lata de sardinas. Fabricaban sus propias flautas y algunos acabaron ejerciendo el oficio de tamboriteros. Nunca vi a nadie que los abucheara ni que dijera que lo que hacían no era música. Muchos, en las noches de invierno tocaban la lata y cantaban al calor del hogar o por el pueblo la noche de Navidad o Reyes. A veces para entender qué es cultura hay que tomar distancia en el tiempo y distanciarse aun más de los prejuicios. La cultura no puede ser una moneda para invertir en segmentaciones sociales.

 

Que hasta en el pueblo más pequeño de nuestra geografía hay una división social/política es una obviedad. Pero que esa división nos lleve a no reconocer afecto alguno por nuestros vecinos y su labor es pura demencia. Que el elitismo que criticamos un día sea el que servimos al siguiente bajo el mismo paraguas demuestra que las opiniones están sujetas a juicios parciales e injustos. Puro desvarío.

 

Hasta ahora hemos sabido reconocer las crisis financieras, políticas y bélicas. Pero es tiempo de reconocer que estamos ante una crisis de división extrema en un mundo repleto de respuestas, lo cual nos deja a todos en un lugar muy indigno, muy absurdo, en cuanto al no uso de un diálogo respetuoso, la no capacidad de empatizar y el no deseo de entendimiento entre las personas. Y sin ninguna posibilidad de contrarrestar las fuentes de información sesgada. Somos una sociedad que elige, en muchas ocasiones, libremente, la ignorancia, por lo tanto, cuando elijamos mirar un poco más allá y arrancar las etiquetas que vamos poniendo al paso sobre nuestros vecinos podremos sentarnos a conversar sobre cultura y música.

 

“Es lícito violar la cultura, pero con la condición de hacerle un hijo.”

Simone de Beauvoir

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