Mariano Jalón
Sábado, 20 de Octubre de 2018

Rorschart

       

#39976

 

                                                                       

Samuel Yebra Pimentel, en La Tercera Columna, nos obsequió con un erudito análisis aplicado al cartel de '3 Naciones', que parecía exigir a gritos explicación. El la dio bajo la perspectiva del test de Rorschart. Una técnica casi centenaria y ya clásica que ha sido muy utilizada para evaluar la personalidad. Se la aplicó al cartel con agudeza cuando en puridad lo que transmite es un estudio del autor y su personalidad -¿La del cartel en sí o de su intérprete?- .


Encuentra en la 'mancha' del referido cartel multitud de detalles, apuntes y sugerencias que no perciben el común de los mortales, herméticos y nada propicios a proyectar su propia personalidad sobre la mancha: una figura blanca sobre fondo negro en la que distingue las botas de un sujeto que lleva capa de muerte y recuerda jinetes apocalípticos, posiblemente 'los cuatro chinetes' o más en astorgano 'los cuatro filetes', en posición de ataque con sables, arcabuces y banderas y un casco quijotesco o bacía se barbero, sin que se defina si es hombre o mujer.


Ve también la noche y al pueblo de los vencidos, que pasa hambre. Resalta como muy importante el detalle fálico sobre la muerte, al que moteja de flácido y mortecino. Ve también una batalla sobre blancura nívea en la que sobresale una figura monstruosa con connotaciones agresivas en la que cree ver la figura paterna napoleónica. 


Es más, sobre los personajes, que son habitantes de la caverna platónica posicionados frente a los vencedores y precisa que también pasan hambre. Esto puede ser una concesión a la Plataforma por la Igualdad y Contra la Violencia, aunque hace falta andar mal de la vista para confundir las hojas con los rábanos o llevar paraguas a la playa porque no se vio ninguna exaltación bélica sino más bien una aproximación a unos hechos que nunca fueron gratos para de nuevo repudiarlos, recordar cómo se sufrieron y a los que allí murieron, como forma de reparación y mostrar la unidad de todos, ejércitos y naciones, de un mismo lado y en un mismo bando, la mejor forma de evitar las guerras. Cuando no hay dos.


Visto desde fuera viene a coincidir, con la ideología, que no es otra que la que Labordeta calificaba como 'izquierda depresiva' y el sociólogo norteamericano Talcott Parsons definía de una manera rotunda como el sistema de prejuicios que nos impide analizar la realidad con objetividad y encontrar la verdad. Nada menos que la verdad y su búsqueda que ya persiguiera Poncio Pilatos, astorgano adelantado, y que se lo planteó nada menos que a Jesucristo y que, desgraciadamente, el rey de los judíos no se lo respondió.


Seguimos sin saberlo y por eso quizá sea procedente acudir a tiempos más modernos para con la técnica de Rorschart aplicada en forma de test evaluar la personalidad de esa ideología, la de la izquierda depresiva, que no es la de la izquierda general.


Quienes quisieron ver en la solemne recepción a Napoleón un agasajo quedó claro el NO al Imperio. Quienes presenciaron la recreación que tuvo lugar entre Murias de Rechivaldo y Castrillo de los Polvazares, quedaron advertidos: No a la guerra, que es lo que vemos.


Hay también cabida para la caballería confusa y confundidora en este panorama. Ve también una gran figura humana de la que emergen carabineros, sin que se identifique su condición sexual, que puede ser hasta una diosa. Más dos banderas que brotan de la cabeza y sospecha que sean tan astorganas como las que hay en la Eragudina y en la rotonda de la Avenida de Ponferrada. Aquí no lo dice pero queda todo insinuado por lo que representan: España y León, sin que se responda quien es más y primero en el orden metafísico, cronológico o simplemente físico en el que ambas naturalezas se entremezclan, aunque en el dibujo no salgan nada favorecidas. Las salva la realidad escrita en sangre: 2018.


Es llamativo la cantidad de matices que aprecia una personalidad tal aquejada por la depresión. No se limita a ver lo que se ve sino que proyecta sus traumas que así se liberan. Posiblemente Yebra Pimentel no sólo ha visto lo que apunta sino mucho más y lamentablemente se lo ha callado. No lo ha compartido y nos deja ahítos  y mohínos en orfandad a los simples mortales.


No ha dicho nada de la personalidad esquizoide que es la proyectada cuando ya está acreditada la pericia municipal para las manipulaciones económicas a la prensa, tras la cuantificación de las audiencias. La Caja de Pandora, que es la de las sorpresas, se abrió tras el vozarrón provocador e inmundo de un  desaforado Patatero, según el vil populacho, como profeta en el desierto, al que secundaron las voces blasfemas y groseras de los ediles. Las ungidas Damas de la Piedad, con su Dama de Honor doña Letizia a la cabeza, deberán invocar clemencia para evitar las plagas de Egipto, que ahora serían catorce.


Mientras los que están de retirada y los industriales de la turística resacosos, tras haberse visto gratamente favorecidos por los dioses, los agoreros se han apresurado a levantar la voz bajo la disculpa de vigilar las inversiones, como las urnas les han confiado, sin mirar para los beneficios.


De momento vamos servidos, pero tenemos que dar  tiempo al tiempo para ver si nuevos carteles y sus interpretaciones por la técnica de Rorschart, nos acaban de descubrir ese mundo mágico y sustancioso que subyace en nuestro Ayuntamiento, como consecuencia de las provocaciones del enredador. Sus actuaciones son tan pobres e impresentables que perjudican a las empresas foráneas y hacen desmerecer la sospecha presunta de que el honorable Artur Mas tratara de llevar a los técnicos al agua de su molino por tan solo mil millones de euros. Hay que ver lo sabio que fue Rorschart.


En el espejo que todo lo ve todo puede verse. Lo que Yebra Pimentel con visión sagaz y expresión elevadamente poética supo comunicar. Lo que viera el autor del cartel, aunque expresara más de lo que veía, claro está. O lo que rasgado el cartel vieron los que penetraron y transcendieron al más acá, como Alicia cuando atravesó el espejo. Unas celebraciones festivas, realmente sorprendentes, en las que doctos representantes intentaron exponer lo que hay en el mundo docto sobre los hechos. Eso en el Salón de Plenos y baluarte de la municipalidad y las recreaciones en la calle, entre el pueblo. Desde el teatro con Mixticius en el encuentro  del jefe de las tropas españolas marqués De la Romana y el epígono inglés General  Moore, ante, la inevitable en Astorga, presencia episcopal. Con un inicio de recreaciones con tropas de todos los ejércitos que estuvieran en contienda. O la solemne llegada a la ciudad de un soberbio Napoleón, denostado por los astorganos para servir a la ficción y aplaudidos con calor los intérpretes, que volcaron lo mejor de sí mismos en los remedos belicosos en la abierta maragatería, ejemplificando los desastres de la guerra, así admitidos si los pinta Goya y así recreados  sobre los campos de Astorga.


Para luego seguir con los homenajes, a Santocildes y los que  fenecieron en los Sitios de la ciudad, ante el monumento del León y el Aguila. O a los otros más del Ejercito del Noroeste, con tropas de Galicia, Asturias y León, con presencia del Ejecito Español actual, que no pelea ni guerrea sino simplemente homenajea a quienes se enfrentaron contra el Imperio de Napoleón y dieron su vida. Si se recuerda a los que murieron se está subrayando lo inútil y nefasto de las guerras y más cuando se hacen para defenderse, la única razón lícita para entenderlas.


Atrás quedó una ciudad sumida en la fiesta. Sin la estúpida violencia de los encierros de los sanfermines, ni la plástica tragonía de la Tomatina de Buñol, sino con una celebración más culta y humanamente sentida, que trajo a la ciudad más recreadores que nunca. De los astorganos que están ausentes pero que siempre que pueden acuden a participar de los latidos del viejo pero incansable corazón o de los extranjeros que han superado con mucho los que hubieran podido venir en cualquier ocasión.


Aun así se puede criticar, que todo es criticable, aunque las críticas muchas veces se refieran más que a lo criticable a los propios autores, como los que en el colmo de la personal lucidez afirman que venir no vinieron extranjeros, que los que vinieron eran Astorganos. Que Santa Lucia les conserve la vista.


Frente a los mamelucos de Napoleón y los de hoy, que como la cigarra prefieren criticar y zancadillear a bocajarro antes que trabajar y construir, yo me quedo con las Asociación Histórico Cultural Voluntarios de León, a quien en tan buena parte se debe el éxito de lo conseguido y en vez de envanecerse  con el éxito, prefieren ocuparse en dar las gracias a todo los que se las merecen. Para mí,  primero ellos. Y, como prometen, que vuelvan, que serán mejor recibidos porque así se hace León.

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