OPINIÓN / Sobre la idiocia política y la sacralización de la cultura
![[Img #66426]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2023/8805_3416_dzxgi9xwsaa3dmp.jpg)
Decía Max Alonso en este mismo medio el pasado 4 de noviembre que había que respetar que el concejal de Fiestas del Ayuntamiento de Astorga, Borja González, estuviese cómodo siendo un imbécil, y por ahí va la cosa. Con precisión de cirujano utilizó Alonso este adjetivo, mostrando que el joven necesita de la pluma de un antiguo político local para sostenerse en pie.
A estas alturas nadie duda de que los escritos del responsable de festejos han sido cocinados en otros fogones. Este hecho es en sí mismo una canallada, y evidencia que ni sus compañeros confían en los argumentos sobre los que González defendió la conversión de la Casa Panero en un pasaje del terror.
Más allá de la flagrante falta de respeto de los de su propio bando, que lo han echado a los leones sin espada -aunque él no sea todavía consciente-, y de que sus críticos lo hayan tratado como a un igual -que sé de primera mano que así ha sido-, lo cierto es que la polémica surgida en torno a la decisión de este equipo de Gobierno de utilizar la Casa Panero con fines ajenos a cuestiones patrimoniales, históricas y/o literarias (hecho que será discutido más adelante), se encuentra en la concepción misma de la propuesta.
Sorprende que el concejal de Cultura, Tomás Valle, se manifestase profusamente en contra de la idea y no se le tuviese en cuenta en ningún momento, siendo en última instancia el responsable del edificio. No es baladí que en este escrito me refiera únicamente al dichoso halloween maragato y no al escape room, pues tanto unos como otros han estado de acuerdo en esta actividad desde el momento mismo en que se conoció su trasfondo y el cariño con el que la realizó la trabajadora municipal. Cuando la opinión de Valle, que además de ser el responsable del área es un edil sin filiación política, es un simple brindis al sol, bien parece que sacar adelante la idea (que no la idea en sí) tiene más de rivalidad y revanchismo político que de sensatez.
No bastó la voz de alarma de más de doscientas personalidades que, independientemente de haber visitado o no la Casa Panero, mostraron su repulsa. Y que hayan visitado la vivienda del poeta es en este caso irrelevante para acreditar su opinión, ya que el peso de su firma está en sus credenciales (y eso no es elitismo, muy señores míos). Tampoco bastó que los grandes medios escritos se hicieran eco del comunicado de la Asociación Amigos Casa Panero, ni que Cuatro reconociese que el concejal González no quiso hacer declaraciones. De nuevo, el escarnio público no cayó contra el equipo de Gobierno, sino contra un novel en el escenario político que, por osadía o por negligencia, recibió balazos que no le corresponden.
![[Img #66425]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2023/1119_6076_img_24682.jpg)
Los argumentos utilizados para defender la propuesta no son mucho mejores. Los ataques ad personam perpetrados contra Javier Huerta Calvo, entre los que se incluyen recordar con fervor y sorna su condición de catedrático (hecho que denota una profunda frustración del escriba del concejal) y mencionar la dirección de su casa, así como tachar de prohombres, con cinismo, a académicos como el recién galardonado con el Premio Cervantes, Luis Mateo Díez, hablan peor de la idea que el silencio. Burlarse del desinterés que pueden generar las presentaciones de libros o los congresos internacionales que cada verano se realizan en la Casa Panero tampoco tiene ningún sustento; validar eso implicaría reconocer que el pasaje del terror ha sido un fracaso porque no tuvo más de 15 niños y que el escape room ha sido un éxito porque tuvo más de 300. Y, efectivamente, uno fue una aberración y la otra una gran actividad, pero eso no lo establece el número de infantes participantes.
Se sostiene desde la Casona que esta polémica tiene un fuerte condicionante político y que lo que subyace es que la oposición (tanto del partido como de otras formaciones) no asume la clamorosa victoria que les dieron las urnas, logrando la mayoría absoluta y 11 ediles. Evidentemente, en esto tienen parte de razón. Cualquier polémica se aprovechará por la oposición y los rivales para intentar debilitar al que tiene el poder. Ahora bien, reducir esta cuestión a una absurda confabulación es, o ser muy ingenuo, o tomar a la gente por tal. Llámenme inocente, pero no me imagino a Luis Alberto de Cuenca, que además de su excelsa carrera con la pluma y el papel ha sido secretario de Estado de Cultura con José María Aznar, sentado con Juan José Alonso Perandones y Jacinto Bardal pergeñando la toma del Ayuntamiento. También se ha utilizado, en este caso desde la Junta Local del Partido Popular de Astorga (en un comunicado que se parece sorpresivamente al que le hicieron a González), la figura del poeta vecino Antonio Colinas, ignorando de nuevo que su nombre aparece entre esos que ellos mismos denostaron semanas atrás.
La guinda del pastel es la catalogación de ‘eventos elitistas’ a cualesquiera actividades que se han venido desarrollando en la vivienda bajo el amparo de la Asociación Amigos Casa Panero. Paradójicamente, el mayor alegato en pro de ese elitismo oscuro y confuso lo da la propia cúpula popular de Astorga al entender que las presentaciones, las ponencias, los paneles o las visitas son algo alcanzable sólo para unos pocos. Esa afirmación, más cuando es por todos sabido que son precisamente este tipo de círculos literarios los que ha frecuentado durante décadas el amanuense del PP, sólo evidencia proyección y frustración.
Apuntes sobre la sacralización de la cultura
Abordamos ahora una discusión mucho más ardua y laboriosa, si se quiere filosófica, sobre la pertinencia -o no- de utilizar un espacio museístico para una actividad ajena a él. Adelanto que tanto los firmantes como un servidor compartimos la repulsión hacia la propuesta, aunque no concuerdo con algunos de los fundamentos que se han publicado en la prensa para criticarla (no así con el manifiesto, que suscribo en su totalidad).
La Cultura, con mayúscula, ha estado presente en los medios locales y nacionales en las últimas semanas para atacar la dichosa casa del terror. No menos cierto es, sin embargo, que no se ha definido el concepto discutido, convirtiéndose en un cajón de sastre en el que todo lo que entra se deifica y merece devoción. Sirviéndonos del Diccionario de la Real Academia Española, y desechando contra todo pronóstico el primer significado que no tiene que ver con ‘cuestiones elitistas’ sino con agrarias, vemos que la segunda acepción define cultura como “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” y la tercera como “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etcétera”.
Parecieran, en principio, ambas definiciones suficientes para justificar la crítica feroz a la propuesta, aunque de hecho no lo son. Al entender cultura como conjunto de modos de vida y costumbres, asumimos que no sólo el arte renacentista, el románico o la tauromaquia forman parte de ella, sino que el burka, la ablación del clítoris en Omán o Yemen, el fútbol o la antropofagia en el Imperio Azteca, también. Estas tradiciones, que dependen directamente de las culturas de los estados y los imperios, no son buenas per se; al contrario, algunas son repulsivas y opuestas a la ética, mereciendo la condena más feroz. Por tanto, el argumento de la cultura por la cultura, su sacralización (o su hipóstasis) devienen, o bien un relativismo grosero, o bien en un mito oscurantista.
Se alega que la cultura no debe medirse en términos de rentabilidad (incluso los populares y su escriba aceptan ahora esta premisa como válida a pesar de haber criticado los eventos literarios por su escasa afluencia); presupongo que hablan de rentabilidad económica, aunque a mi juicio erran. Unos hallazgos romanos pueden tener un valor histórico, arquitectónico y artístico incalculable, pero si se descubren en un punto de acceso vital para una ciudad todo el mundo asume que deben ser tapados, incluidas las comisiones patrimoniales. Aquí, la política y la rentabilidad vencen a la cultura, y con razón.
![[Img #66427]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2023/4125_6092_5527_20221007_122659.jpg)
Aunque las reliquias de los museos, que son aquellos objetos resultado de la actividad humana -y no divina- que permiten desarrollar la ciencia histórica, tengan valor en sí, eso no les imbuye necesariamente sustantivación. Por contra, están puestas al servicio de una institución -sino en su creación en su conservación- que las mantenga en el tiempo. Sin Médicis no hay Botticelli, sin Iglesia Católica no hay catedrales y sin Estado no hay pinturas rupestres de Altamira, por mucho que se hiciesen milenios atrás. Evidentemente, hay razones objetivas que justifican la calidad de una composición musical, una pintura, una escultura o un poema, pero que no elevan la obra a otro plano, sino que le dan valor dentro de su adjetivación. La falsa jerarquía establecida entre las artes serviles (que son las relacionadas con los oficios mecánicos) y las artes liberales, sitúa en no pocos casos a los pintores, poetas, músicos, etcétera, en un plano celestial. La sustantivación, de darse, viene de la segregación de la obra respecto de su creador, y no de las ideas de belleza, arte, cultura y demás terminología de sobra conocida.
Al final, todo es más sencillo y se reduce a una cuestión de quicio. Del mismo modo que un ayuntamiento contiene la actividad administrativa, económica y política de una ciudad, un pabellón es un lugar en el que realizar actividades deportivas y/o lúdicas, las zapatillas sirven para proteger los pies y no las orejas, o una biblioteca es un lugar de estudio y no un guateque, la finalidad de un museo es la conservación y exposición de reliquias, ya sea con fines históricos o académicos. Si además acoge presentaciones, congresos y coloquios, mucho mejor. La torpeza que supone no ponerse en contacto con la entidad que da vida y movimiento a la Casa Panero de forma altruista (mal que le pese a algunos), no reconocer un error con la voz de atención de los especialistas, o suponer fantasmas y combates políticos donde sólo hay preocupación, ha generado una polémica absurda que se hubiese solucionado con una simple llamada.
Decía Max Alonso en este mismo medio el pasado 4 de noviembre que había que respetar que el concejal de Fiestas del Ayuntamiento de Astorga, Borja González, estuviese cómodo siendo un imbécil, y por ahí va la cosa. Con precisión de cirujano utilizó Alonso este adjetivo, mostrando que el joven necesita de la pluma de un antiguo político local para sostenerse en pie.
A estas alturas nadie duda de que los escritos del responsable de festejos han sido cocinados en otros fogones. Este hecho es en sí mismo una canallada, y evidencia que ni sus compañeros confían en los argumentos sobre los que González defendió la conversión de la Casa Panero en un pasaje del terror.
Más allá de la flagrante falta de respeto de los de su propio bando, que lo han echado a los leones sin espada -aunque él no sea todavía consciente-, y de que sus críticos lo hayan tratado como a un igual -que sé de primera mano que así ha sido-, lo cierto es que la polémica surgida en torno a la decisión de este equipo de Gobierno de utilizar la Casa Panero con fines ajenos a cuestiones patrimoniales, históricas y/o literarias (hecho que será discutido más adelante), se encuentra en la concepción misma de la propuesta.
Sorprende que el concejal de Cultura, Tomás Valle, se manifestase profusamente en contra de la idea y no se le tuviese en cuenta en ningún momento, siendo en última instancia el responsable del edificio. No es baladí que en este escrito me refiera únicamente al dichoso halloween maragato y no al escape room, pues tanto unos como otros han estado de acuerdo en esta actividad desde el momento mismo en que se conoció su trasfondo y el cariño con el que la realizó la trabajadora municipal. Cuando la opinión de Valle, que además de ser el responsable del área es un edil sin filiación política, es un simple brindis al sol, bien parece que sacar adelante la idea (que no la idea en sí) tiene más de rivalidad y revanchismo político que de sensatez.
No bastó la voz de alarma de más de doscientas personalidades que, independientemente de haber visitado o no la Casa Panero, mostraron su repulsa. Y que hayan visitado la vivienda del poeta es en este caso irrelevante para acreditar su opinión, ya que el peso de su firma está en sus credenciales (y eso no es elitismo, muy señores míos). Tampoco bastó que los grandes medios escritos se hicieran eco del comunicado de la Asociación Amigos Casa Panero, ni que Cuatro reconociese que el concejal González no quiso hacer declaraciones. De nuevo, el escarnio público no cayó contra el equipo de Gobierno, sino contra un novel en el escenario político que, por osadía o por negligencia, recibió balazos que no le corresponden.
Los argumentos utilizados para defender la propuesta no son mucho mejores. Los ataques ad personam perpetrados contra Javier Huerta Calvo, entre los que se incluyen recordar con fervor y sorna su condición de catedrático (hecho que denota una profunda frustración del escriba del concejal) y mencionar la dirección de su casa, así como tachar de prohombres, con cinismo, a académicos como el recién galardonado con el Premio Cervantes, Luis Mateo Díez, hablan peor de la idea que el silencio. Burlarse del desinterés que pueden generar las presentaciones de libros o los congresos internacionales que cada verano se realizan en la Casa Panero tampoco tiene ningún sustento; validar eso implicaría reconocer que el pasaje del terror ha sido un fracaso porque no tuvo más de 15 niños y que el escape room ha sido un éxito porque tuvo más de 300. Y, efectivamente, uno fue una aberración y la otra una gran actividad, pero eso no lo establece el número de infantes participantes.
Se sostiene desde la Casona que esta polémica tiene un fuerte condicionante político y que lo que subyace es que la oposición (tanto del partido como de otras formaciones) no asume la clamorosa victoria que les dieron las urnas, logrando la mayoría absoluta y 11 ediles. Evidentemente, en esto tienen parte de razón. Cualquier polémica se aprovechará por la oposición y los rivales para intentar debilitar al que tiene el poder. Ahora bien, reducir esta cuestión a una absurda confabulación es, o ser muy ingenuo, o tomar a la gente por tal. Llámenme inocente, pero no me imagino a Luis Alberto de Cuenca, que además de su excelsa carrera con la pluma y el papel ha sido secretario de Estado de Cultura con José María Aznar, sentado con Juan José Alonso Perandones y Jacinto Bardal pergeñando la toma del Ayuntamiento. También se ha utilizado, en este caso desde la Junta Local del Partido Popular de Astorga (en un comunicado que se parece sorpresivamente al que le hicieron a González), la figura del poeta vecino Antonio Colinas, ignorando de nuevo que su nombre aparece entre esos que ellos mismos denostaron semanas atrás.
La guinda del pastel es la catalogación de ‘eventos elitistas’ a cualesquiera actividades que se han venido desarrollando en la vivienda bajo el amparo de la Asociación Amigos Casa Panero. Paradójicamente, el mayor alegato en pro de ese elitismo oscuro y confuso lo da la propia cúpula popular de Astorga al entender que las presentaciones, las ponencias, los paneles o las visitas son algo alcanzable sólo para unos pocos. Esa afirmación, más cuando es por todos sabido que son precisamente este tipo de círculos literarios los que ha frecuentado durante décadas el amanuense del PP, sólo evidencia proyección y frustración.
Apuntes sobre la sacralización de la cultura
Abordamos ahora una discusión mucho más ardua y laboriosa, si se quiere filosófica, sobre la pertinencia -o no- de utilizar un espacio museístico para una actividad ajena a él. Adelanto que tanto los firmantes como un servidor compartimos la repulsión hacia la propuesta, aunque no concuerdo con algunos de los fundamentos que se han publicado en la prensa para criticarla (no así con el manifiesto, que suscribo en su totalidad).
La Cultura, con mayúscula, ha estado presente en los medios locales y nacionales en las últimas semanas para atacar la dichosa casa del terror. No menos cierto es, sin embargo, que no se ha definido el concepto discutido, convirtiéndose en un cajón de sastre en el que todo lo que entra se deifica y merece devoción. Sirviéndonos del Diccionario de la Real Academia Española, y desechando contra todo pronóstico el primer significado que no tiene que ver con ‘cuestiones elitistas’ sino con agrarias, vemos que la segunda acepción define cultura como “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” y la tercera como “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etcétera”.
Parecieran, en principio, ambas definiciones suficientes para justificar la crítica feroz a la propuesta, aunque de hecho no lo son. Al entender cultura como conjunto de modos de vida y costumbres, asumimos que no sólo el arte renacentista, el románico o la tauromaquia forman parte de ella, sino que el burka, la ablación del clítoris en Omán o Yemen, el fútbol o la antropofagia en el Imperio Azteca, también. Estas tradiciones, que dependen directamente de las culturas de los estados y los imperios, no son buenas per se; al contrario, algunas son repulsivas y opuestas a la ética, mereciendo la condena más feroz. Por tanto, el argumento de la cultura por la cultura, su sacralización (o su hipóstasis) devienen, o bien un relativismo grosero, o bien en un mito oscurantista.
Se alega que la cultura no debe medirse en términos de rentabilidad (incluso los populares y su escriba aceptan ahora esta premisa como válida a pesar de haber criticado los eventos literarios por su escasa afluencia); presupongo que hablan de rentabilidad económica, aunque a mi juicio erran. Unos hallazgos romanos pueden tener un valor histórico, arquitectónico y artístico incalculable, pero si se descubren en un punto de acceso vital para una ciudad todo el mundo asume que deben ser tapados, incluidas las comisiones patrimoniales. Aquí, la política y la rentabilidad vencen a la cultura, y con razón.
Aunque las reliquias de los museos, que son aquellos objetos resultado de la actividad humana -y no divina- que permiten desarrollar la ciencia histórica, tengan valor en sí, eso no les imbuye necesariamente sustantivación. Por contra, están puestas al servicio de una institución -sino en su creación en su conservación- que las mantenga en el tiempo. Sin Médicis no hay Botticelli, sin Iglesia Católica no hay catedrales y sin Estado no hay pinturas rupestres de Altamira, por mucho que se hiciesen milenios atrás. Evidentemente, hay razones objetivas que justifican la calidad de una composición musical, una pintura, una escultura o un poema, pero que no elevan la obra a otro plano, sino que le dan valor dentro de su adjetivación. La falsa jerarquía establecida entre las artes serviles (que son las relacionadas con los oficios mecánicos) y las artes liberales, sitúa en no pocos casos a los pintores, poetas, músicos, etcétera, en un plano celestial. La sustantivación, de darse, viene de la segregación de la obra respecto de su creador, y no de las ideas de belleza, arte, cultura y demás terminología de sobra conocida.
Al final, todo es más sencillo y se reduce a una cuestión de quicio. Del mismo modo que un ayuntamiento contiene la actividad administrativa, económica y política de una ciudad, un pabellón es un lugar en el que realizar actividades deportivas y/o lúdicas, las zapatillas sirven para proteger los pies y no las orejas, o una biblioteca es un lugar de estudio y no un guateque, la finalidad de un museo es la conservación y exposición de reliquias, ya sea con fines históricos o académicos. Si además acoge presentaciones, congresos y coloquios, mucho mejor. La torpeza que supone no ponerse en contacto con la entidad que da vida y movimiento a la Casa Panero de forma altruista (mal que le pese a algunos), no reconocer un error con la voz de atención de los especialistas, o suponer fantasmas y combates políticos donde sólo hay preocupación, ha generado una polémica absurda que se hubiese solucionado con una simple llamada.