Sol Gómez Arteaga
Lunes, 12 de Febrero de 2024

Calixto Montaña Rodríguez: uno de los últimos pastores románticos

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Calixto Montaño Rodríguez, nacido en Barcial de la Loma (Valladolid), de 72 años, casado y padre de dos hijos es, ante todo, pastor. Acaso uno de los últimos pastores románticos que todavía quedan. Él nos cuenta que se trasladó a vivir a Gordoncillo a la edad de cinco años cuando su padre, también pastor, empezó a trabajar en dicho pueblo. Luego ya se quedaron. De ahí que el dicho “Uno no es de donde nace sino de donde pace” no puede ser más atinado en su caso. Poseedor de una memoria prodigiosa, data la fecha exacta en la que se hizo pastor como un hito capital de su vida: 20 de noviembre de 1965, con 14 años, edad en la que cuenta que “te echaban de la escuela”. Se dio la circunstancia de que su padre, que por entonces disponía de 42 ovejas, se había ajustado en la Granja de Béxar (Mayorga), y como no tenía con quien dejarlas le encomendó que se encargara de ellas. Eran tiempos en los que los pastores dormían en el campo hasta bien entrados los Santos. A la vuelta, su padre se echó sesenta ovejas más y ya se quedó ayudándole en el oficio.

 

 

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Sería en el año 77 cuando, recién casado, se independiza. Contaba entonces con 160 ovejas. En aquellos años, explica, el ganado se alimentaba con lo que había en el campo. Había menos producción, pero en casa se gastaba muy poco y eso era lo que daba margen. Él es de la opinión de que sacando las ovejas al campo se evitan muchas enfermedades. Los veterinarios no comparten este criterio, pero tiene comprobado que cuando el ganado se queda en casa se le atrofian las articulaciones, y al tiempo de parir es muy frecuente que coja la enfermedad de la toxemia por la falta de ejercicio. La oveja, afirma, es de campo, necesita que le dé el aire y los nutrientes que no encuentra en el campo no los encuentra en ninguna clase de pienso. Hace una relación de pastos que había entonces en la zona -hierba triguera, correhuela, genijos, porretas-, hoy prácticamente extinguidos con los herbicidas. Él hasta el 91/92 siguió por el sistema antiguo, ordeñando a mano, pero al aumentar la explotación y él aflojar en humanidad tuvo que recurrir a la máquina ordeñadora. Puntualiza que el oficio cambió mucho con el tiempo, y otro tanto ocurrió con el ganado. “Hoy los cruces dan mucha más producción. Hay ovejas que dan hasta tres litros de leche. Eso antes nunca se vio. Pero enseñadas a lo de ahora, buena alimentación y no ser molestadas, si las sacas al campo como entonces, se mueren”.

 

Con el talante dicharachero que le caracteriza, explica una práctica de ese pastoreo antiguo que podríamos tildar de anecdótica sino fuera porque era el pan de cada día: Como Gordoncillo tiene poco término y antes había más pastores que pasto, de ahí el dicho local de que las ovejas no cogían por patas, muchas veces se las tenían que agenciar comiendo los pastos de alrededor, con las consiguientes denuncias y comparecencias en el juzgado. Él nunca le negó al juez este hecho, que argumentaba de la siguiente manera: “Como usted comprenderá, señor juez, hay que dar de comer al hambriento”. Algunos jueces se echaban a reír, otros le ponían una sanción mínima, pero como el que denunciaba tenía que buscar abogado y no percibía nada, al final les dejaban. Antes por donde pasaban las ovejas arrasaban de hambre que tenían, si hasta arrancaban el césped de las eras. Si vieran nuestros difuntos padres todo el verde que estamos dejando perder nos afusilaban”. No obstante, pone de relieve la unidad que había entre pastores en momentos de dificultad. “Había buen corazón y conformidad”. En el año 67 cifra en 16 o 18 los pastores del pueblo, ahora, incluido él, quedan literalmente cuatro.

 

 

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Calixto se jubila en el año 2017 y vende las 360 ovejas que en aquellos momentos tenía. Ocho días le bastaron para darse cuenta de que sin salir al campo no podía vivir. El bar nunca le gustó, salía y se aburría, lo veía todo vacío. Así que, pese a la desaprobación inicial de su mujer, ni corto y mucho menos perezoso, decidió reengancharse. El 3 de julio metió trece ovejas churras que compró en Mayorga. “El número más desgraciado, siquiera veinte”, le recriminó el menor de sus hijos. Y compró siete más. En la Cañamona, la fiesta de Matanza, coincidió con un camarada de León que solo se dedicaba al pasto. Tenía mil y pico ovejas de todas las razas en naves en Altollano y andaba al trato con una rusa para venderlas. Este hombre le  propuso que cogiera alguna como recuerdo. “Si voy es para que me dejes escoger”. Es así como se hizo con dieciséis corderas. Llegó a tener setenta y cuatro ovejas, pero veía que eran muchas para él, quitó las más viejas y se quedó con la mitad. Con las que le quedan, si está de salud como hasta ahora, piensa llegar a las seis décadas de oficio, que cumplirían en el año 2025.

 

Calixto cuenta lo que es su día a día: se levanta a las seis y media o siete, va a la huerta donde siempre encuentra algo que hacer, a eso de las ocho da los buenos días a las churras, las ordeña. Salvo algunos días de verano que el calor arrecia, sale con ellas al campo con la mochila cargada de comida hasta bien entrada la tarde. Tiene adjudicadas unas pocas hectáreas de tierra que pertenecen a la Junta Agropecuaria de la que es vocal, que está obligada a ceder terreno para el pasto. A la vuelta las ordeña. Al ser tan pocas ordeña a mano, en el foso.  

 

Con la leche hace queso para el consumo familiar. Los lechazos que son muy valorados, especialmente en épocas como Navidad, los vende. Con la lana, en cambio, hay que arrimar dinero. Explica que con lo que antes valía la lana -hace treinta años 130 pesetas el kilo,  equivalente a 78 céntimos de euro- se pagaba un pastor de año. Ahora, en cambio, los esquiladores te cobran 1,70 euros por oveja esquilada, y el kilo de lana vale 3 o 4 céntimos de euros. Este año, añade, no quisieron ni llevarla.

 

Define el oficio como esclavo pero también bonito. Ver carear, la reproducción, las carreras que echan las nuevas, le proporciona mucha satisfacción. El día que no puede salir al campo lo pasa mal. En este punto asevera “Hay pastores solo de nombre. Para ser pastor tienes que estar muy metido en la rama y que te guste. Tienes que estar con el ganado”.

 

En su oficio los perros juegan un papel primordial. Los dos que tiene son careas, animales a los que califica de muy inteligentes. No todos los pastores han estado preparados para criar perros, el maltrato animal, añade con pesar, ha existido históricamente y sigue existiendo. Hay quien ahorcó perros sin motivo.

 

Preguntado Calixto si de volver a nacer sería pastor, puntualiza que tal como está el sistema solo no podría, tendría que hacerlo en sociedad, que es lo que aconseja a las generaciones jóvenes: “Nos lo han puesto imposible. Ahora hay mucho requisito de papeles, mucho control por la unidad veterinaria. Se nos muere una oveja y tienes que dar cuenta, vienen del crematorio a recogerla, si no lo haces te retiran el talonario de guías. En sociedad unos se encargarían del papeleo, otros de la alimentación…” Él sería de los que se apuntaría voluntario a salir al campo. El campo es lo que le gusta.

 

 

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Ilustra la entrada del aprisco una chapa de hierro en la que se lee “Rancho Montaña” que hace honor a su apellido. Explica que se la hizo un herrero de Mayorga, hijo de un pastor, y con el realismo que le caracteriza, fruto de la vida en soledad que las muchas horas de campo dan, añade: “Fue un gusto que tuve, ya que los hijos no se van a quedar con el ganado. Les tengo dicho que el día que fallezca no se les ocurra quitar la chapa de ahí”.

 

Termina la entrevista enumerando los cinco mandamientos del pastor que ha oído a sus antepasados. Y que tiene enmarcado en la pared de su casa, para que no se olviden:

 

1-Comerás el mejor cordero.  

2-Comerás los trigos a tó el mundo.

3-Comerás sopas en caldero.

4-Apacentarás bien tu ganado (que es carear bien, los perros sujetando las esquinas, sin morderlas).

5-Y el último y más importante: No dirás la verdad ni a Jesucristo.

 

 

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De todo lo dicho, que es mucho, muy interesante y resume una trayectoria  personal e intransferible, me quedó pensando en ese rótulo “Rancho Montaña”, como forma de memoria, de perpetuarse en un oficio tan antiguo como la vida. Pienso también en el último mandamiento. No decir la verdad ni a Jesucristo tal vez sea la forma más genuina de resistencia, de sobrevivir, de hacer frente a las dificultades. En eso los pastores de antaño, pastores románticos, acostumbrados a batallar con una tierra que no conoce de compasión y ponerse el cielo por montera, son sabios maestros. Lo han mamado amoldándose a un entorno al que hoy, en busca de no sé qué vellocino de oro, nos empeñamos a dar la espalda: la madre naturaleza.

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