El frío que corresponde. Resonancias evocativas al hilo del poema
Luis Santana. El frío que corresponde; Ediciones Contrabando. Colección Marte; Prólogo de Esperanza Ortega
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Si hay un modo de escribir que demanda por parte del lector una actitud dinámica y de confrontación con la obra lo encontraremos en ‘El frío que corresponde’ de Luis Santana.
En la palabra poética los criterios de composición se autonomizan y guardan solo una relación de dependencia (abierta y flexible) respecto a otras tradiciones estéticas en las que se inserta. Algo que no sucedería en cualquier otro acto de habla donde los criterios de composición de las frases son las estructuras sintácticas básicas de la lengua.
‘El frío que corresponde’ es una colección de 34 poemas de diversas factura sin unidad manifiesta al menos en primera cata; pero que se unifican, piedra de areniscas, desde su procedencia y por su tono vital. Otras familiaridades se manifiestan en el manejo de la frase, o la idiosincrática concepción del poema.
Dar con la clave de un poema pudiera ser dar con la clave de muchos otros. Claridad y distinción, justo lo que no termina por llegar. Por contra la inveterada intención de la mente es entender, construir un mensaje como una continuidad, una cadena, aunque los eslabones al tactoparezcan fragmentados.Tal vez justo lo que no debiéramos de hacer en un poema si queremos tomarlo desnudo. Justo lo inevitable.
En ‘Despedida y vuelta’ (16). La clave se puede hallar en una emoción, en la evocación, en la ausencia de una exterioridad que de aparecer disolvería el poema.
Se trata de una labor hermenéutica y confusa. Sumergirse en la turbulencia donde se disuelven las voces. La dificultad de nombrar la palabra que aún no designa, que vibra y significa. Pues esa palabra que nombra no es nombrada. Ningún juicio consigue enhebrar el acto que refiere. Esa imposibilidad empobrece todo intento de precisión poética.
Sucede también como si fragmentos poéticos del lenguaje se dejasen embriagar hacia la búsqueda de un sentido más amplio. Pero esto es tarea de la recepción.
‘Fingimiento’ (20) es otro poema que revela lo que puede hacer el lenguaje poético: lo revela poetizándolo. Jamás habrá un desvelamiento total en este lenguaje que se habla a sí mismo en modo polisémico. Jamás habrá un desvelamiento desechable. Hacia el final de ‘Fingimiento’anticipa la siguiente mutación de la palabra. Es un clásico de la ciencia: "La redondeza del mundo / contiene la vastedad / tan cierta de los duelos”.
El mundo mineral (en ‘A Brasileira’, 21) también muestra esa voz tras la escafandra de la poesía. Expresa su habilidad, su don ensimismado, se relame en el torrente sin equilibrio: “La piedra negra que habla / se consagra, se agasaja, se ahonda, / tan vacilante / el trapo ondea / blanco y sostenido blanco / solo en el alambre.” (21)
No podemos deshacernos de los significados en la lectura de un poema, nos quedaríamos en la mera sonoridad. Un significado extraliteral como: "Combustiona en el desvelo / de niños, / sus bocas / como vilanos prietos." ( 22), lo podemos empalmar con otros extraliterales o extraliterarios, y con estas mimbres, ya de por sí insegura amalgama, guiados ahora sí por la sonoridad elaboramos un orden de cara al sentido: Recalamos aquí en una aventura de infancia, en el agua espesa de un río soplando las espadañas cuando se despeluzan: “El humo acelera un pensamiento, / entra en los ojos, / los codos las manos / y las rodillas / anhelantes de otra edad”. (‘Seca espadaña’, 22)
Es ese hundimiento, esa turbulencia donde se disuelven las voces, de donde emerge el hilo de sangre que las contiene en la cordial sonoridad de una vihuela, "naturaleza de ojo / y mujer (...)”, donde el hervidero de procesionaria corona su nido y sea enigma final agolpándose en poema: "Era una voz de sábana / sobre tierra descuidada, / tan limpia la sangre / arrancando las cortinas." (Procesionaria, 23)
También el tiempo o lo que es un día en el tiempo, en el poema tiene sus desdobles; el tiempo del día, si esto es algo; el tiempo vivido y desvivido y el que abre la vivencia de ese día futuro que conduce a la postal. Como casi siempre en el poema permanece un resquicio de vocación personal intraducible: "Me acogí / a una alegría futura: / entonces trajiste a Jacob.” (‘Te mandaré una postal’, 24)
De estas evocaciones son deudores poemas enteros como ‘Teatre Grec 1976’, donde rememora poéticamente la consigna: “Teatre Grec 76’. Temporada popular, por un teatro al servicio del pueblo, teatro y libertad, por un teatro imaginativo.” Algo que parece tan genérico hoy en día y que fue de la mayor concreción. Subjetiviza sensaciones o recuerdos de aquel momento: "Ahora está muerto el día, / día no presente, / día de la consunción". (25)
Otra cosa ha de suceder en ‘Amiga y sueño’ (28). Sin que deje de vibrar el misterio, el amigo, la misma amiga que en Martín Codax indaga las señales de su anhelo. Ha habido una mutua aclamación, pero lo más profundo se manifiesta en ese “lenguaje de ocultación” (que es donde vivifica esta escritura, donde se transfigura y devana el hilo con que cose sus ciudades de palabras): “Desde un profundo oscuro, / ya disuelto, / ves tus señales / apremiándome / -soy del todo invisible-.”
En ‘Calle ocho’ (30) indagas como un recién llegado por las pistas que ayuden al sentido (si pudieras remediarlo te quedarías prendido de la espina de la rosa en esa maravilla con que inicia el poema: “la Rosa contigua es labio / aspirado (...)”. Pero continúa la calle y sus roderas dentro del poema para guiarte en el encadenarse de evocaciones subjetivas que van desde lo natural al artificio; del caminar a la memoria escrita, a una antinaturaleza. Desde la rosa a las fantasmagorías de blancas mimosas, al artefacto de una flor de estaño.
En ‘Panera’ (31) la rosa es la anáfora que guía las localizaciones de infancia. Parece como si palabras de la infancia se desprendieran de esas rosas: “La rosa está seca. / La rosa de copiosa leche / descose la boca.” Pero fue antes rosa florida, y ahora mantiene el poder mimético de su flor. Aquellas palabras se articulan de esta manera nueva y generan el poema: "Madre la rosa, de su vendaval silencioso / tengo la venda de nieve / aún no lavada, / el sin decir de niño y lengua / caídos en idéntica luz.”
A menudo las evocaciones provienen de las semejanzas, aunque de factura muy diversa y personal. Por ejemplo los reverberos de la mica y del agua. El concepto de multitud evoca la cosecha, tal vez en un doble sentido, como evocatoria también del alma torpe reflejada en “la vista de la ventana". Lo simulado a partir de lo visto se encripta en la última estrofa del poema: “A mi vista los insectos de la fruta / escarban entre los hilos divisores; / tulipán de telas y paredes inflexibles. / Su traje de brillante corteza / es este pensamiento. / La fortaleza de algunas manchas / da presencia, / cuerpo inexistente.” (‘De lo visto simulado’, 34)
Como ocurre en la lectura de la ‘Ética’ de Espinoza, cualquier entrada es buena guía para recorrer completo el libro, incluso varias veces. ‘El frío que corresponde’ es el poema que da título al libro. El poema comienza con un doble condicional disyuntivo, no excluyente; es decir que bastaría con una sola de las condiciones. Entonces: “Regreso a tu tránsito / indescifrable.” Podría ser el poema, este mismo poema que surge alquímicamente del lavado de la ganga.. Dos estrofas poetizan las insignificancias cotidianas que en el poema destellan. (La poética es el lenguaje del recuerdo difuminado que pelea por decirse). Acabando el poema en una consideración surreal-existencial de resonancias lorquianas: “La fatiga de los domingos / deposita en tu boca / el frío que corresponde. / Boca inocente, yo te traigo / las gotas de más peso / enloqueciendo sobre los cristales; / las palabras contraídas / que forman la niebla, / la espesa gasa de este día: / no reconocerse, / llegar desde el invierno.” (39)
Una última consideración en cuanto a ‘El frío que corresponde’ y los guiños que podría haber entre unos y otros poemas. No por no haber una intención unitaria del mismo deja de haber unidad. En ocasiones de manera explícita la visión reaparece. Entonces “El hilo, la herida” (48) entra en resonancia con el “Libro de hilos” (40) El delicado hilo del yo, siendo que va siendo algo más que sí mismo en la costura que realza y que se manifiesta en ese lenguaje que empapa en esa sangre que vivifica y escribe: ”(...) Toma el lugar de la palabra, / extiende el resplandor.” (40)
Agazapado ahí en el ser en construcción que se dice al decirse, vivificado por el tiempo que lo empapa: "La herida cuelga / del hilo / agrieta el ojo / él se lamenta / el pozo que los contiene” (‘El hilo, la herida, 48)
En ‘Miedo y final’ la muerte en forma de desaparición, en desvanecimiento: “(...) Rosa de cera blanca / desvanecida en la pared / ahogada en el yeso.”
Y ya como colofón al libro: “(...) La sutura final plomo deforme, / saciado; / ya casi no hay luz.” (49)
Luis Santana. El frío que corresponde; Ediciones Contrabando. Colección Marte; Prólogo de Esperanza Ortega
Si hay un modo de escribir que demanda por parte del lector una actitud dinámica y de confrontación con la obra lo encontraremos en ‘El frío que corresponde’ de Luis Santana.
En la palabra poética los criterios de composición se autonomizan y guardan solo una relación de dependencia (abierta y flexible) respecto a otras tradiciones estéticas en las que se inserta. Algo que no sucedería en cualquier otro acto de habla donde los criterios de composición de las frases son las estructuras sintácticas básicas de la lengua.
‘El frío que corresponde’ es una colección de 34 poemas de diversas factura sin unidad manifiesta al menos en primera cata; pero que se unifican, piedra de areniscas, desde su procedencia y por su tono vital. Otras familiaridades se manifiestan en el manejo de la frase, o la idiosincrática concepción del poema.
Dar con la clave de un poema pudiera ser dar con la clave de muchos otros. Claridad y distinción, justo lo que no termina por llegar. Por contra la inveterada intención de la mente es entender, construir un mensaje como una continuidad, una cadena, aunque los eslabones al tactoparezcan fragmentados.Tal vez justo lo que no debiéramos de hacer en un poema si queremos tomarlo desnudo. Justo lo inevitable.
En ‘Despedida y vuelta’ (16). La clave se puede hallar en una emoción, en la evocación, en la ausencia de una exterioridad que de aparecer disolvería el poema.
Se trata de una labor hermenéutica y confusa. Sumergirse en la turbulencia donde se disuelven las voces. La dificultad de nombrar la palabra que aún no designa, que vibra y significa. Pues esa palabra que nombra no es nombrada. Ningún juicio consigue enhebrar el acto que refiere. Esa imposibilidad empobrece todo intento de precisión poética.
Sucede también como si fragmentos poéticos del lenguaje se dejasen embriagar hacia la búsqueda de un sentido más amplio. Pero esto es tarea de la recepción.
‘Fingimiento’ (20) es otro poema que revela lo que puede hacer el lenguaje poético: lo revela poetizándolo. Jamás habrá un desvelamiento total en este lenguaje que se habla a sí mismo en modo polisémico. Jamás habrá un desvelamiento desechable. Hacia el final de ‘Fingimiento’anticipa la siguiente mutación de la palabra. Es un clásico de la ciencia: "La redondeza del mundo / contiene la vastedad / tan cierta de los duelos”.
El mundo mineral (en ‘A Brasileira’, 21) también muestra esa voz tras la escafandra de la poesía. Expresa su habilidad, su don ensimismado, se relame en el torrente sin equilibrio: “La piedra negra que habla / se consagra, se agasaja, se ahonda, / tan vacilante / el trapo ondea / blanco y sostenido blanco / solo en el alambre.” (21)
No podemos deshacernos de los significados en la lectura de un poema, nos quedaríamos en la mera sonoridad. Un significado extraliteral como: "Combustiona en el desvelo / de niños, / sus bocas / como vilanos prietos." ( 22), lo podemos empalmar con otros extraliterales o extraliterarios, y con estas mimbres, ya de por sí insegura amalgama, guiados ahora sí por la sonoridad elaboramos un orden de cara al sentido: Recalamos aquí en una aventura de infancia, en el agua espesa de un río soplando las espadañas cuando se despeluzan: “El humo acelera un pensamiento, / entra en los ojos, / los codos las manos / y las rodillas / anhelantes de otra edad”. (‘Seca espadaña’, 22)
Es ese hundimiento, esa turbulencia donde se disuelven las voces, de donde emerge el hilo de sangre que las contiene en la cordial sonoridad de una vihuela, "naturaleza de ojo / y mujer (...)”, donde el hervidero de procesionaria corona su nido y sea enigma final agolpándose en poema: "Era una voz de sábana / sobre tierra descuidada, / tan limpia la sangre / arrancando las cortinas." (Procesionaria, 23)
También el tiempo o lo que es un día en el tiempo, en el poema tiene sus desdobles; el tiempo del día, si esto es algo; el tiempo vivido y desvivido y el que abre la vivencia de ese día futuro que conduce a la postal. Como casi siempre en el poema permanece un resquicio de vocación personal intraducible: "Me acogí / a una alegría futura: / entonces trajiste a Jacob.” (‘Te mandaré una postal’, 24)
De estas evocaciones son deudores poemas enteros como ‘Teatre Grec 1976’, donde rememora poéticamente la consigna: “Teatre Grec 76’. Temporada popular, por un teatro al servicio del pueblo, teatro y libertad, por un teatro imaginativo.” Algo que parece tan genérico hoy en día y que fue de la mayor concreción. Subjetiviza sensaciones o recuerdos de aquel momento: "Ahora está muerto el día, / día no presente, / día de la consunción". (25)
Otra cosa ha de suceder en ‘Amiga y sueño’ (28). Sin que deje de vibrar el misterio, el amigo, la misma amiga que en Martín Codax indaga las señales de su anhelo. Ha habido una mutua aclamación, pero lo más profundo se manifiesta en ese “lenguaje de ocultación” (que es donde vivifica esta escritura, donde se transfigura y devana el hilo con que cose sus ciudades de palabras): “Desde un profundo oscuro, / ya disuelto, / ves tus señales / apremiándome / -soy del todo invisible-.”
En ‘Calle ocho’ (30) indagas como un recién llegado por las pistas que ayuden al sentido (si pudieras remediarlo te quedarías prendido de la espina de la rosa en esa maravilla con que inicia el poema: “la Rosa contigua es labio / aspirado (...)”. Pero continúa la calle y sus roderas dentro del poema para guiarte en el encadenarse de evocaciones subjetivas que van desde lo natural al artificio; del caminar a la memoria escrita, a una antinaturaleza. Desde la rosa a las fantasmagorías de blancas mimosas, al artefacto de una flor de estaño.
En ‘Panera’ (31) la rosa es la anáfora que guía las localizaciones de infancia. Parece como si palabras de la infancia se desprendieran de esas rosas: “La rosa está seca. / La rosa de copiosa leche / descose la boca.” Pero fue antes rosa florida, y ahora mantiene el poder mimético de su flor. Aquellas palabras se articulan de esta manera nueva y generan el poema: "Madre la rosa, de su vendaval silencioso / tengo la venda de nieve / aún no lavada, / el sin decir de niño y lengua / caídos en idéntica luz.”
A menudo las evocaciones provienen de las semejanzas, aunque de factura muy diversa y personal. Por ejemplo los reverberos de la mica y del agua. El concepto de multitud evoca la cosecha, tal vez en un doble sentido, como evocatoria también del alma torpe reflejada en “la vista de la ventana". Lo simulado a partir de lo visto se encripta en la última estrofa del poema: “A mi vista los insectos de la fruta / escarban entre los hilos divisores; / tulipán de telas y paredes inflexibles. / Su traje de brillante corteza / es este pensamiento. / La fortaleza de algunas manchas / da presencia, / cuerpo inexistente.” (‘De lo visto simulado’, 34)
Como ocurre en la lectura de la ‘Ética’ de Espinoza, cualquier entrada es buena guía para recorrer completo el libro, incluso varias veces. ‘El frío que corresponde’ es el poema que da título al libro. El poema comienza con un doble condicional disyuntivo, no excluyente; es decir que bastaría con una sola de las condiciones. Entonces: “Regreso a tu tránsito / indescifrable.” Podría ser el poema, este mismo poema que surge alquímicamente del lavado de la ganga.. Dos estrofas poetizan las insignificancias cotidianas que en el poema destellan. (La poética es el lenguaje del recuerdo difuminado que pelea por decirse). Acabando el poema en una consideración surreal-existencial de resonancias lorquianas: “La fatiga de los domingos / deposita en tu boca / el frío que corresponde. / Boca inocente, yo te traigo / las gotas de más peso / enloqueciendo sobre los cristales; / las palabras contraídas / que forman la niebla, / la espesa gasa de este día: / no reconocerse, / llegar desde el invierno.” (39)
Una última consideración en cuanto a ‘El frío que corresponde’ y los guiños que podría haber entre unos y otros poemas. No por no haber una intención unitaria del mismo deja de haber unidad. En ocasiones de manera explícita la visión reaparece. Entonces “El hilo, la herida” (48) entra en resonancia con el “Libro de hilos” (40) El delicado hilo del yo, siendo que va siendo algo más que sí mismo en la costura que realza y que se manifiesta en ese lenguaje que empapa en esa sangre que vivifica y escribe: ”(...) Toma el lugar de la palabra, / extiende el resplandor.” (40)
Agazapado ahí en el ser en construcción que se dice al decirse, vivificado por el tiempo que lo empapa: "La herida cuelga / del hilo / agrieta el ojo / él se lamenta / el pozo que los contiene” (‘El hilo, la herida, 48)
En ‘Miedo y final’ la muerte en forma de desaparición, en desvanecimiento: “(...) Rosa de cera blanca / desvanecida en la pared / ahogada en el yeso.”
Y ya como colofón al libro: “(...) La sutura final plomo deforme, / saciado; / ya casi no hay luz.” (49)